Han pasado 41 años desde la muerte de san Oscar Arnulfo Romero (1917-1980), el arzobispo de San Salvador asesinado mientras celebraba la Eucaristía en la pequeña capilla del hospital de cáncer La Divina Providencia que he tenido la gracia de visitar en dos ocasiones. Su asesinato sigue sin ser investigado a fondo. Es como si hubiera miedo a conocer la verdad. Precisamente en el Evangelio de hoy leemos una frase de Jesús que tiene que ver con la verdad: “Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Jn 8,31). El fruto de la verdad es la libertad; su raíz, la palabra de Jesús. Percibo en esta tríada (palabra - verdad - libertad) mucha luz para discernir los difíciles momentos que estamos viviendo.
Basta echar un vistazo a las publicaciones que abordan cuestiones religiosas o eclesiales para comprobar que las aguas bajan revueltas. Varias personas e instituciones se han rebelado contra el responsum de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre las bendiciones de las uniones de personas del mismo sexo. Hay también movida en relación con las vacunas contra el coronavirus. El Sínodo de la Iglesia alemana está haciendo propuestas que chocan con las orientaciones de Roma. Muchos cristianos cuestionan el apoyo de los creyentes a la famosa Agenda 2030 de la ONU porque contiene propuestas, avaladas por grandes corporaciones y grupos de presión, que van claramente contra los principios cristianos. Hay muchas personas que ven en el pontificado de Francisco una primavera eclesial, una apertura a una Iglesia propia del siglo XXI y otras que consideran que estamos en plena desintegración y a las puertas de un cisma. Tensiones parecidas a estas han existido siempre. Basta repasar la compleja historia de la Iglesia y algunas de sus rupturas más sangrantes. La gran novedad es que hoy, con la ayuda de los poderosos medios de comunicación social, casi todas saltan al primer plano, se difunden velozmente y acaban desorientando a muchas personas.
¿Cómo no ser víctimas de esta ceremonia de la confusión? ¿Se puede poner al mismo nivel el discernimiento hecho por el Concilio Vaticano II, por ejemplo, con lo dicho por un grupo de personas o una institución más o menos famosa? ¿Vale lo mismo la palabra autorizada del Papa, en cuanto sucesor de Pedro, que la opinión del editorialista de un periódico? ¿Es más verdadero lo que más ruido produce? Tengo la impresión de que hoy podemos sentirnos muy “esclavizados” por la opinión pública y con poca capacidad para un discernimiento sereno. Jesús nos da una primera pista: no puede haber auténtica libertad sin verdad. Por lo tanto, cualquier propuesta (de izquierdas o de derechas) que no se base en la verdad sino en los propios intereses será siempre una fuente de esclavitud intelectual y moral. El cristiano es, por constitución, una persona libre porque cree en Jesús (la Verdad) y porque sabe que solo la verdad nos hace realmente libres.
Pero ¿cómo acoger la verdad en tiempos de relativismo, de noticias falsas y de posverdad? ¿Cómo poner en práctica ese famoso proverbio de Antonio Machado: “¿Tu verdad? No, la Verdad, / y ven conmigo a buscarla. / La tuya, guárdatela”? Jesús nos ofrece la respuesta: si permanecemos en su palabra conoceremos la verdad. No deberíamos renunciar a este tesoro en aras de un mal entendido pluralismo ideológico o del diálogo intercultural. Solo quien acoge la palabra de Jesús y permanece en ella se deja inundar por la verdad y adquiere ese “sexto sentido” que le permite discernir en cada circunstancia lo que Dios quiere.
Soy consciente de que no es fácil hablar en estos términos en un contexto tan secularizado y polarizado como el que hoy vivimos en muchas partes del mundo. No es fácil encontrar a verdaderos “buscadores de la verdad”. Cada uno de nosotros la identificamos con aquellas convicciones y actitudes que son fruto de nuestro contexto sociocultural, de la educación recibida y de las experiencias personales. Hasta tal punto nos parece evidente lo que nosotros pensamos, que difícilmente estamos dispuestos a acoger la verdad que nos sobrepasa. No queremos abrirnos a la verdad, sino controlarla e imponerla.
A menudo no encontramos las respuestas adecuadas para los complejos problemas de nuestra sociedad. Hay fronteras éticas que requieren un discernimiento paciente. No todo es tan claro como parece a primera vista. Por eso mismo, necesitamos adiestrarnos para caminar en la niebla sin perder nunca de vista el faro de la verdad que es Jesús. Cada vez me convenzo más de que una espiritualidad basada en la Palabra de Dios nos va dando la capacidad que necesitamos para saber en cada momento lo que más huele a Evangelio, lo que va en la línea de Jesús. Y luego una actitud de humildad para caminar siempre con la Iglesia, por más que a veces no entendamos sus pausas o aparentes retrasos. Esto es lo que he visto en los grandes santos, cuyo ejemplo me convence más que los ruidos que nos llegan de los medios de comunicación social.
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