He llegado a Málaga hace unas pocas horas. El viaje en AVE desde Madrid se me ha hecho corto. He cubierto los 417 kilómetros de distancia en poco más de dos horas y media. En el trayecto me ha dado tiempo a leer casi entero un librito de Julián Marías titulado La perspectiva cristiana. A pesar de su dificultad conceptual, ayuda mucho a entender la singularidad de la fe cristiana, de la que Pablo de Tarso sería un símbolo egregio: un judío de cultura griega que es al mismo tiempo ciudadano romano. No es posible comprender el cristianismo primigenio -y, en el fondo, la cultura de Occidente- sin prestar atención a esta triple matriz: hebrea, griega y romana.
Pero no quiero adentrarme hoy en reflexiones de este tipo. Prefiero volver sobre el libro que cité ayer -Las identidades asesinas- de Amin Maalouf -Premio Príncipe de Asturias de las Letras en 2010- cuya lectura recomiendo encarecidamente a los amigos del Rincón porque ilumina lo que hoy está sucediendo en la guerra de Ucrania. La identidad de cada uno de nosotros es una combinación única de muchas identidades que se complementan y enriquecen mutuamente, sin que una pueda erigirse en “la” identidad por excelencia. Yo podría decir que soy muchas cosas al mismo tiempo: hombre, blanco, visontino, soriano, castellano, español, europeo, cristiano, católico, claretiano, sacerdote, teólogo, profesor, escritor, músico… No hay nadie en el mundo que tenga la misma combinación de identidades que yo. Puede que cuando estoy con mis amigos de la infancia coloque en primer plano mi condición de visontino y cuando participo en un encuentro de mi congregación, la de claretiano, pero ninguna es, por sí sola, mi identidad. Todas contribuyen a identificarme de una manera única e irrepetible. Soy todo, aunque con acentos e intensidades diversos según espacios y tiempos. El obispo Pedro Casaldáliga remataba así un conocido soneto suyo sobre su identidad: ¡Tenedme por latinoamericano, / tenedme simplemente por cristiano, / si me creéis y no sabéis quién soy!
Cuando tomamos conciencia de nuestras múltiples identidades, evitamos convertirnos en víctimas y, sobre todo, en arrogantes victimarios. Yo no puedo ir por la vida proclamando a viento y marea que soy claretiano, como si no hubiera en la Iglesia dominicos, franciscanos, carmelitas, jesuitas y cristianos de múltiples filiaciones carismáticas. Sería absurdo que hiciera de mi condición castellana y española (por otra parte, no elegida) una bandera para luchar contra andaluces, vascos, catalanes, franceses o alemanes. En otras palabras, soy claretiano, pero mucho más que eso. Soy español, pero mucho más que eso. Una identidad se vuelve “asesina” cuando se erige en criterio determinante de la propia vida y tiende a eliminar otras identidades igualmente significativas. Esto es lo que sucede en los enfrentamientos étnicos, religiosos, lingüísticos, nacionalistas, clasistas, etc.
Cuando tomamos conciencia de nuestras múltiples identidades y no sacrificamos unas por otras, sino que procuramos integrarlas todas en una síntesis personal, nos preparamos para entrar en relación con un número creciente de personas y, en el fondo, con toda la humanidad porque con todos compartimos nuestra común condición de seres humanos y, desde un punto de vista creyente, de criaturas de Dios. Nos ahorraríamos muchos conflictos y guerras si no hiciéramos de las identidades parciales un ariete contra quienes no entran en su radio y concentráramos nuestra atención en lo que nos vincula con los demás, no solo con “los míos” (frente a “los otros”), sino con todos.
Dentro de un par de horas comienzo el triduo al Cristo de la Misericordia en la parroquia del Carmen de Málaga, regida por los claretianos. He sido invitado por la Cofradía de la Misericordia. Como ya reconocí hace tiempo, el mundo cofrade es casi desconocido para mí, pero tengo verdadero interés en adentrarme en él. Me muevo entre dos extremos. Algunos me han dicho que se trata casi de una Iglesia paralela que apenas se integra en la vida de las parroquias. Otros me aseguran que es una plataforma excelente para la evangelización de quienes, de otro modo, estarían muy alejados de la comunidad cristiana. Yo quiero mirar y escuchar. Quiero aprender. La Iglesia es lo suficientemente rica como para no despreciar nada que contribuya a acercar las personas a Jesús.
Como los actos son siempre a las 8 de la tarde, tendré también tiempo para pasear por una ciudad que algunos consideran el mejor lugar de Europa para vivir. De momento, estoy pasando más frío del que había imaginado en puertas de la primavera, pero espero disfrutar del sol malagueño y de la hospitalidad de estas gentes amigables.
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