Lo que nos temíamos hace semanas ha sucedido. Rusia ataca Ucrania. Necesitamos elevar un fuerte clamor internacional para que esta invasión no sea el comienzo de una tercera guerra mundial. El orgullo herido, la prepotencia, los intereses de parte y los peores instintos humanos se combinan para colocarnos otra vez ante el abismo. Esta ha sido la “crónica de una guerra anunciada”. Ni las conversaciones diplomáticas ni las oraciones han podido detenerla. Cuando se llega a estos extremos no podemos ser tibios. Ahora no se trata de diseccionar la anatomía de un conflicto previsible o de analizar la geopolítica de fondo, sino de detener la guerra antes de que vaya a más y se vuelva incontrolable.
La guerra es una droga que siempre encuentra justificaciones. La paz es un don que necesita almas limpias para acogerlo y cultivarlo. Por si no tuviéramos suficiente con los efectos devastadores de la pandemia, ahora se añade un nuevo e inútil sufrimiento. Lo más fácil sería abandonarse a sentimientos de odio, revancha y pesimismo. Lo más útil y esperanzador es vencer el mal a fuerza de bien, multiplicar las acciones que siembren humanidad y lanzar un claro mensaje de rechazo a la guerra, sin ahogarnos en las batallas de la propaganda, las consignas y los innumerables matices. No es ahora el momento, aunque leo que algunos medios de comunicación rusos hablan de que Ucrania ha invado su país. Ver para creer.
Escribo a toda prisa estas líneas antes de comenzar la sesión de trabajo en el segundo día del IV Capítulo de la Provincia de Santiago en el que estoy participando. También participan en él tres misioneros que trabajan en San Petersburgo y Murmansk, dos posiciones misioneras confiadas a la Provincia en la Rusia europea. Ellos están sintiendo con más fuerza el sinsentido de esta invasión rusa de Ucrania. También en este último país hay una comunidad claretiana. Cuando los políticos ambiciosos azuzan el orgullo nacionalista de las naciones para hacer la guerra, nosotros nos esforzamos por tender lazos entre los pueblos.
Estoy seguro de que hoy, en el curso de nuestras sesiones de trabajo, va a estar muy presente esta nueva crisis abierta, que deja muy pequeña a la que ha vivido el Partido Popular en los días pasados. Parece que, cuando vislumbramos el final de la pandemia, volvemos a nuestros viejos hábitos combativos. En cierto sentido, aunque sea de manera paradójica, la pandemia ha significado una tregua que ya estamos rompiendo. Los seres humanos no sabemos/no queremos vivir en paz. Si no hay agravios objetivos, los inventamos para justificar nuestras agresiones y de paso vender más armas, aunque sea jugando con la vida de nuestros semejantes.
Hay muchos motivos para ser pesimistas con respecto a la raza humana. En días como hoy, a uno le entran ganas de decir aquello de: “Paren el mundo, que me quiero bajar”. Pero no hay que sucumbir al derrotismo. Hay que multiplicar los motivos de esperanza y poner de nuestra parte todo lo que esté en nuestras manos para que el mal no se difunda a sus anchas por la pasividad de los buenos.
El papa Francisco ha convocado el próximo 2 de marzo, Miércoles de Ceniza, una jornada de ayuno y oración por la paz en Ucrania. El llamamiento que hizo ayer el Papa a los dirigentes políticos “para que hagan un serio examen de conciencia delante de Dios, que es Dios de la paz y no de la guerra; que es Padre de todos, no solo de algunos, que nos quiere hermanos y no enemigos” es apremiante. Nunca es tarde, aunque a veces, miradas las cosas con ojos demasiado humanos, nos parezcan inútiles estas acciones “débiles” frente a la contundencia de las acciones “fuertes” usadas por los poderosos.
Como si adivinase lo que estaba por suceder, el Papa fue muy directo en su petición de ayer: “Pido a todas las partes implicadas que se abstengan de toda acción que provoque aún más sufrimiento a las poblaciones, desestabilizando la convivencia entre las naciones y desacreditando el derecho internacional”. ¿Crecerá una nueva generación de hombres y mujeres que diga adiós definitivamente a las armas y a la guerra o este es uno de esos sueños que nunca se van a cumplir? Así lo espero.
¿Qué está pasando que se pueda actuar con tanto odio? No importan las personas, solo importa el “triunfo”, sea del color que sea… Se dejan llevar, como dices, “por los peores instintos humanos”.
ResponderEliminarMe imagino la “guerra interior” que llevan muchas personas para poder actuar tan agresivamente y no consiguen “destruir” el odio que llevan dentro, por diferentes causas.
Es bueno y necesario que oremos, pero también es tan importante lo que tú Gonzalo, nos dices: “Hay que multiplicar los motivos de esperanza y poner de nuestra parte todo lo que esté en nuestras manos para que el mal no se difunda a sus anchas por la pasividad de los buenos.”
Buen trabajo en el Capítulo de la Provincia de Santiago… Nuestra oración para que encontréis caminos para ser sembradores de paz.
Gracias por esta reflexión.
Que el Espíritu les ilumine en el Capítulo... con la esperanza de salir más arraigados y audaces a la misión... Les rezamos desde el Caribe antillano.
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