Hoy es san Andrés, uno de los doce apóstoles de Jesús. En muchas partes del norte de España se está cumpliendo el refrán: “Por los Santos, la nieve en los altos; por san Andrés, la nieve en los pies”. Mi hermano me envió un vídeo en el que se veía mi pueblo cubierto de nieve. Aquí en Madrid no ha caído ni un copo. Tras el desastre causado por Filomena, los madrileños no quieren oír ni hablar de nieve. Quizá estarían dispuestos a ver un suave manto blanco sobre los tejados, pero no una copiosísima nevada como la caída el pasado mes de enero. Los meteorólogos siguen anunciando nevadas para los próximos días, sobre todo en la mitad norte de la península. Parece que el invierno se está adelantando un poco.
En este tiempo frío, me detengo en una frase brevísima del evangelio de Juan referida a Andrés que ya comenté el año pasado, pero que me sigue fascinando. Por eso, vuelvo a la carga desde otra perspectiva. Después de haberse encontrado con el Maestro, Andrés quiso compartir su experiencia con su hermano Simón. Ambos eran pescadores oriundos de Betsaida. El evangelio de Juan resume la acción de Andrés en cinco palabras: “Y lo llevó a Jesús” (Jn 1,42). También el original griego tiene cinco palabras: “égagen autòn pròs tòn Iesoun”. Solo por esa acción Andrés merece ser recordado e imitado.
Me parece que la verdadera misión de la Iglesia consiste precisamente en eso, en llevar a los hombres y mujeres a Jesús, en compartir la experiencia de encuentro con él y en facilitarles el camino. Él se encargará de lo demás. Llevar a Jesús significa, en primer lugar, eliminar todas las trabas que se interponen entre nosotros y él. No me refiero solo al pecado personal. Muchas personas siguen pensando que las iglesias son más obstaculizadoras que facilitadoras. O sea, que hacen innecesariamente difícil el acceso. Hay normas que, aunque tal vez nacidas para proteger derechos y custodiar deberes, constituyen en la práctica una barrera para el encuentro libre y gozoso con Jesús. A veces, los sacerdotes no nos comportamos como Andrés, sino como aquellos otros discípulos que cuando llevaron unos niños a Jesús para que los tocara “los regañaban” (Mc 10,13). El texto evangélico es contundente: “Jesús, al verlo, se indignó y dijo: Dejad que los niños vengan a mí, no se lo impidáis, porque de los que son como ellos es el reino de Dios” (Mc 10,14).
¿No se indignaría también hoy Jesús cuando la Iglesia pone tantas trabas a los divorciados vueltos a casar, a los homosexuales que viven juntos, a los sacerdotes secularizados, a los jóvenes que cuestionan algunas prácticas…? Parece que “regañar” es un verbo que conjugamos con bastante frecuencia. Cada vez que impedimos a la gente (también a las personas que no son éticamente irreprochables, que han infringido algunas normas, que no tienen los papeles en regla) acercarse a Jesús, él se indigna. El verbo griego usado por Marcos (eganáktesen) es muy fuerte. Más nos valdría prestarle atención y actuar en consecuencia.
Por el contrario, hay en nuestra Iglesia muchos Andrés; es decir, personas que no remiten a sí mismas, sino que con humildad saben llevar a los demás a Jesús. Es verdad que hay sacerdotes, consagrados y laicos que siempre se colocan en el centro. Quizás es la tentación de algunos de nosotros: hablar mucho de lo que somos y hacemos y poco de Jesús. El papa Francisco ha puesto de moda la palabra “autorreferencialidad” aplicada a la Iglesia. Es la actitud de quien se mira el ombligo y se olvida de que no vivimos para nosotros mismos sino para los demás.
Sin embargo, los modernos Andrés tienen la humildad suficiente como para no considerarse el centro. Saben que el centro es Jesús; por eso, acompañan a las personas al encuentro con él, señalan la dirección, hacen fácil el camino, abren puertas, eliminan obstáculos y, sobre todo, comparten lo que ellos mismos han experimentado. Creo que en esto consiste la verdadera evangelización: en llevar a Jesús. Solo él puede transformarnos por dentro. No se trata, pues, de poner el acento en la adhesión a un líder o movimiento o en la aceptación de algunas consignas, sino en el encuentro personal con Jesús. En este día de san Andrés necesitamos una copiosa “nevada” de humildad.
El tema de hoy, lleva a mucha reflexión y a cuestionar como vivimos nuestra vocación misionera, vocación de todo cristiano, para poder hacer como Andrés, “llevar a los demás a Jesús” y ello lleva a muchos interrogantes: ¿He hecho yo, la experiencia de encuentro con Jesús para poder acompañar a otros? ¿Estoy abiert@ al encuentro con Él? ¿Cuántas veces he sido un impedimento para que se produzca este encuentro?
ResponderEliminarMe parece muy importante cuando dices que consiste en COMPARTIR LA EXPERIENCIA DE ENCUENTRO CON ÉL y en facilitarles el camino y además añades que la verdadera evangelización consiste en llevar a Jesús y nos comunicas que SOLO EL PUEDE TRANSFORMAR POR DENTRO.
Gracias Gonzalo, porque tú, tanto a nivel personal como comunitario, he podido experimentar que eres uno de “los modernos Andrés que tienen la humildad suficiente como para no considerarse el centro. Sabes que el centro es Jesús; por eso, acompañas a las personas al encuentro con Él, señalas la dirección, haces fácil el camino, abres puertas, eliminas obstáculos y, sobre todo, compartes lo que tu mismo has experimentado.
Un abrazo.