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domingo, 14 de marzo de 2021

Un juicio desconcertante

El IV Domingo de Cuaresma sabe a noche y a juicio. Con un lenguaje arcaico, bastante alejado de las categorías que hoy usamos, el segundo libro de las Crónicas describe lo que le pasa al pueblo cuando es infiel: “En aquellos días, todos los jefes de los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, según las costumbres abominables de los gentiles, y mancharon la casa del Señor, que él se había construido en Jerusalén. El Señor, Dios de sus padres, les envió desde el principio avisos por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su morada. Pero ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras y se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su pueblo a tal punto que ya no hubo remedio” (2 Cro 36,14-16). Se utiliza sin tapujos el lenguaje del “castigo divino”. 

Hoy preferimos decir que nos condenamos a nosotros mismos cuando nos empeñamos en vivir en contra de la vocación que hemos recibido. De diversas maneras, también hoy “multiplicamos nuestras infidelidades” y “nos burlamos de los mensajeros de Dios”. No es extraño que a veces pensemos que nuestro mundo “ya no tiene remedio”, que somos un caso perdido. Esta conciencia se ha visto agudizada durante el año de la pandemia. No es que culpemos a Dios de habernos enviado el virus como castigo, pero quizás tenemos una difusa conciencia de que lo que estamos viviendo es consecuencia más o menos directa de un estilo de vida irresponsable e insostenible.

La tentación es sumirnos en la desesperanza. Por eso, necesitamos escuchar el diálogo nocturno que mantienen el viejo Nicodemo (miembro del Sanedrín judío) y el joven Jesús (profeta de Nazaret). Las palabras de Jesús nos ayudan a entender en qué consiste el “juicio” de Dios: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). Cuando sentimos que hemos equivocado el rumbo, cuando no podemos soportar el peso de nuestras decisiones, cuando todo nos parece perdido, la única solución consiste en levantar la mirada para contemplar al Crucificado: “Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna” (Jn 3,14-15). 

Como indica Fernando Armellini en su comentario de hoy, “es Jesús, el Crucificado, el que, destruyendo las expectativas y valores de este mundo, juzga las derrotas como victorias, el servicio como poder, la pobreza como riqueza, la pérdida como ganancia, la humillación como triunfo, la muerte como nacimiento”. Frente a la cruz de Jesús caemos en la cuenta de nuestras mentiras y egoísmos, de nuestra codicia y de nuestras pasiones. La cruz desenmascara nuestra falta de autenticidad, pero, a diferencia de otros “juicios” humanos, no nos humilla, no nos sume en el abismo de la tristeza y la desesperación, sino que nos recuerda que Jesús ha muerto para salvarnos. La cruz es, al mismo tiempo, cadalso y trono.

¿Cómo salir airosos de este juicio sumarísimo que es la pandemia que estamos padeciendo? Uniendo nuestra suerte a la de los “crucificados” de hoy, no buscando nuestra propia supervivencia, sino una vida mejor para quienes han sido más castigados por el pecado de todos. Esta solidaridad con los sufrientes será fuente de una nueva esperanza porque contiene en sí misma los gérmenes del misterio pascual. Cuanto más nos abajemos para compartir la suerte de los crucificados, más profundamente experimentaremos la fuerza de la resurrección. Y, al contrario: cuanto más busquemos “asegurar” nuestra vida a toda costa, más seremos víctimas del “síndrome del sepulcro”. Nuestra vida será prisionera de la tristeza y la desesperanza. 

Lo saben muy bien quienes en este año de pandemia han estado en la primera línea de la ayuda a los demás. Es casi seguro que se han vaciado emocionalmente, que han acusado cansancio y hasta depresión, pero, si han sabido vivir estas experiencias unidos a la cruz de Jesús, también habrán experimentado su energía salvadora. En medio de la noche siempre brilla la luz. Jesús lo dijo con otras palabras: “El que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios” (Jn 3,21).

Os dejo con un testimonio que nos estimula a sacar partido de la crisis pandémica que estamos viviendo. Merece la pena verlo y escucharlo hasta el final. Feliz domingo. 



1 comentario:

  1. Muy bueno Gonzalo!!!!! Al ver lo que duraba he dudado pero me ha gustado mucho!!! No sabía que seguían teniendo capellanes los clubes!!!!! Un abrazo. María N.

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