Hacía bastante tiempo que no dejaba de escribir mi entrada diaria en el Rincón, pero en los dos últimos días me ha sido imposible. Se me han acumulado tantos compromisos que no he encontrado tiempo para sentarme ante el ordenador. Lo hago de nuevo en este XIV Domingo del Tiempo Ordinario, cuando el mundo se acerca a los cuatro millones “oficiales” de muertos por Covid y, tras el optimismo de las últimas semanas, aparece de nuevo la preocupación por el aumento de contagios entre los jóvenes y la difusión de la famosa variante Delta.
El verano no parece tan tranquilo como se pronosticaba. Yo ultimo mis preparativos para dejar Roma mañana a primera hora. Estrenaré en el aeropuerto el “certificado digital” (o green pass) que la UE expide a aquellos que han recibido la vacuna. Dispongo también del QR que las autoridades españolas exigen a los que ingresan en el país. Se ha complicado viajar, aunque la tecnología nos echa una mano para facilitar las cosas y, de paso, tenernos a todos “bajo control”. Esta tendencia va a más cada día. Google sabe muchas cosas, demasiadas, de nosotros; los estados no quieren quedarse atrás. Caminamos hacia la sociedad del control total.
Meditando esta mañana el Evangelio del domingo, me han sorprendido las cinco −nada menos que cinco− preguntas que se formulan los paisanos de Jesús cuando este llega a su pequeña aldea de Nazaret. Merece la pena recordarlas: “¿De dónde saca todo eso? ¿Qué sabiduría es ésa que le han enseñado? ¿Y esos milagros de sus manos? ¿No es éste el carpintero, el hijo de María, hermano de Santiago y José y Judas y Simón? Y sus hermanas ¿no viven con nosotros aquí?”. Les sorprende que pueda haber algo especial en un hombre que se ha criado con ellos y que no dispone de credenciales. Es uno más, un carpintero, “hijo de María” (¿había muerto ya José?), que no había frecuentado ninguna escuela ni había sobresalido durante los años en que vivió en el pueblo. ¿De dónde, pues, saca esa “sabiduría” que parece alzarse por encima de la mediocridad general?
Las preguntas de los paisanos de Jesús son también nuestras preguntas, solo que con los matices que impone el contexto actual. Me atrevo a reformularlas: ¿Por qué creer en Jesús si no sabemos casi nada de él? ¿Es posible que Dios, en el caso de que exista, haya querido manifestarse en un pueblerino judío? ¿Quién me asegura que creer en él es una apuesta segura? ¿Cambiaría en algo mi vida si dejara de creer en Jesús? ¿No hemos acumulado ya suficientes argumentos para considerar que Cristo y su obra (la Iglesia no es más que un montaje humano que sobrevive en los meandros de la historia? Cada uno de nosotros podemos añadir otras preguntas que reflejen mejor nuestra situación personal.
Te hemos echado de menos, pero hemos podido aprovechar de algunas entradas anteriores que siempre llevan a una reflexión nueva.
ResponderEliminarDe momento, no se acaba el tema del virus. Es curioso de que ahora abren la vacuna a los jóvenes y a cada telediario nos hablan de jóvenes contagiados… En verano, iremos aguantando, interesa para que la economía no se derrumbe… Veremos qué pasa cuando se acaben las vacaciones y estemos a punto de empezar el nuevo curso.
Gracias por reformular las preguntas que sí, podemos hacerlas nuestras y añadir unas cuantas más… Me pregunto si ¿llegaremos, algún día, a conocer a Dios y a Jesús y podernos identificar con él si cada día aparece nuevo según el momento de la vida personal que vivimos?
Estoy de acuerdo de que Jesús puede extrañarse de nuestro pensamiento y comportamiento hacia Él… Su lenguaje no coincide con el nuestro.
Continúo preguntándome lo que sugieres: “si somos capaces de seguir reconociendo las huellas de Dios en las realidades más sencillas de nuestra vida”… Quizás a veces nos complicamos la vida y queremos reconocerlas en las realidades más complejas… Gracias Gonzalo, que tengas un feliz verano.