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jueves, 4 de marzo de 2021

La fidelidad no hace ruido


Cada vez que una persona famosa se separa o se divorcia, en seguida salta la noticia a los medios de comunicación. Este tipo de hechos vende mucho. Es como si las fragilidades de los demás (sobre todo de quienes a veces se han presentado como modelos) nos ayudase a justificar o sobrellevar nuestras propias fragilidades. Parece que el número de separaciones y divorcios se ha incrementado en los meses de la pandemia. El exceso de convivencia ha agudizado las tensiones latentes. También suelen causar cierto impacto los abandonos del sacerdocio o de la vida religiosa, sobre todo cuando hay algún escándalo de por medio. Alarmados a veces por este tipo de estadísticas, olvidamos que la fidelidad y la perseverancia tienen más fuerza que las rupturas y los abandonos, lo que ocurre es que producen menos ruido. Es verdad que hay muchas parejas que se separan o se divorcian, pero hay muchas más que, en medio de las dificultades, permanecen fieles y viven su amor hasta el final. La pandemia ha sacado también a la luz historias de matrimonios ancianos que se han estado ayudando mutuamente en situaciones muy precarias. Han hecho verdad lo que dijeron el día de la boda: “Prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida”.

Pero no solo se trata de matrimonios ancianos. Hay infinidad de padres y madres que hacen lo imposible por cuidar a sus hijos. Hay maridos y esposas que cuidan al cónyuge enfermo sin ceder al cansancio. Hay hombres y mujeres que son fieles a su conciencia, realizan cada día su trabajo con dedicación y honradez, pagan sus impuestos y no traicionan a sus amigos. Hay sacerdotes y consagrados que dedican sus vidas a Dios y a servir a los demás con alegría sin preocuparse lo más mínimo de dar publicidad a sus acciones. La pandemia ha multiplicado el número de profesionales y voluntarios que se han entregado hasta la extenuación sin recibir siempre el reconocimiento público. 

Me parece evidente que la fidelidad cotidiana de la mayoría no hace ruido. Por eso, porque es muy discreta, podemos caer en la trampa de pensar que no existe. Son tantas las noticias de rupturas e infidelidades que podemos creer que la fidelidad es una excepción cuando, en realidad, es la tónica de la vida. No podría ser de otra manera porque todos nosotros hemos sido hechos a imagen y semejanza de un Dios fiel que no retira nunca sus dones. Me gusta mucho que a los creyentes se nos llame precisamente “fieles/fideles”. Es una hermosa manera de poner de relieve que donde hay fe hay fidelidad.

Con frecuencia, al sustantivo “fidelidad” se le añade el adjetivo “creativa” para hacer ver que la verdadera fidelidad no consiste en una especie de permanencia rígida, sino en una búsqueda dinámica de la verdad. En este sentido, ser fieles significa cambiar en la medida en que vamos discerniendo con más hondura la voluntad de Dios sobre nosotros. En ocasiones, este discernimiento puede llevarnos a tomar otras opciones diferentes a las que en su día nos parecieron definitivas. Pero, en cualquier caso, estos cambios no son el resultado de decisiones superficiales o de caprichos efímeros, sino de un proceso de escucha y disponibilidad. Sé que a muchos jóvenes la sola idea de mantenerse en una opción durante toda la vida, además de parecerles imposible, les aterra. Han nacido en un contexto en el que “todo cambia” y “todo es relativo”. ¿Qué decisión puede sustraerse a esta volatilidad? Precisamente en un contexto como el actual (en el que no nos sentimos obligados por la fuerza de la costumbre) cobra todo su sentido comprometerse de por vida. Solo quien es amado y ama puede aventurarse a una opción de este calibre. En otras palabras, solo quien se sitúa en el ámbito de Dios puede ser fiel hasta el final.

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