¿No es este el mismo itinerario que necesitamos hoy para pasar de las tinieblas a la luz, del desaliento al entusiasmo y de una fe rutinaria a un nuevo compromiso evangelizador? Creo que sí. Para ello, necesitamos tomar conciencia de que Jesús siempre camina a nuestro lado por los senderos de la vida. Se acerca a nosotros, aunque no seamos capaces de reconocerlo, en múltiples mediaciones. Nos invita a compartir nuestras zozobras y preocupaciones con libertad. Su célebre pregunta – “¿Qué conversación lleváis por el camino?” – es el comienzo de una terapia que saca de nuestra bodega interior toda la amargura y sufrimiento que hemos ido acumulando a lo largo de nuestra vida.
Vuelvo sobre este texto en abril de 2021. En Roma ha amanecido un día frío y soleado, de primavera inicial. Me despierto con la noticia de la muerte del anciano teólogo Hans Küng, sobre quien hace tres años escribí en este blog y sobre el que volveré a escribir cuando acabe el retiro que estoy haciendo en esta semana de Pascua. Sus libros me han influido más de lo que yo mismo creo. Uno de los grandes méritos de Hans Küng fue acercar al gran público las eternas cuestiones que tienen que ver con el sentido de la vida humana. Sacó la teología a la plaza. No todos entendieron su apuesta. Lo tildaron de oportunista y de poco académico. Reconozco que su trayectoria fue muy polémica (sobre todo, en la década de los años 70 y 80), pero espero que el paso del tiempo le haga justicia. No es necesario canonizar a nadie en vida para reconocer que ha contribuido a anunciar con vigor intelectual el nombre de Jesús.
Siempre es preferible equivocarse en algo por lanzarse a la arena que permanecer “impoluto” por no arriesgar nada haciendo fructificar los dones que Dios nos ha dado. Jesús, en la conocida parábola de los talentos, expresa su opinión al respecto. Creo que no tenemos que tener miedo al camino porque – como nos revela el relato de Emaús – Jesús está en el camino. Más aún, se hace Camino. Cuando salimos de nuestras seguridades, el Espíritu nos va conduciendo a nuevos lugares donde la experiencia de Dios es más luminosa. El verdadero creyente es siempre un peregrino que encuentra la meta antes de llegar a ella porque el mero hecho de ponerse en camino es ya una actitud de búsqueda espiritual.
Volviendo al relato de Lucas, me sorprende la importancia que da al hecho de conocer las Escrituras. Ellas constituyen la clave para interpretar el designio de Dios en la historia. Cada vez me convenzo más de que los cristianos que se alimentan cotidianamente de la Palabra de Dios van desarrollando un “sexto sentido” que les permite moverse con confianza en este complejo mundo que nos ha tocado vivir. Saben por una especial intuición lo que “huele” a Evangelio y lo que se aleja de él. Aprenden a tomar las opciones correctas. Desarrollan una gran empatía con las personas que sufren. No se imponen con la contundencia de quienes tienen todo claro, sino que se ponen al lado de los que buscan. Desarrollan las virtudes de la paciencia, la compasión, la fidelidad y el buen humor.
La Palabra de Dios es como una linterna que les va mostrando el paso que tienen que dar. A veces, hay destellos de onda larga, pero, por lo general, a cada día le basta su pequeño haz de luz. Y, como es natural, la Palabra lleva a la Eucaristía. Un corazón encendido y calentado por la Palabra acaba reconociendo al Señor en el pan partido y en el vino derramado. Lucas se dio cuenta de esta dinámica y la propuso a los lectores de su Evangelio. Nosotros, dos mil años después, no podemos desperdiciar este tesoro. Y menos en tiempos de pandemia y de confusión espiritual.
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