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jueves, 27 de mayo de 2021

No da más de sí

Son cinco monosílabos que muchas personas hubieran querido no haber tenido que pronunciar nunca, pero que se vieron obligadas a hacerlo. Los cinco tienen que ver con el complejo mundo de las relaciones interpersonales. Hay matrimonios o parejas que, tras un tiempo de convivencia, experimentan una creciente distancia entre ellos. Cuando se hace insalvable, suele terminar en separación o divorcio. Lo confiesan entre deprimidos y aliviados: “No da más de sí”. A veces, no se llega a la separación legal, sino que se aceptan los límites con resignación después de haber intentado todo. De nuevo se invocan las mismas palabras: “Esto no da más de sí”. Experiencias parecidas pueden darse entre amigos que se distancian, comunidades religiosas en las que se envenena el ambiente, colaboraciones laborales truncadas, etc. 

Tarde o temprano, los seres humanos tenemos que vérnoslas con ciertos límites que no siempre sabemos gestionar bien. Los creyentes recordamos que Jesús nos ha dejado un solo mandamiento: “Amaos unos a otros como yo os he amado”. A partir de él queremos iluminar todas nuestras relaciones, pero pronto nos damos cuentas de que no es nada fácil vivir este precepto en circunstancias problemáticas. ¿Quién no ha experimentado límites que parecen infranqueables?

Cuando alguien deja de hablarnos sin motivo aparente, por ejemplo, o cuando perdemos la confianza en las personas, cuando el cónyuge se convierte en un extraño bajo el mismo techo, cuando el compañero de trabajo deja de colaborar como lo hacía antes, cuando en una conversación de grupo no sabemos qué decir, cuando todo parece gastado… ¿qué hacer? 

Los expertos en relaciones interpersonales nos ofrecen varias sugerencias para afrontar estas crisis. Lo primero es tratar de identificar las raíces para no dejarnos llevar solo por los síntomas. ¿Por qué dos amigos dejan de hablarse? ¿Por qué dos cónyuges o dos socios pierden la confianza mutua? ¿Por qué en una comunidad se enquista el diálogo? No siempre es fácil encontrar una causa precisa. A menudo, se trata de una cadena de factores que desembocan en la distancia. Con frecuencia nos creamos expectativas que no son realistas, proyectamos en los demás deseos que son solo prolongación de nuestras carencias afectivas.

En cualquier caso, se puede intentar la reconciliación a través de pequeños gestos de cercanía que preparen el clima para un diálogo sincero. Lo que se rompe a base de pequeñas cosas, también se puede reconstruir mediante pequeños detalles. Solo después es posible colocar las cartas sobre la mesa sin convertir el diálogo en una especie de juicio sumarísimo para determinar quién es inocente y quién culpable. Cuando se comparten los propios sentimientos, se pueden deshacer malentendidos y reconstruir vínculos. Si todo va bien, la crisis puede ser la oportunidad para una relación más auténtica y madura. Las partes aprenden a conocerse mejor, aceptarse y quererse.

Pero, a pesar de la buena voluntad, no siempre las cosas desembocan en un puerto seguro. Muchas veces se tuercen por factores incontrolables. Entonces las personas atrapadas en esta tormenta afectiva comienzan un proceso de deterioro que puede ser muy dañino. En un momento dado surgen de nuevo los cinco monosílabos: “Esto no da más de sí”. Parece el reconocimiento de un fracaso, pero quizá es la constatación serena de que, después de haberlo intentado, no se puede ir más lejos. 

Llegados a este punto, solo caben dos opciones: la aceptación resignada o la separación serena. La primera tiene hoy mala prensa, pero puede puede ser positiva si se asume con libertad. Hay veces que no queda más remedio que aceptar los límites y aprender a convivir con ellos de la manera más positiva posible. Conozco el caso de algunos matrimonios que, incapaces de llegar a un diálogo profundo, se resignan a convivir respetándose. En ocasiones, se impone la segunda. Es probable que, en casos especialmente tóxicos, lo más sensato sea una separación que evite procesos irreversibles de deterioro personal y abra posibilidades de recuperación. 

¿Cómo vivir estos complejos procesos desde la fe? No es fácil. Con frecuencia las personas creyentes sufren una doble frustración. La primera está provocada por el fracaso relacional; la segunda, por la sensación de que la fe no sirve para resolver estos asuntos. Se requiere tiempo para comprender que en la vida no todo sigue un curso liso y que forma parte de la experiencia de la cruz la aceptación de algunos límites no escogidos. No se trata de “espiritualizar” los problemas, sino de contemplarlos de cara con el realismo que nos da la fe. También esta aceptación serena es un ingrediente de nuestro proceso de maduración personal. 

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