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martes, 9 de noviembre de 2021

Madre del pueblo

Hoy celebramos en Madrid la solemnidad de Nuestra Señora de la Almudena, patrona de la villa y de la archidiócesis. Mi casa está relativamente cerca de la explanada de la catedral donde se está celebrando la misa. Estoy siguiendo su retransmisión por la pantalla de mi ordenador mientras tecleo la entrada de hoy. Hace una hermosa mañana de otoño. A juzgar por las imágenes que me llegan, muchas personas se han echado a la calle. Tras año y medio de pandemia, la gente tiene ganas de salir y de expresar públicamente su fe. 

Es obvio que no todos los madrileños son cristianos, pero supongo que la mayoría no ve con malos ojos que se celebre esta fiesta. Se dice que en México no todos son creyentes, pero todos son guadalupanos, como si la Virgen del Tepeyac ejerciera una especie de maternidad universal que va más allá de la fe explícita. No me atrevo a decir lo mismo de los habitantes de Madrid con respecto a la Virgen de la Almudena, pero percibo una ola creciente de simpatía y popularidad. Es como si, una vez más, se cumpliera la vieja profecía: “Todas las generaciones me llamarán bienaventurada”.

¿Se pueden seguir celebrando en la calle estos ritos (misa y procesión) en una sociedad aconfesional y pluralista? Hay personas que los consideran residuos del viejo nacionalcatolicismo o atentados contra el sacrosanto pluralismo. Creo que la mayoría, sin embargo, considera que todos los ritos que cohesionen a un pueblo son significativos en tiempos de rampante individualismo. Me llama la atención que en un país tan plural como la India, por ejemplo, la Constitución reconozca el arraigo social de cinco grandes religiones. Una prueba de este respeto a la diversidad es que todas tienen derecho a dos días festivos que lo son para todo el país, más allá de las creencias de cada uno. Las dos festividades cristianas que se han socializado son Navidad y Viernes Santo. ¿No es una hermosa señal de respeto al significado de la religión en la vida de los seres humanos y de aprecio de las diversas tradiciones? 

En Europa tenemos menos capacidad de integrar las diferencias. Tendemos a transformar las polaridades en dualismos excluyentes: o Dios o el hombre; o religión o humanismo; o libertad o fe… Contemplando las imágenes de la celebración de la Almudena y la participación de todos los partidos políticos en el acto, me ha renacido la esperanza de que tal vez estamos caminando, a pesar de episodios contrarios, hacia sociedades cada vez más inclusivas y tolerantes. No faltarán los talibanes de un signo u otro, pero la mayoría de los ciudadanos muestra actitudes de respeto, apertura y colaboración. Este año se ha querido subrayar además la fuerza de la esperanza. María es también la Madre de la esperanza.

Por otra parte, como he escrito en numerosas ocasiones en este blog, María ejerce un magnetismo especial, incluso sobre las personas que no se consideran cristianas ni siquiera creyentes. Es como si intuyeran que donde hay una madre hay siempre hogar, familia, fraternidad. Invocar juntos a María significa exorcizar los demonios del enfrentamiento fratricida y del odio excluyente. María es siempre la madre del pueblo, de cualquier pueblo. Me gusta ver a los ciudadanos de Madrid, entre los cuales me cuento, celebrando a su patrona. 

Quizá la advocación de la Almudena no suscita la misma emoción que la del Pilar o la de Guadalupe, pero es hermoso que la “Virgen de la muralla” derruida siga derribando los muros que nos impiden vivir como familia. Más allá de la experiencia de fe, las sociedades que eliminan o pervierten sus ritos de agregación acaban por no saber de dónde vienen, quiénes son sus componentes y qué vínculos los mantienen unidos. Por eso, en este Madrid del siglo XXI, en esta ciudad acogedora, multiétnica y multicultural, celebro que podamos dedicar un día a recordar a la madre de Jesús, a la Virgen de la Almudena, como la madre del pueblo. Y celebro que intelectuales y artistas, obreros y comerciantes, personal de seguridad y de servicios, sacerdotes y consagrados, sientan que tienen una Madre común que les ayuda a vivir su común humanidad.


2 comentarios:

  1. La devoción a María, en ocasiones, va desligada de la fe. Sobre todo, en este tiempo de pandemia, he escuchado varias veces: “yo no creo en Dios, pero sí que rezo a María y eso me ayuda”. En este tiempo, para muchos, María ha sido la Madre de la esperanza.
    Desde los santuarios dedicados a María, en sus diferentes nombres, siempre atrae, siempre es la Madre que nos espera… Acercarte a ella, es “ir a casa” y emocionalmente, sentimos su corazón de madre.
    Leyendo la entrada de hoy me has sugerido lo que decía Claret: "Tendré para con Dios, corazón de Hijo; para conmigo mismo corazón de juez; y para con el prójimo, corazón de Madre"
    Gracias Gonzalo, nos has llevado a María desde el corazón…

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  2. gracias Gonzalo por tu reflexión mariana tan acertada. A Jesús por María!

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