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jueves, 4 de febrero de 2021

La paciencia (no) está de moda

Creo que hoy somos muy impacientes. Estamos tan acostumbrados a los mecanismos que funcionan pulsando un botón, tocando una pantalla o haciendo cualquier otra operación sencilla, que cualquier proceso que dure mucho tiempo se nos hace inaguantable. Queremos que todo se produzca de manera rápida, limpia e indolora. No entendemos eso de que “para el Señor un día es como mil años y un año como mil días” (2 Pe 3,8). Escribo esto porque anteayer, con motivo de la fiesta de la Presentación del Señor y de la XXV Jornada Mundial de la Vida Consagrada, el papa Francisco pronunció una homilía cuyo tema central fue la virtud de la paciencia. 

Partiendo de la paciencia del viejo Simeón, nos ayudó a explorar nuestra propia paciencia o impaciencia. Cuando observamos la actitud de Simeón descubrimos que “en la oración aprendió que Dios no viene en acontecimientos extraordinarios, sino que realiza su obra en la aparente monotonía de nuestros días, en el ritmo a veces fatigoso de las actividades, en lo pequeño e insignificante que realizamos con tesón y humildad, tratando de hacer su voluntad”. En realidad, “la paciencia de Simeón es reflejo de la paciencia de Dios. De la oración y de la historia de su pueblo, Simeón aprendió que Dios es paciente”. Recordando a su admirado Romano Guardini, el Papa añadió: “Me gusta recordar a Romano Guardini, que decía: la paciencia es una forma en que Dios responde a nuestra debilidad, para darnos tiempo a cambiar”.

Estos tiempos de pandemia son propicios para practicar la paciencia, esa virtud que según el papa Francisco – “nos hace capaces de llevar el peso, de soportar: soportar el peso de los problemas personales y comunitarios, nos hace acoger la diversidad de los demás, nos hace perseverar en el bien incluso cuando todo parece inútil, nos mantiene en movimiento aun cuando el tedio y la pereza nos asaltan”. Hablando a los consagrados, el Papa aplica esta virtud a tres ámbitos: la vida personal, la vida comunitaria y la relación con el mundo. 

Al final de la misa, de manera informal, dirigió unas palabras a los participantes: “Siempre tenemos cosas que no nos gustan, ¿no? No perdáis el sentido del humor, por favor: nos ayuda mucho. Es el anti-chismorreo: saber reírse de uno mismo, de las situaciones, incluso de los demás —con buen corazón—, pero sin perder el sentido del humor. Y huir del chismorreo. Esto que os recomiendo no es un consejo demasiado clerical, digamos, pero es humano: es humano para ser pacientes. No chismorrees de los demás: muérdete la lengua. Y luego, no pierdas el sentido del humor: nos ayudará mucho”. No se trata de grandes principios filosóficos o teológicos, sino de consejos de un anciano curtido en mil batallas: evitar el chismorreo que destruye y cultivar el sentido del humor que sazona la vida.

Sin paciencia, es imposible vivir con serenidad todo lo que está sucediendo. En general, los jóvenes tienden a ser muy impacientes porque les parece que si las cosas no suceden en poco tiempo, pierden oportunidades. Los adultos que han madurado bien saben por experiencia que las mejores cosas de la vida requieren tiempo. No sucumben a la tentación de querer recoger los frutos inmediatamente después de la siembra. Saben disfrutar de la espera mientras moderan sus expectativas. Han descubierto que todo tiene su tiempo en la vida. A veces tenemos que acelerar y otra muchas que frenar. A veces todo discurre con fluidez y otras parece detenerse a cada paso. 

Vivir la pandemia con paciencia no significa tirar la toalla o abandonarse a un sentimiento de resignación. Implica, más bien, la capacidad de no poner la vida entre paréntesis, de seguir caminando, aunque sea con restricciones, de sacar partido de todo lo que este tiempo extraño nos va deparando. El primero de los catorce rasgos del amor según el célebre himno de la primera carta de Pablo a los corintios tiene que ver precisamente con la paciencia:El amor es paciente, es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca” (1 Cor,13,4-8). Me parece que la paciencia es una virtud que debemos poner de moda si no queremos padecer de los nervios.



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