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sábado, 9 de octubre de 2021

Aprendiz de urbanita

He vivido casi siempre en ciudades. Algunas grandes (como Roma o Madrid) y otras pequeñas (como Aranda de Duero, Segovia, Castro Urdiales o Colmenar Viejo). Sin embargo, mi alma es rural. Así que, en cuanto me ha sido posible, he dejado Madrid, mi nueva sede, y me he escapado a la montaña, al lugar en el que nací. Necesito el olor de los pinos, los colores amarillentos de los robles, las setas escondidas bajo una capa de acículas secas, los atardeceres suaves y las primeras chimeneas encendidas. Me he preguntado muchas veces por qué estas estampas ejercen una atracción tan grande sobre mí. Tal vez lo averigüe la próxima semana.

Pero, mientras llega ese momento, confieso que esta vez Madrid me está resultando mucho más risueña que en otras ocasiones. Disfruto inspeccionando mi nuevo barrio. La dependienta de un bazar chino me sonríe cada vez que me ve entrar para comprar esas cosillas domésticas que se necesitan cuando uno se está instalando: alcayatas para colgar un cuadro, perchas para los armarios, bayetas de limpieza y cosas por el estilo. Aunque las ciudades tienden a volvernos seres anónimos, es posible ir estableciendo lazos con las personas que vemos con más frecuencia. 

Ayer por la mañana participé en la misa de la parroquia de Nuestra Señor del Buen Suceso. De la fachada metálica pende una lona azul con la frase evangélica: “No me habéis elegido vosotros; os he elegido yo”. Dentro, todo son medidas anti-Covid: flechas en el suelo que señalan las vías de entrada y salida, pegatinas en los bancos para indicar el lugar en el que tienen que sentarse los fieles, puertas abiertas de par en par para que circule bien el aire, dispensadores de gel hidroalcohólico y carteles con algunas recomendaciones. Como el espacio es bastante amplio, la gente se distancia de forma espontánea. Me cuesta acostumbrarme a estas celebraciones tan asépticas. Me temo que será difícil volver a la antigua proximidad. El Covid nos ha vuelto a todos muy distantes, física y emocionalmente.

Alrededor de mi casa hay tiendas y establecimientos de todo tipo: desde una librería-café hasta infinidad de fruterías, pequeños supermercados, relojerías, farmacias, tiendas de muebles, panaderías, peluquerías, agencias de viajes, etc. Y, por supuesto, muchos bares y restaurantes. No faltan las grandes tiendas de El Corte Inglés, Zara y otras marcas famosas. Aunque todavía no he tenido tiempo de usarla, una de las mejores cosas de Madrid es su amplia y eficiente red de transportes públicos. En este punto la diferencia con Roma es abismal. Uno se puede mover a cualquier punto de la ciudad en autobús, metro o tren de cercanías. De momento, me conformo con hacer a pie algunos recorridos por mi barrio. Da gusto ver a una ciudad que se va recuperando de las restricciones pasadas y que pugna por vivir, aunque un buen número establecimientos cerrados muestra que la pandemia nos ha dejado más heridas de las que se ven a simple vista. En fin, acabaré siendo un urbanita civilizado.



2 comentarios:

  1. Nos dices: “Me temo que será difícil volver a la antigua proximidad. El Covid nos ha vuelto a todos muy distantes, física y emocionalmente”.
    Sí, será difícil volver a la antigua proximidad. Se da un mensaje subliminal de “el otro es un peligro para ti”. Por otra parte, hay la necesidad de proximidad y el que se atreve a romper distancias se siente culpable por ello… Personas mayores acercan una mano temblorosa y otras manifiestan la necesidad de un abrazo.
    Ahora podrás disfrutar de ciudad y de montaña. Todo lo tienes más cerca. Los recuerdos de infancia siempre atraen.
    Doy gracias a Dios por tu nuevo destino que deseo lo puedas vivir con intensidad. Gracias por compartirlo.

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  2. Gracias por compartir! Se vislumbra, tu capacidad contemplativa y tu interioridad, aquello, que ves más allá.

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