Me gustó la homilía que ayer pronunció el papa Francisco con motivo de la Jornada de la Vida Consagrada. Traduzco uno de sus pasajes: “Así que nos preguntamos: ¿por quién nos dejamos mover principalmente: por el Espíritu Santo o por el espíritu del mundo? Esta es una cuestión sobre la que todos debemos medirnos, especialmente nosotros, las personas consagradas. Mientras el Espíritu nos lleva a reconocer a Dios en la pequeñez y la fragilidad de un niño, a veces nos arriesgamos a pensar en nuestra consagración en términos de resultados, de objetivos, de éxito: nos movemos en busca de espacio, de visibilidad, de números: es una tentación. El Espíritu, en cambio, no nos pide esto. Quiere que cultivemos la fidelidad cotidiana, dóciles a las pequeñas cosas que se nos han confiado. ¡Qué hermosa es la fidelidad de Simeón y Ana! Todos los días van al templo, todos los días esperan y rezan, aunque el tiempo pasa y parece que no pasa nada. Esperan toda su vida, sin desanimarse y sin quejarse, permaneciendo fieles cada día y avivando la llama de la esperanza que el Espíritu ha encendido en sus corazones”.
Me parecen palabras hermosas y proféticas para afrontar el tiempo que nos ha tocado vivir sin descorazonarnos, dando importancia a los pequeños detalles, esperando el tiempo de Dios. Puede pasar muchos años hasta que veamos el fruto de nuestra espera.
Desde estas claves estoy trabajando con la comisión que prepara el XIX Capítulo General de los Misioneros Combonianos, una congregación de origen italiano con la que hasta ahora había tenido muy poco contacto. Recuerdo que de pequeño leía de vez en cuando la revista infantil Aguiluchos. Más adelante, en mis tiempos de teología, conocí la revista Mundo Negro, especializada en cuestiones africanas. Poco más. Ahora me he acercado a la atractiva figura del misionero y obispo Daniel Comboni (1831-1881). En solo 50 años de vida llevó a cabo una impresionante obra misionera en Sudán y recorrió media Europa (desde San Petersburgo hasta Madrid) recabando apoyo para las misiones en África. Fue canonizado por san Juan Pablo II en 2003.
Fundó dos institutos: uno masculino (los Misioneros del Sagrado Corazón de Jesús – Misioneros Combonianos) y otro femenino (las Hermanas Misioneras Pías Madres de África - Misioneras Combonianas). Entre ambas congregaciones reúnen alrededor de 3.000 religiosos y religiosas al servicio de la misión universal, pero con una fuerte presencia en el continente africano. De hecho, el actual superior general es el etíope Tesfaye Tadesse, nacido en 1969, experto en islamismo.
Como casi todos los institutos religiosos, apenas tienen vocaciones en Europa y América, pero están creciendo en África. El lema de la congregación es “O Nigrizia o morte - O África o muerte”. Expresa con claridad su opción preferencial por el continente negro. Están presentes en 45 países. Han sido muy golpeados por la pandemia del Covid. En estos dos años han muerto alrededor de 50 misioneros (sobre todo, en Italia), víctimas del coronavirus. Su curia general está ubicada en el EUR, un complejo urbanístico en el sur de Roma creado por Benito Mussolini en los años 30 del siglo pasado con motivo de la Exposición Universal de Roma (EUR). Por todas partes de esta inmensa casa se ven motivos africanos que recuerdan la impronta misionera de esta congregación fundada en Verona (Italia) en 1867.
Quizá lo que más me ha impresionado es la galería de retratos de los 25 misioneros que han sido asesinados en diversos lugares del mundo por ser testigos del Evangelio. Anunciar a Jesucristo no sale gratis. Viendo sus rostros, pienso en los miles de misioneros que han entregado su vida para que naciese la Iglesia en lugares muy alejados de sus países de origen. Algunos son famosos, pero otros son desconocidos, grano enterrado que, poco a poco, ha ido dando fruto. El actual vigor de las jóvenes iglesias africanas ha estado regado con la sangre de muchos de ellos. No podemos olvidarlos.
Nombrando Aguiluchos y Mundo Negro, he revivido momentos de infancia y un poco más…
ResponderEliminarTeniendo en cuenta de que los laicos, por el bautismo, somos o deberíamos ser “misioneros”, hoy nos ofreces un buen abanico de posibilidades y revisión de nuestra vida como tales.
De la homilía del Papa Francisco, recojo algunas preguntas que también nos pueden ayudar, como son: Qué es lo que nos mueve?
¿de quién nos dejamos principalmente inspirar? ¿Del Espíritu Santo o del espíritu del mundo?
¿qué es lo que anima nuestros días? ¿Qué amor nos impulsa a seguir adelante?
Y me quedo también con la idea de las “mociones espirituales”, que se dan, en consagrados y laicos y a las que no les damos la importancia que tienen.
Todos podemos pedirle, a Jesús, una mirada que sepa reconocer el bien y distinguir los caminos de Dios. La necesitamos.
De lo que tu, Gonzalo, nos dices, me quedo con: “vivir sin descorazonarnos, dando importancia a los pequeños detalles, esperando el tiempo de Dios.” Gracias por esta frase profunda que nos anima a no desfallecer.”