El mensaje de este XXVII Domingo del Tiempo Ordinario no puede ser más actual. Se refiere a experiencias que estamos viviendo todos los días. Miles de hombres y de mujeres se casan. Miles de hombres y de mujeres se separan o se divorcian. Basta entrar en este enlace para conocer con detalle los datos referidos a España.
¿Cómo iluminar desde la Palabra de Dios la compleja realidad que estamos viviendo? ¿Se puede decir algo desde el Evangelio o debemos resignarnos a caminar según los signos de los tiempos? ¿Podemos ser propositivos o tenemos que conformarnos con ser solo reactivos? Me detengo en tres focos de luz:
- El ser humano no está hecho para vivir aislado. Nadie puede ser feliz en soledad, aunque esté inmerso en un jardín maravilloso en el que brotan “toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer” (Gen 2,9). Es la enseñanza del fragmento del libro del Génesis que leemos hoy en la primera lectura. Ni las riquezas materiales, ni la sana convivencia con los animales son suficientes para dar sentido a la vida. Por eso, el autor del texto sagrado pone en labios de Dios esta sentencia: “No está bien que el hombre esté solo; voy a hacerle alguien como él que le ayude”. Estamos hechos para amar.
- Las relaciones humanas son el lugar privilegiado del encuentro con Dios. El texto del Génesis que leemos hoy (2,18-24) no pretende enseñarnos de dónde viene la mujer, sino ofrecer respuestas a las grandes preguntas que nos acompañan desde siempre: ¿Quién es el varón? ¿Quién es la mujer? ¿Por qué existe la bipolaridad sexual? ¿A qué se debe que el hombre y la mujer sientan con fuerza la atracción sexual? ¿Es la mujer inferior al varón o ambos poseen igual dignidad? El texto hebreo, al hablar simbólicamente del origen de la mujer, utiliza la palabra ke‑negdò, que se suele traducir como “semejante a él”, aunque en realidad significa “frente a él”. Dios coloca a la mujer “frente al varón” para que establezca con él un diálogo fecundo, un enfrentamiento a veces duro, que puede comportar tensiones inevitables. El objetivo es la humanización progresiva de ambos. La mujer y el varón se ayudan mutuamente a ser ellos mismos. En su relación, Dios se transparenta como el garante de su mutuo amor.
- El amor entre el hombre y la mujer está llamado a ser personal, indisoluble y fecundo. Según Jesús, este es el proyecto de Dios para los seres humanos y, por tanto, su verdadera felicidad. Lo que ocurre es que la vida es muy compleja. Por diversas razones, no siempre podemos realizar este ideal. Surgen entonces las múltiples estrategias humanas para manejar la complejidad: la separación, el divorcio, etc. Esta era una práctica normal en tiempos de Jesús, como lo es hoy en la mayoría de nuestras sociedades modernas. En cierto sentido, es inevitable y, como tal, debe ser regulada con la mayor equidad posible. Por eso, Jesús se preocupa de garantizar la dignidad de la parte más débil (generalmente la mujer) y, sobre todo, de recordarnos en qué dirección debemos avanzar para vivir el verdadero sueño de Dios.
¿Puede haber convivencia entre un hombre y una mujer sin establecer un compromiso formal? ¿Se pueden divorciar los cónyuges de mutuo acuerdo? ¿Es admisible el matrimonio entre personas del mismo sexo? Estas y parecidas cuestiones forman parte del debate actual. Para muchas personas (sobre todo, jóvenes) ni siquiera constituyen objeto de debate porque no tienen ningún reparo en responder afirmativamente. La mera convivencia, el divorcio o el llamado matrimonio igualitario les parecen cosas tan normales que ni siquiera se las cuestionan. Han nacido en este ambiente. Consideran casi ofensivo que alguien pueda mostrar una actitud crítica.
En ciertos contextos, parece que la enseñanza de la Iglesia está tan alejada de la realidad social que nadie la toma ya en consideración, ni siquiera para criticarla. Y, sin embargo, creo que constituye una profecía de futuro. Más que recordarnos un modelo antiguo hoy superado, nos señala, a la luz de la Palabra de Dios, cuál es el verdadero camino de humanización, por más que no siempre lo comprendamos. Apunta a un futuro nuevo, inédito, revolucionario. Y más en el umbral de una época transhumana como la que estamos inaugurando.
En otras palabras, la propuesta del Evangelio es demasiado novedosa como para ser vertida en los odres viejos de nuestras costumbres. Desde una inmensa comprensión de las complejas situaciones humanas por las que atraviesan hoy muchas personas, nunca tendríamos que renunciar al sueño de Dios. Es la única forma de abrirnos a la verdadera felicidad. No hay nada más humano que todo lo divino. Pero no todos −ni siquiera los discípulos− podemos con esto. Dios sabe ser infinitamente paciente y misericordioso y abrir siempre caminos insospechados cuando nosotros vemos solo fronteras. Nadie queda excluido de la mesa del Reino, ni siquiera quienes no se reconocen en estas categorías.
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El hecho de que vayan de baja las separaciones y/o divorcios, no es bien real, ya que cada día hay más parejas que viven juntas sin ningún registro.
ResponderEliminarNo es fácil que la pareja se mantenga con un mismo ideal. En el momento del encuentro, me gusta la imagen que pones de que “Dios coloca a la mujer “frente al varón” para que establezca con él un diálogo fecundo”…
Lo ideal sería que fuera así, pero los dos llegan al encuentro con una mochila encima, cada cual la suya, y la evolución no es paralela… La vida de pareja no es un camino llano, en general es muy tortuoso, y requiere el “saber amar de verdad” para que cada cual busque el bien del otro y en muchos momentos es muy difícil y se rompe la relación.
Gracias Gonzalo, por este último apartado que nos sugiere confianza y esperanza en Dios… y me recuerda que atravesando un túnel llegaremos a la luz: “No hay nada más humano que todo lo divino. Pero no todos −ni siquiera los discípulos− podemos con esto. Dios sabe ser infinitamente paciente y misericordioso y abrir siempre caminos insospechados cuando nosotros vemos solo fronteras. Nadie queda excluido de la mesa del Reino, ni siquiera quienes no se reconocen en estas categorías.”