Ayer vi por televisión la celebración penitencial que
tuvo lugar en la basílica de san Pedro de Roma, seguida por la consagración del
mundo (y especialmente de Rusia y Ucrania) al Inmaculado Corazón de María. Fue
un acto sobrio, medido, sobrecogedor, con la dignidad y belleza con que se suelen hacer las
celebraciones en el Vaticano.
Me impresionó ver al papa Francisco acercándose a
uno de los confesionarios que hay en la zona penitencial de la basílica.
Primero se confesó como un penitente más y luego confesó a algunos fieles como
ministro de la reconciliación. Las cámaras del Centro Televisivo Vaticano
reflejaron la escena, pero enseguida se retiraron para guardar la debida discreción. Confesarse significa reconocer que todos tenemos parte en este mercado común de la ignominia que aflige a nuestro mundo. La guerra es también una consecuencia de nuestro pecado personal. Solo las personas reconciliadas pueden ser artesanas de paz. No cabe esperar acuerdos duraderos entre personas egoístas y envidiosas.
Me impresionó igualmente ver al anciano pontífice, sentado en una silla, frente
a la imagen de la Virgen de Fátima, leyendo con rostro serio la larga oración de
consagración al Inmaculado Corazón de María. Parecía que la joven madre
contemplaba con mucha ternura a su anciano hijo. Esa diferencia de edad entre
la imagen de María y el papa Francisco me llegó al alma. Es como si la Madre -en
un imposible milagro biológico- siempre fuera más joven que sus hijos. María representa
la permanente lozanía de la Iglesia, la esperanza de que la Iglesia siempre está renaciendo.
Hoy los periódicos hablan de que Rusia no pretende conquistar
toda Ucrania sino solo “liberar”
la región del Donbás. Era lo previsible. Me lo había adelantado hace
semanas mi amigo ucraniano Mijail. Para conseguir ese corredor terrestre hacia
Crimea y el Mar Muerto, Rusia había ideado una estrategia invasiva de modo que,
en el momento de una posible negociación, pudiera jugar con ventaja. El
problema es que esta estrategia, aparte de haber resultado militarmente un
fracaso, ha supuesto la pérdida de muchas vidas humanas. Los daños materiales
tienen menos importancia porque enseguida se moverán las ayudas internacionales
a cambio de algunas materias primas ucranianas.
Esta guerra nos está haciendo
ver los frágiles equilibrios sobre los que se asienta la paz mundial. Parece
que el viejo adagio “si vis pacem
para bellum” (si quieres la paz prepara la guerra) -atribuido erróneamente
a Julio César- sigue vigente. China contempla la escena a una cierta distancia,
calcula los riesgos de una posible intervención y busca, sobre todo, asegurar
su primacía económica a medio plazo y, cuando lo juzgue oportuno, hacer una
operación parecida para “liberar” Taiwán.
Escribo estas líneas en
Colmenar Viejo, donde me encuentro
dando
un taller de liderazgo discerniente al nuevo gobierno provincial de la
provincia claretiana de Santiago. Me pregunto qué podemos aprender de esta
situación mundial en el ejercicio del gobierno de una provincia religiosa.
Gracias a Dios, a pesar de todas sus imperfecciones,
el gobierno en la vida
religiosa goza de un sistema de equilibrios y controles que impide una actuación
tan despótica como la de Putin. Pero no está exento de tentaciones, abusos y
negligencias.
En este contexto suenan con mucha fuerza las palabras de Jesús: “Sabéis
que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. No
será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea
vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro
esclavo. Igual que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir
y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20,25-28).
Hoy me impresionan
las palabras: “No será así entre vosotros”. De hecho, lo es. Tanto Rusia
como Ucrania son dos países de tradición cristiana, predominantemente ortodoxa.
Entre ellos está sucediendo lo que Jesús decía que nunca tendría que suceder
entre sus seguidores: que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los
grandes los oprimen. Está claro que la común fe cristiana está teniendo menos
peso que los intereses geoestratégicos. Ha sucedido muchas otras veces a lo largo de la bimilenaria historia de la Iglesia. Muchos conflictos, presentados como religiosos, eran, en realidad, una lucha por defender otro tipo de intereses; sobre todo, políticos y económicos.
Lo que vemos a gran escala entre dos países
“cristianos” puede suceder a menor escala entre familias, comunidades, parroquias,
institutos religiosos que se declaran también cristianos. El principio “el
que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor” no acaba de
hacerse cultura cotidiana y mucho menos praxis jurídica. Estamos siempre
aprendiendo a ser cristianos.
Cuando hay relaciones humanas, en más o menos intensidad, entran las rivalidades y muchas veces no hay malas intenciones, porque ambas partes se consideran poseedoras de la verdad.
ResponderEliminarTienes razón Gonzalo, nunca acabamos de aprender a ser cristianos…