Anteayer, en la tradicional audiencia de los miércoles, el papa Francisco terminó con estas palabras en italiano: “Pasado mañana [o sea, hoy viernes] celebraremos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, en la que el amor de Dios se dio a conocer a toda la humanidad. Os invito a cada uno de vosotros a mirar con confianza al Sagrado Corazón de Jesús y a repetir con frecuencia, especialmente durante este mes de junio: Jesús, manso y humilde de corazón, transforma nuestros corazones y enséñanos a amar a Dios y al prójimo con generosidad”. El Papa nos propone una oración muy sencilla para este mes de junio.
En primer lugar, nos invita a mirar con confianza al Sagrado Corazón de Jesús y a dejarnos mirar por él. Este juego de miradas puede cicatrizar muchas de las heridas que nos desangran espiritualmente. Es importante mirarle a él, pero mucho más importante es dejarnos mirar por él. Sobre cada uno de nosotros se podría decir lo que el Evangelio dice con respecto al joven rico: “Lo miró con cariño” (Mc 12,21). Cuando Jesús nos mira así enciende todo lo que es oscuro en nosotros, nos devuelve la confianza perdida, la fe apagada, la esperanza en un futuro mejor. Miramos y nos dejamos mirar por un Jesús que es – como él mismo se presenta – “manso y humilde de corazón”. La suya no es una mirada arrogante o inquisidora, sino llena de mansedumbre y humildad. A este Jesús, y no a otro inventado por nosotros, le hacemos una doble petición.
La primera consiste en pedirle que transforme nuestros corazones, que es como pedirle que cambie nuestro centro personal, allí donde percibimos la realidad y tomamos decisiones. A menudo este corazón puede estar emponzoñado por el odio, la envidia, la rabia, la rigidez o la tristeza. Nuestra capacidad de cambio es limitada. Solo él, con la fuerza de su Espíritu, puede transformar el odio en amor, la rabia en paciencia, la rigidez en ternura y la tristeza en alegría. Un corazón duro tiende a juzgar al mundo. Solo un corazón manso y humilde como el de Jesús puede sentir compasión. Sin una transformación profunda, nunca acabamos de dar un sentido pleno a nuestra vida. Nos limitamos a cambios cosméticos que son pan para hoy y hambre para mañana.
La segunda
petición consiste en pedirle que nos enseñe a amar a Dios y al prójimo con generosidad,
no con mezquindad. Vivimos en un contexto en el que todo se calcula para
conseguir el máximo beneficio con el mínimo coste. Lo que puede ser bueno para
la producción de objetos es nefasto en el campo de las relaciones interpersonales.
La generosidad implica un amor que se desborda, que va mucho más allá de lo
estipulado, que no tiene límites. El amor a Dios y al prójimo es una sola
moneda con dos caras. El uno es imposible sin el otro. No podemos decir que amamos
a Dios porque no amamos a nadie. Y tampoco podemos amar de verdad a las
personas si no es movidos por el Dios amor. Me gustaría desarrollar más estos
pensamientos, pero estos días dispongo de muy poco tiempo porque me aguardan las
clases.
A todos los lectores de este Rincón, os deseo una feliz fiesta del Sagrado Corazón de Jesús. Espero que hoy podamos celebrarla de alguna manera en el curso que estoy recibiendo porque, al fin y al cabo, se desarrolla en una universidad jesuítica. Y para la Compañía de Jesús hoy es una de sus fiestas grandes.
En esta fiesta del Corazón de Jesús, contemplando su corazón atravesado del que sale sangre y agua, nos ayuda a comprender que lo dio todo, sin reservas, porque nos ama.
ResponderEliminarSi conseguimos este juego de miradas: mirarle y dejarnos mirar, nuestra vida cambia seguro… Entra en el juego el sentido de la vista, pero también el corazón que es mucho más que un órgano que influye en la circulación de la sangre. No está en juego solo la parte racional sino que ésta se mezcla con la afectiva que mueve y remueve nuestro interior, aporta luz y energía.
Nos ayudaría estar abiertos a saber sincronizar con el ritmo cardíaco de Jesús aunque, de entrada, no es fácil esta conexión.
Gracias Gonzalo, espero que hayas disfrutado del día.