Pasear por el bosque a las 9 de la mañana con 3 grados de temperatura tiene algo de purificante. Veo los coches cubiertos de escharcha y los charcos creados por las lluvias de los últimos días semicongelados. Respiro sin mascarilla el aire frío. A medida que pasan los minutos el sol va templando el ambiente. Es un día de invierno en toda regla. Aprovecho el paseo por el monte para poner un poco de orden en lo vivido en los últimos días.
Me cansan los políticos tan previsibles. El presidente del gobierno de España hace un balance extraordinariamente positivo del año que termina. Afirma incluso que la pandemia ha sido una oportunidad para hacer grandes reformas. El líder de la oposición, por el contrario, piensa que todo ha sido un desastre. No era necesario escucharlos para saber lo que iban a decir. Se atienen a un guion que atenta contra la inteligencia de los ciudadanos. Prefieren las consignas a la descripción de los hechos. Lo malo es que nosotros nos dejamos llevar por esta dinámica y seguimos echando más leña al fuego de la polarización. ¿Cuándo seremos capaces de hacer una política más objetiva, creíble y compartida?
Los periódicos han hablado en los últimos días de la muerte del obispo anglicano Desmond Tutu, del final del volcán de la isla de La Palma, de la aprobación de la reforma laboral en España, de la subida de la inflación hasta cotas no conocidas en los últimos 30 años y también de la inauguración de un monumento al cómico Chiquito de la Calzada en su Málaga natal. No todas las noticias tienen el mismo calado, pero todas me ayudan a sintonizar con el mundo en que vivimos. La vida no se detiene por el hecho de que un virus dañino ande de un sitio para otro.
¿Cómo medir la verdadera temperatura de la vida? ¿Cómo saber hacia dónde vamos? Mi paseo de esta mañana se enlaza con la celebración de la Eucaristía ayer a las siete de la tarde. Llegué a la iglesia un cuarto de hora antes. Estaba a oscuras. Solo el sagrario, la hornacina de la Virgen del Pino y el pesebre navideño estaban tenuemente iluminados. Me senté en uno de los bancos. Al principio no había nadie. Luego, entró una persona más. Un poco antes de las siete me dirigí a la sacristía y, desde ella, pasé a la capilla interior donde se celebran las misas en los días laborables. El hecho de que sea un espacio reducido, tenga el suelo de madera y disponga de un par de estufas de butano lo hace más adecuado para las celebraciones minoritarias en los fríos meses del invierno. Nos dimos cita seis personas, cuatro de ellas por encima de los 65 años; es decir, jubiladas.
La Eucaristía tiene el mismo significado con cinco personas reunidas en una capillita que con cien mil en la plaza de san Pedro de Roma. No es una cuestión de número, sino de significado. Yo disfruto con esta pequeña comunidad eucarística que, desafiando el frío de la tarde, encuentra media hora para un encuentro con el Señor y con los hermanos. Pero al mismo tiempo me pregunto una vez más por el futuro de la fe en las pequeñas poblaciones rurales y en Europa en general. ¿Por qué las jóvenes generaciones no sienten atracción por la Eucaristía? ¿Por qué los creyentes de más edad no hemos sabido compartir con ellas su belleza y su fuerza?
Yo no cambio la Eucaristía cotidiana por ninguna otra experiencia, por atractiva que parezca. ¿Quién me contagió esta pasión que yo no he sabido contagiar a otros? Reconozco que la verdadera religión consiste en el amor (la liturgia navideña lo repite por activa y por pasiva), pero me agota el discurso de quienes oponen una vida desde el amor a la celebración del amor por excelencia que es la Eucaristía. ¿Cabe esperar una renovación en los próximos años o los cinco de la misa de ayer constituyen un símbolo de la fe minoritaria que nos aguarda en las próximas décadas? Me volví a casa sereno, pero pensativo. No sé si todavía podemos hacer algo o tenemos que resignarnos a los “signos del los tiempos”.
Me imagino la paz que encuentras en estos rincones preciosos que tenéis en Vinuesa...
ResponderEliminarCuando se viven situaciones muy dispares y que bailan multitud de sentimientos, es una necesidad parar y poner orden… Cuando se consigue hacerlo todo se vuelve más digerible.
Este grupo de seis personas, estáis alimentando el fuego de la fe para que no se apague. Me lleva al recuerdo de Mt cuando dice de no dejar apagar el pábilo que humea.
Las madres de familia y también los padres, nos hacemos la misma pregunta: ¿qué está fallando que no hemos sabido transmitir la fe a nuestros hijo/as?
No podemos dejar de confiar que Dios, a pesar de todas las dificultades, no dejará hundir la barca.
Escribes: No sé si todavía podemos hacer algo o tenemos que resignarnos a los “signos de los tiempos”… Creo que se puede todo, hacer algo y saber leer los signos de los tiempos. Pienso en un trabajo de hormiga, constante y sin hacer mucho ruido… Las grandes renovaciones en la construcción, siempre comienzan con un poco de cemento, con un ladrillo…
Hay dos cosas importantes a tener en cuenta, hablando de la Eucaristía: Los horarios que no son compatibles con los trabajos profesionales, por un lado y por otro, una buena y profunda catequesis de la Eucaristía, al alcance de todos.
Gracias Gonzalo por ayudarnos a revivir nuestra fe.
Yo pienso que no debemos resignarnos solamente, nos es necesario la paciencia, el ejemplo, tener esperanza y que a los que formamos la Iglesia se nos note que la oración es necesaria y que practicamos lo que buscamos en ella
ResponderEliminarGonzalo, muchas gracias por compartir.
ResponderEliminarDemos gracias a Dios por todo lo recibido en este año que termina y abramos los brazos y el corazón para recibir el bien que nis viene, al tiempo de acercar las palabras y los gestos de Jesús a todos los que se crucen por nuestro camino.
Feluz Año y un abrazo