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martes, 2 de marzo de 2021

Hacer y decir


[English below]

El refranero español está lleno de dichos en los que se denuncia la falta de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos. Espigo algunos: “Obras son amores y no buenas razones”, “No es lo mismo predicar que dar trigo”, “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”, etc. Me los ha sugerido una frase de Jesús en el evangelio de hoy: “En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid todo lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos dicen, pero no hacen” (Mt 23,2). Esta incoherencia “dicen, pero no hacen” es típica de algunos políticos, periodistas y eclesiásticos (profesiones en las que se dice mucho y no siempre se lleva a la práctica lo dicho), pero afecta también a muchos padres de familia, que piden a sus hijos lo que ellos mismos no están dispuestos a hacer: por ejemplo, decir siempre la verdad, no abusar del teléfono móvil o ser responsables en el trabajo. Este desdoblamiento entre lo que decimos y lo que hacemos pertenece a la naturaleza humana. En ocasiones, puede llegar a la hipocresía; es decir al “fingimiento de cualidades o sentimientos contrarios a los que verdaderamente se tienen o experimentan” (RAE). No hay persona que sea perfectamente coherente y auténtica. Y menos las que continuamente presumen de sinceridad. Frases del tipo “Yo siempre digo la verdad”, “En mí no hay recovecos” constituyen más una máscara protectora que un atestado de autenticidad. Indican un escaso conocimiento de uno mismo o una imagen distorsionada. Las personas más auténticas son, paradójicamente, las más conscientes de sus ambigüedades, medias verdades y mentiras. Por eso, se sienten pecadoras y buscan el perdón.

Igual que hay una vanagloria ridícula en la exhibición de la exterioridad, hay otra en la exhibición de la sinceridad. Presumir de sinceros es el más claro indicador de que carecemos de esta cualidad. Toda vanagloria nos aleja de la verdad. Si siempre la tentación del encubrimiento ha acompañado al ser humano (los primeros capítulos del Génesis describen magistralmente esta dinámica), hoy se ha convertido en un fenómeno cultural. Las modernas tecnologías facilitan todo tipo de suplantaciones. Nada es lo que parece. Todo puede ser maquillado, distorsionado, photoshopeado, customizado… hasta el punto de que la verdad de una cosa o de una persona no es la transparencia de su naturaleza, sino el resultado final de un proceso de elaboración. En el fondo, somos lo que queremos aparecer. En otras palabras, somos la imagen que proyectamos. No hay que obsesionarse con una imposible coherencia entre lo que creemos, decimos y hacemos. Convicciones, palabras y acciones pueden seguir caminos divergentes. El concepto monolítico de “coherencia” pertenece a un mundo superado. Hoy, en esta posmodernidad líquida, todas las combinaciones son posibles. ¿Por qué no puedo ir a misa el domingo, creer en la reencarnación después de la muerte y acostarme con la primera persona que me atrae? ¿Quién me obliga a seguir una línea recta cuando la vida se compone de infinitas líneas curvas y quebradas?

Si algo nos incapacita a los adultos para entender el poliédrico mundo juvenil, es la distinta concepción de la verdad y la coherencia. ¿Quién es más coherente: quien manifiesta una continuidad entre sus ideas, acciones y palabras o quien admite sin tapujos sus innumerables contradicciones y no presume de fidelidad a toda costa? No intento dar una respuesta y mucho menos emitir un juicio, sino simplemente hacerme cargo de la nueva situación mental y emocional de muchas personas. La variedad es infinita. Hay personas que hablan poco y hacen mucho; personas que hablan mucho y hacen poco; personas que no hablan y no hacen; personas que hablan y hacen; personas que consideran que su hablar es ya hacer; y personas que consideran que sus acciones son sus verdaderas palabras; personas nominalistas (que creen que basta decir una cosa para que suceda) y personas nihilistas (que no creen ni en las palabras ni en las acciones porque consideran que nada en esta vida tiene sentido). ¿Cómo orientarnos en este proceloso mar a partir de las palabras de Jesús? Me parece que la clave está en las palabras con las que se cierra el Evangelio de hoy: “El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido” (Mt 23,12). La capacidad de ponernos al servicio de los demás es la verdadera medida de nuestra autenticidad. No se trata de ser más o menos charlatanes o silenciosos, sino de expresar la verdad de nosotros mismos mediante la entrega: “Creo, luego sirvo”. Por cierto, ya se está hablando de cómo será el mundo pospandémico. Habrá que irse preparando. 

