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domingo, 23 de mayo de 2021

Sobredosis de Espíritu

Tras una jornada repleta de acontecimientos, comencé el Domingo de Pentecostés con una vigila de oración. Ayer, a las 10 de la noche, mi comunidad romana parecía una maqueta de la Iglesia multicultural. Provenimos de 17 países distintos: Argentina, Camerún, Colombia, Congo, España, Filipinas, Haití, Honduras, India, Japón, Kenia, México, Nigeria, Paraguay, Polonia, Portugal y Sri Lanka. Somos los nuevos partos, medos y elamitas de los que habla la primera lectura de hoy. Empezamos la vigilia en el museo Claret (donde se conservan recuerdos de nuestro fundador), procesionamos con nuestras velitas a lo largo del pasillo de la planta baja y terminamos en nuestra capilla, frente al enorme mural que representa a María de Pentecostés. 

Antes de llegar a ese momento postrero, tuve tiempo de dar mi conferencia [comienza en el minuto 15 del vídeo] en la clausura de la 50 Semana Nacional para Institutos de Vida Consagrada, asomarme a la hermosa retransmisión del rosario desde el monasterio de Montserrat, celebrar la victoria del Atlético de Madrid en la Liga española [¡Enhorabuena, amigos atléticos!] y hasta de intuir la victoria de Italia en el festival de Eurovisión con un tema rock titulado Zitti e buoni” (callados y buenos) sobre el que tal vez vuelva la próxima semana. 

Mientras todo esto sucedía, mis amigos de Brotes de Olivo estaban celebrando por todo lo alto en Huelva el 50 aniversario del comienzo de su andadura musical y evangelizadora. O sea, que el menú del sábado fue bastante completo. No hubo tiempo para mucho más. Hoy domingo quiero digerirlo con calma. Las experiencias que no pasan por el corazón no nos alimentan, simplemente nos engordan. Y no se trata de ser “obesos espirituales”, sino personas fuertes, metabolizadas por el Espíritu de Dios.

Siempre me ha gustado mucho la fiesta de Pentecostés. Hice mi profesión perpetua como claretiano el día de Pentecostés de 1980. Me parece la fiesta de la madurez. Aprendemos a enfrentarnos a la vida sin muletas, solo con la fuerza del Espíritu. Dejamos de ver a Dios como un Ser lejano y enigmático y comenzamos a llamarlo Abbá-Padre. No reducimos a Jesús a un atractivo líder galileo que pasó por la historia diciendo palabras revolucionarias y haciendo algunos gestos llamativos, sino que lo percibimos como el amigo interior y el Señor de nuestra vida. Superamos esa tentación adolescente de ver a la Iglesia solo como una institución esclerótica y empezamos a sentirnos parte de ella como comunidad viva, como cuerpo de Cristo en la historia. 

Salimos de nuestra rutina y empezamos a descubrir las inmensas posibilidades que el Evangelio tiene en este nuevo mundo digital. No nos dejamos vencer por la tentación de considerar que católicos son “los nuestros”, sino que ensanchamos nuestro corazón hasta alcanzar a todos los seres humanos porque hemos comprendido que ser católico es ser universal, no sectario. Abandonamos la enfermiza costumbre de ver solo signos negativos por todas partes y empezamos a ver con otros ojos el torrente de bondad, verdad y belleza que el Espíritu derrama por todas partes. En fin, que Pentecostés es una “sobredosis” de Espíritu, un subidón de fe, esperanza y amor.

No vamos por la vida con moral de perdedores, aunque seamos muy conscientes de nuestra fragilidad y pobreza. No vamos como pidiendo perdón por ser discípulos de Jesús, aun cuando no estemos a la altura de sus exigencias. Ni escondemos ni imponemos el Evangelio, simplemente procuramos vivirlo con limpieza. Si nos preguntan, damos razón de nuestra esperanza. Si no, nos basta con las credenciales de la alegría y el amor. Nos sabemos combatientes en una batalla que nunca termina, pero no perdemos el sentido del humor ni nos enzarzamos en enfrentamientos inútiles. Agradecemos lo que fuimos en el pasado, pero no lo añoramos porque sabemos que “lo mejor está siempre por llegar”. 

Decimos que vivimos tiempos difíciles, pero sabemos que los de ayer no lo fueron menos y que mañana vendrán nuevos problemas. Pentecostés nos recuerda que el mundo es territorio del Espíritu (aunque la cizaña del maligno crezca en los rincones) y que la historia es tiempo del Espíritu (aunque haya días grises y años pandémicos). Mañana regresaremos al tiempo ordinario. Es bueno que así sea, pero no lo hacemos de vacío. La cincuentena pascual nos ha abierto los ojos para descubrir al Resucitado en la Galilea de nuestra vida cotidiana. Y la fiesta de Pentecostés nos asegura de que no estamos solos, de que Jesús nos ha dejado su Espíritu que nos irá conduciendo a la verdad plena.








1 comentario:

  1. Muchísimas gracias Gonzalo por habernos dado la oportunidad de escuchar tu conferencia. Ha sido un gran regalo del Espíritu. Con un lenguaje al abasto de todos, consagrados y laicos. No tiene desperdicio. Muy profunda, clarificadora e iluminadora. Hay mucho para reflexionar… Hay que volver varias veces a ella para interiorizarla bien e ir saboreándola y poniendo en práctica…
    Así de entrada, siempre hay puntos que destacan más y que estoy segura que irán saliendo muchos más… Interpela cuando hablas de Presencia-Ausencia… de que sólo se puede buscar si tienes un mínimo de experiencia de encuentro… Él tiene sus tiempos que no coinciden con los nuestros.
    Que puedas celebrar, con toda la fuerza, la fiesta de Pentecostés. Un abrazo.

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