Cae una lluvia suave y persistente sobre Madrid. Llevamos así varios días. Las previsiones apuntan a que seguiremos teniendo agua hasta, por lo menos, el fin de semana. Los parques y jardines revientan de verde. Los alcorques de los árboles de mi calle están repletos de agua, como si la tierra no pudiera absorber más. Viendo este panorama previo al invierno, me vienen a la mente dos recuerdos: el de la sequía que sufrimos durante el verano y el fragmento de la carta de Santiago que leímos en la segunda lectura de ayer.
Cuando atravesamos períodos de sequía y aridez nos parece que la vida se acaba. Solemos decir que sin agua no hay vida. Algo parecido sucede en nuestra vida personal. Los momentos de crisis nos roban la esperanza, tenemos la impresión de que el futuro se cierra, nos sumimos en el desconsuelo. Nos cuesta imaginar que siempre tras la tormenta viene la calma o que el día sigue inexorablemente a la noche como la primavera al invierno. Hay temperamentos que son más proclives a los cambios bruscos de humor. Pasan fácilmente de la risa al llanto o del amor al odio. Otros son más estables. En cualquier caso, la única forma de vencer la aridez es confiar en que en algún momento llegará el agua redentora.
Santiago supo hacer una sencilla aplicación de los ciclos naturales a la vida espiritual. En el fragmento que leímos ayer dice: “Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor. El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra, mientras recibe la lluvia temprana y tardía. Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca”. El labrador está acostumbrado a respetar el tiempo que transcurre entre la siembra y la cosecha. Sabe que cada cosa tiene su momento. Valora la lluvia en el plazo oportuno. No acelera artificialmente los ciclos. La paciencia sostenida lo prepara para el gozo final.
Nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI, no tenemos la moral del labrador. Vivimos en una sociedad urbana y tecnológica. La aceleración forma parte de nuestra manera de entender la vida. Queremos todo al instante. Automatizamos los procesos. Nos ponemos nerviosos cuando las cosas no suceden según el ritmo previsto o programado. Hemos transformado la paciencia del labrador en impaciencia tecnológica. Internet y las redes sociales no han hecho sino acelerar aún más un estilo de vida que ya era rápido hace décadas. Por eso, estamos a menudo nerviosos. El estrés y la ansiedad minan nuestra paz interior y provocan otros desequilibrios que acaban afectando también a nuestro cuerpo en forma de migrañas, insomnio, dolores musculares, taquicardia, etc.
Crecidos en este ambiente, no es extraño que se nos haga cuesta arriba todo lo que implica esperar y cultivar la paciencia. Las buenas relaciones necesitan tiempo para madurar. La sabiduría no se logra de la noche a la mañana. A pesar de la publicidad engañosa, aprender a hablar una nueva lengua o a tocar un instrumento lleva tiempo. Y crecer en el Espíritu exige una paciencia infinita. Los cambios suelen darse muy lentamente. No maduramos en el amor con la misma velocidad con la que enviamos un mensaje por WhatsApp o buscamos un dato en Google. La vida espiritual no se hace a golpes de clic. Necesitamos paciencia para acoger la venida del Señor.
El Adviento litúrgico es una escuela de paciencia para ese Adviento existencial que es la vida misma. Sin esperar pacientemente no se forman en nosotros las actitudes requeridas para el gozo del encuentro. La paciencia nos educa en la humildad, el respeto, el asombro y la sabiduría. Nos ayuda a distinguir los brotes rápidos pero infecundos de los que portan fruto. Nos permite relativizar las cosas secundarias y nos da un sexto sentido para percibir lo esencial. La paciencia todo lo alcanza. Santa Teresa supo expresar muy bien esta dinámica: “Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, / Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, / quien a Dios tiene nada le falta, solo Dios basta”.
Feliz fiesta de la Virgen de Guadalupe a mis amigos mexicanos, latinoamericanos y filipinos.
¡Gracias, Gonzalo! Para mí, oportunísimo. Y... ¡gracias por volver! Te echábamos de menos.
ResponderEliminarLeyendo la entrada de hoy, me doy cuenta de que, a veces, en cuanto se trata de la vida espiritual, nos precipitamos, quisiéramos saltarnos etapas para llegar donde estamos imaginando… Me cuesta respetar el tiempo desde la siembra hasta la cosecha.
ResponderEliminarGonzalo, hoy, ha sido una lluvia que ha ido cayendo suavemente… Has abierto muchas ventanas, con varias afirmaciones que se pueden entresacar, como: “… el tener conciencia de estar en las manos de Dios y vivir esta convicción con profundo agradecimiento…” “… ‘todo se pasa’, y “como todo se pasa, nada debe turbarte…”
Gracias por regalarnos con el enlace de “¿la paciencia, todo lo alcanza?” Has hecho posible el poder leer: “El que tiene a Dios o, mejor, el que es tenido por Dios, o con más precisión, el que pone su vida en manos de Dios…” Ser conscientes de ello, nos puede facilitar mucho la vida, ya que nos ayuda a verla desde otra perspectiva.
Tan cierto cómo el aire que respiramos. Tenemos que aprender a esperar y entender los tiempos De Dios. Cultivemos la paciencia para tener un digno corazón en el que pueda nacer el Emmanuel. Ven, que te esperamos .
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