Do and Say

Spanish proverbs are full of sayings that denounce the lack of coherence between what we say and what we do. I have chosen some of them: "Works are love and not good reasons", "It is not the same to preach as to give wheat", "Tell me what you boast about and I will tell you what you lack", etc. They were suggested to me by a phrase of Jesus in today's Gospel: "The scribes and Pharisees sit in Moses' seat: "Do whatever they say to you, and do it; but do not do what they do, for they say, but do not do" (Mt 23:2). This incoherence - "they say, but do not do" - is typical of some politicians, journalists, and ecclesiastics (professions in which much is said and not always put into practice), but it also affects many parents, who ask of their children what they themselves are not willing to do: for example, to always tell the truth, not to abuse the cell phone or to be responsible at work. This split between what we say and what we do is human nature. Sometimes, it can lead to hypocrisy, i.e. "the pretence of qualities or feelings contrary to those one really has or experiences" (RAE). No person is perfectly coherent and authentic. Even less so those who continually boast of sincerity. Phrases such as "I always tell the truth", "There are no corners in me" are more a protective mask than an attestation of authenticity. They indicate a poor knowledge of oneself or a distorted image. The most authentic people are, paradoxically, the most aware of their ambiguities, half-truths, and lies. Therefore, they feel sinful and seek forgiveness.

Just as there is a ridiculous vainglory in the exhibition of exteriority, there is another in the exhibition of sincerity. To presume to be sincere is the clearest indicator that we lack this quality. All vainglory leads us away from the truth. If the temptation to conceal has always accompanied human beings (the first chapters of Genesis masterfully describe this dynamic), today it has become a cultural phenomenon. Modern technologies facilitate all kinds of impersonations. Nothing is what it seems. Everything can be made up, distorted, photoshopped, customized... to the point that the truth of a thing or a person is not the transparency of its nature, but the end result of an elaboration process. In the end, we are what we want to appear. In other words, we are the image we project. We should not be obsessed with an impossible coherence between what we believe, say, and do. Convictions, words, and actions can follow divergent paths. The monolithic concept of "coherence" belongs to an outdated world. Today, in this liquid post-modernity, all combinations are possible. Why can't I go to Mass on Sunday, believe in reincarnation after death, and sleep with the first person who attracts me? Who forces me to follow a straight line when life is made up of infinite curved and broken lines?

If there is something that incapacitates us, adults, to understand the multifaceted world of youth, it is the different conception of truth and coherence. Who is more coherent: he (or she) who shows continuity between his/her ideas, actions, and words or he (or she) who admits his/her innumerable contradictions and does not presume fidelity at all costs? I am not trying to give an answer, much less to pass judgment, but simply to take charge of the new mental and emotional situation of many people. The variety is infinite. There are people who speak little and do a lot; people who speak a lot and do little; people who do not speak and do not do; people who speak and do; people who consider that their speaking is already doing; and people who consider that their actions are their true words; nominalists (who believe that it is enough to say one thing for it to happen) and nihilists (who believe neither in words nor in actions because they consider that nothing in this life has meaning). How to orient ourselves in this stormy sea based on the words of Jesus? It seems to me that the key lies in the closing words of today's Gospel: "The first among you will be your servant. He who exalts himself will be humbled, and he who humbles himself will be exalted" (Mt 23:12). The ability to put ourselves at the service of others is the true measure of our authenticity. It is not a matter of being more or less talkative or silent, but of expressing the truth of ourselves through self-giving: "I believe, therefore I serve". By the way, people are already talking about what the post-pandemic world will be like. We will have to get ready for it. 

2 comentarios:

  1. Muy buena reflexión. Da mucho que pensar y sobre todo anima a hacer.

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  2. Me gusta y me hace bien todos los mensajes que nos transmites en esta entrada. En estos momentos me he hecho un resumen de como me ha resonado: Nuestra vida va variando mucho en la percepción que tenemos de lo que vivimos… y más ahora que cada día las noticias son diferentes y las circunstancias también, todo cambia a mucha velocidad y se hace difícil mantenernos, a pesar de todo, para que nuestra vida exterior refleje nuestra vida interior.
    No percibimos lo mismo si trabajamos y tenemos una calidad de vida que si todo sucede al contrario… Pero creo que Jesús nos pide que seamos transparentes y que el mundo exterior no nos lleve a alterar el orden de valores que tenemos en nuestro interior… Nos pide coherencia y entrega y autenticidad… Que nuestro SI sea SI… que nuestro NO sea NO.
    Qué difícil resulta, a veces, comprender un punto de vista diferente, porque lo contemplamos desde prismas diferentes.

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