La puerta de entrada a la Semana Santa es el Domingo de Ramos. En Europa lo hemos comenzado este año con una hora menos, puesto que a las 2 de la mañana los relojes se han adelantado a las 3. No sé si esta coincidencia tendrá algún significado simbólico. Quizá es más significativa la “hora del planeta”, el mayor movimiento mundial contra el cambio climático y la pérdida de biodiversidad. A esta iniciativa planetaria se unió ayer por la noche mi comunidad, así que de 20,30 a 21,30 apagamos las luces, desconectamos los ordenadores y otros dispositivos electrónicos y regresamos a las velas. No es una mala manera de acercarnos al misterio de la oscuridad-luz que celebraremos en los próximos días.
El Evangelio de este domingo del ciclo B es el relato de la Pasión según san Marcos. Como es bien sabido, los cuatro evangelistas dedican un gran espacio a la pasión y muerte de Jesús. Cuentan los mismos hechos, pero los narran desde perspectivas diversas y con diferentes objetivos. Cada evangelista selecciona o destaca aquello que puede resultar significativo para las comunidades a las que dirige su evangelio. Basándome en el comentario de hoy de Fernando Armellini, quiero destacar algunos acentos de la narración de Marcos que pueden ayudarnos a comprender mejor su profundidad y actualidad.
1) El evangelista nos muestra a un Jesús manso y desarmado, que se entrega en manos de sus enemigos sin reaccionar. Subraya este hecho para sostener la fe de los cristianos de sus comunidades, duramente probados por las persecuciones. Si el Padre no ha librado a su Hijo de las injusticias, las traiciones y los sufrimientos, los discípulos tampoco se verán libres de tener que afrontar en su vida la falsedad, la hipocresía, el disimulo y la violencia. Como se anuncia en las Escrituras (cf. Sal 37,14; 71,11), la suerte del justo pasa a menudo por ser víctima de los malvados. Es algo que estamos experimentando todos los días y que a menudo nos enoja: ¿por qué los corruptos, mentirosos y violentos medran mientras la gente de bien parece quedar siempre orillada?
2) Marcos subraya más que ningún otro
evangelista la soledad de Cristo durante la Pasión. En los otros
evangelios, siempre encontramos a alguien que está junto Jesús como una
presencia amiga: un ángel en Getsemaní (cf. Lc 22,43), un discípulo o la mujer
de Pilatos durante el proceso (cf. Jn 18,15; Mt 27,19), una gran muchedumbre o
un grupo de mujeres en el camino hacia el Calvario (cf. Lc 23, 27-31); la
madre, el discípulo predilecto, el buen ladrón (cf. Jn 19,25; Lc 23,40). En el
evangelio de Marcos no hay nadie: Jesús es traicionado por la multitud que
prefiere a Barrabás; es insultado, golpeado y humillado por los soldados; es ultrajado
por los transeúntes y por los jefes del pueblo presentes en el momento de la
crucifixión. Solo al final, después de haber narrado su muerte, Marcos hace
esta acotación: “Estaban allí, mirando a distancia, unas mujeres” (Mc
15,40-41).
4) Solo Marcos, refiriendo la oración de Jesús al Padre, destaca el apelativo arameo que ha usado: “Abbá, Padre” (Mc 15,36). Abbá corresponde a uno de tantos términos que, también entre nosotros, usan los niños para dirigirse a su progenitor. Decían los rabinos: “Cuando un niño comienza a saborear el trigo, (es decir, cuando ha sido destetado), aprende a decir «abbá» (padre) e «immá» (mamá)”. Los adultos evitaban esta expresión infantil, pero la volvían a usar cuando el padre envejecía, cuando se convertía en un abuelito y tenía necesidad de asistencia y de mayor afecto. Abbá expresaba confianza y ternura. En los evangelios este término aparece solamente aquí. Jesús lo emplea en el momento más dramático de su vida, cuando, después de haber pedido al Padre que lo librara de aquella prueba tan difícil, se abandona confiadamente en sus manos. Es la invitación a no dudar nunca jamás de amor de Dios, aun en las situaciones aparentemente más absurdas. Él es siempre el Abbá.
Creo que estos cuatro acentos pueden ayudarnos a meditar el relato de Marcos que será leído hoy en todas las iglesias del mundo. Por muy acostumbrados que estemos desde niños a contemplar a Jesús en la cruz, es bueno recordar una vez más que la cruz era el instrumento más cruel y horrible de los suplicios. Era la pena capital que los romanos reservaban a los bandidos, a los esclavos rebeldes, a los marginados de la sociedad y a los culpables de delitos execrables. Cicerón, el orador y escritor romano que vivió en el siglo I a.C., habla de la cruz como de “un castigo cuyo mismo nombre deber ser alejado no solo de la persona de los ciudadanos romanos, sino de sus pensamientos, de sus ojos, de sus oídos”.
Después de esto, ¿todavía nos atrevemos a profesarnos seguidores de un crucificado? ¡Se trata de una verdadera locura! O de una vergüenza que va contra el sentido común y que no tiene parangón en ninguna otra tradición religiosa. Pablo, escribiendo a los corintios, lo expresó con claridad: “Los judíos piden milagros, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros anunciamos un Cristo Crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos” (1 Cor 1,22-23). Este “escándalo” y esta “locura” es lo que vamos a celebrar en los próximos días. No hay sufrimiento causado por la pandemia o por cualquier otra causa que quede fuera del espacio cubierto por la cruz de Jesús. Por eso, mirándolo a Él, afrontamos de otra manera las pruebas de la vida.
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