Hoy es el Segundo Domingo después de Navidad. En la liturgia eucarística volvemos a leer el prólogo del Evangelio de Juan, tal como se hizo el pasado día de la Natividad del Señor. Cada palabra de este magnífico texto está preñada de significado. Hoy me detengo en un versículo: “A cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre”. Recibir la Palabra, acogerla en nuestro corazón, nos permite gozar de nuestra condición de hijos de Dios. Es difícil intuir la profundidad de esta expresión. ¿Qué significa ser “hijos de Dios”? En Navidad celebramos que “el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. El Dios invisible (en el mismo prólogo leemos que “a Dios nadie lo ha visto jamás”) ha querido hacerse visible en la fragilidad de la condición humana. O, dicho con una metáfora muy querida por los pueblos nómadas, ha querido poner su tienda en nuestro suelo, ser uno más del pueblo.
Nosotros no somos capaces de reconocer y acoger a este nuevo peregrino. Hay una frase del prólogo que condensa el drama de una humanidad cerrada: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron”. El mundo es la casa de Dios. Tiene su origen en su poder creador. Nosotros, los inquilinos de esta casa común, rechazamos a su legítimo propietario. ¿Hay alguna forma más breve y enérgica de expresar lo que hoy estamos viviendo en muchas partes del mundo? Rechazamos a Dios como si fuera un ser extraño cuando, en realidad, es el origen de lo que somos y tenemos.
Frente al rechazo de muchos, hay algunos que lo han recibido con alegría. Estos experimentan lo que significa ser hijos de Dios, vivir libres bajo la gracia, no esclavos bajo la ley. En el cántico de la carta a los efesios que leemos hoy en la segunda lectura, Pablo escribe: “Él nos ha destinado por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, a ser sus hijos, para alabanza de la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en el Amado”. Si comprendiéramos lo que significa esta identidad de hijos de Dios saltaríamos de gozo, daríamos a nuestra vida un sentido nuevo.
Tengo la impresión de que quienes rechazan la fe o consideran que todo lo referente a Dios es una pura creación humana, no han tenido nunca la experiencia de saberse queridos por un Amor que nos dignifica y que nos saca de nuestra postración. Uno de los grandes déficits de la evangelización de la Iglesia es no haber sabido mostrar a las claras esta verdad central de la fe. El hecho de haber puesto tanto el acento en la vida moral ha impedido descubrir la “buena noticia” de la presencia de Dios entre nosotros.
Acabamos de empezar el año 2022. Por todas partes se multiplican los casos de infección con el virus del Covid. No hemos empezado el año con el entusiasmo y la esperanza de otras ocasiones, sino con la sensación de que no acabamos de salir del hoyo. En circunstancias como estas, necesitamos más que nunca saber quiénes somos, en quién podemos poner la esperanza, qué debemos hacer. El misterio de la Navidad nos ofrece la clave que necesitamos para descifrar el enigma humano. Nuestra pobre condición, amenazada por tantas realidades, ha sido asumida, habitada por el mismo Dios. Por eso, es digna de amor y de respeto. No podemos menospreciar nuestra condición humana porque Dios mismo la ha hecho suya.
No hay, por tanto, ningún ser humano que sea despreciable, ni siquiera aquellos que rechazan la existencia de Dios. Todos estamos llamados a ser hijos del único Padre que nos ama y sostiene. Las discriminaciones que nosotros hacemos en la vida social no tienen ninguna justificación. Es indignante que a veces algunos cristianos, en nombre de no sé qué extraña comprensión de la fe, sean quienes más discriminan a los que consideran fuera de la ley. La Navidad es más revolucionaria de lo que la decoración bucólica de estos días podría hacernos suponer.
Gracias Gonzalo. Un abrazo.
ResponderEliminarBuenos dias Gonzalo. DIOS NOS LEVANTA Y GRACIAS POR REFLEXIONAR EN VOZ ALTA.
ResponderEliminarGracias por “traducirnos” las lecturas de hoy. Sí, es difícil intuir la profundidad de sabernos “Hijos de Dios”. Observo que también, según nuestro estado de ánimo, nos resulta más fácil o más difícil.
ResponderEliminarNecesitamos, a pesar de todo, experimentar el amor de Dios…
Me gusta y me ayuda a profundizar la expresión que has escrito: “Nosotros no somos capaces de reconocer y acoger a este nuevo peregrino.”
Según lo que estamos viviendo, nuestra experiencia de Dios va cambiando y no siempre en positivo. Nos acercamos y/o nos alejamos… y siempre encontramos motivos que nos confirman como lo vivimos en cada momento.
Hay muchas personas que nunca se han sentido amadas, como dices, por un Amor que nos dignifica. Cuando hacemos experiencia de ello, nos facilita “dar el salto”.
Que este año 2022 nos permita ir descubriendo que ya somos amados desde nuestro primer momento de vida… De siempre hemos estado presentes en "el plan de Dios".