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jueves, 19 de enero de 2023

Corregir con amor


Me llegan estampas invernales de mi pueblo, que tomo de la página Vinuesa, una aventura de leyenda y de los muros de Facebook de algunos amigos. La nieve ha cubierto el paisaje. La belleza de las montañas blancas se combina con el peligroso hielo de las calles y carreteras. El invierno meteorológico ha llegado con fuerza. Aquí en Madrid nos hemos levantado con 2 grados. Mientras caminaba calle Princesa abajo sentía en mis mejillas la bofetada de aire frío. Los demás viandantes iban cubiertos con gorros, guantes y bufandas. Pocos se atrevían a desafiar el frío de la mañana a cuerpo descubierto. 

Mientras aceleraba el paso para entrar en calor, pensaba en las personas que viven en la calle. Muchas prefieren vivir al raso antes que acudir a los albergues. Los servicios sociales y algunos voluntarios les proporcionan mantas y comida caliente. Es la cara humana de una realidad despiadada. Necesito abrir los ojos a los muchos gestos de humanidad que se prodigan a nuestro lado, antes de que los indicadores de crisis y malestar puedan conmigo. Anoche, un asiduo lector de este Rincón me hizo ver que en la entrada de ayer adopté un tono demasiado duro, combativo y quizás hasta arrogante. No era mi intención, pero reconozco que algunas frases podían dar pie a ello. Por eso, hoy siento la necesidad de poner la mirada en lo que nos da vida.


Percibo dos tendencias principales a la hora de examinar nuestra mirada sobre personas y cosas. Hay algunos que insisten en que necesitamos una mirada positiva, una verdadera indagación apreciativa, para descubrir las semillas de vida escondidas en cualquier realidad. Abundan los libros de autoayuda que ponen el acento en la importancia de la mirada positiva y de la autoestima como modo de estimar a los demás. Hay otros que experimentan recelo ante lo que califican de moda buenista. Les parece que la realidad es muy ambivalente y que, junto a semillas de vida, hay también muchos elementos de muerte que se pueden pasar por alto. 

De nuevo estamos ante un juego de polaridades. Bien y mal, vida y muerte, semillas y cizaña se entremezclan en nuestra vida y en la de los demás. No podemos ignorar ningún polo, pero tampoco podemos considerarlos equipotentes. Si algo nos aporta la fe cristiana es la clave de la resurrección. Cristo ha triunfado sobre la muerte y todos sus corolarios. Eso significa que la última palabra sobre la realidad es siempre la vida. Cuando nos situamos en esta clave, leemos de otra manera las diversas notas de nuestro pentagrama, incluso aquellas que a primera vista parecen equivocadas o disonantes.


Cuando miramos con amor a una persona la estamos ayudando a ser ella misma, a sacar lo mejor que tiene de su bodega interior. Solo quien nos ama nos ayuda a crecer. Es verdad que el amor adopta a veces la forma de corrección o reproche, pero siempre con el objetivo de ayuda a la persona madurar. En la carta a los Hebreos leemos unas palabras que a veces nos desconciertan, pero que son muy iluminadoras: “El Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos. Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos? Si os eximen de la corrección, que es patrimonio de todos, es que sois bastardos y no hijos” (Hb 12,6-8). Solo nos corrige quien nos ama de veras, quien busca de corazón nuestro crecimiento en la fe. 

Me parece que hoy vivimos un clima cultural en el que toda corrección se interpreta como una amenaza a la sacrosanta privacidad del yo. Quizás no caemos en la cuenta de que ese falso respeto es, en realidad, una forma de despreocupación y, por lo tanto, de falta de verdadero amor. El refranero ha acuñado una fórmula extrema: “Quien bien te quiere, te hará llorar”. Sin llegar a las lágrimas, es preciso redescubrir el sentido pedagógico de la corrección, tanto en el seno de las familias como de las comunidades cristianas. Donde hay amor, hay corrección. Naturalmente, la forma de corregir debe ser proporcionada, amable, propositiva. Lo que más nos ayuda no es que nos refrieguen lo que hacemos mal, sino que nos hagan ver lo que podríamos hacer mejor. Hay personas que tienen este hermoso carisma; por eso, son hoy imprescindibles. 



1 comentario:

  1. Al leer el comentario que te hizo un lector, del tono que percibió en la entrada de “Unidad, libertad y caridad” creo que es uno de estos momentos que encajan con el dicho popular que “todo es del color según el cristal con que se mira”… Yo no he percibido nunca, en ti, un tono arrogante y precisamente cuando te expresas con tono duro y combativo, percibo en ello la intención de no dejarnos indiferentes, de sacudirnos un poco para que salgamos de nuestro aletargamiento.
    Me gusta y como madre he tenido en cuenta lo que escribes: “es preciso redescubrir el sentido pedagógico de la corrección, tanto en el seno de las familias como de las comunidades cristianas. Donde hay amor, hay corrección.” Naturalmente, la forma de corregir debe ser proporcionada, amable, propositiva. Lo que más nos ayuda no es que nos refrieguen lo que hacemos mal, sino que nos hagan ver lo que podríamos hacer mejor.”
    Gonzalo, es mucha verdad, hay más corrección cuando lo haces amando, consigues que se abra el diálogo, pero también hay que tener el arte de buscar el momento oportuno.

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