Creo que hoy
somos muy impacientes. Estamos tan acostumbrados a los mecanismos que funcionan
pulsando un botón, tocando una pantalla o haciendo cualquier otra operación
sencilla, que cualquier proceso que dure mucho tiempo se nos hace inaguantable.
Queremos que todo se produzca de manera rápida, limpia e indolora. No
entendemos eso de que “para el Señor un día es como mil años y un año como
mil días” (2 Pe 3,8). Escribo esto porque anteayer, con motivo de la fiesta
de la Presentación del Señor y de la XXV Jornada Mundial de la Vida Consagrada, el papa
Francisco pronunció una homilía cuyo tema central fue la virtud de la paciencia.
Partiendo de la paciencia del viejo Simeón, nos ayudó a explorar nuestra propia
paciencia o impaciencia. Cuando observamos la actitud de Simeón descubrimos que
“en la oración aprendió que Dios no viene en acontecimientos
extraordinarios, sino que realiza su obra en la aparente monotonía de nuestros
días, en el ritmo a veces fatigoso de las actividades, en lo pequeño e
insignificante que realizamos con tesón y humildad, tratando de hacer su
voluntad”. En realidad, “la paciencia de Simeón es reflejo de la
paciencia de Dios. De la oración y de la historia de su pueblo, Simeón aprendió
que Dios es paciente”. Recordando a su admirado Romano Guardini, el Papa
añadió: “Me gusta recordar a Romano Guardini, que decía: la paciencia es una
forma en que Dios responde a nuestra debilidad, para darnos tiempo a cambiar”.
Estos tiempos de
pandemia son propicios para practicar la paciencia, esa virtud que – según
el papa Francisco – “nos
hace capaces de llevar el peso, de soportar: soportar el peso de los problemas
personales y comunitarios, nos hace acoger la diversidad de los demás, nos hace
perseverar en el bien incluso cuando todo parece inútil, nos mantiene en
movimiento aun cuando el tedio y la pereza nos asaltan”. Hablando a los consagrados,
el Papa aplica esta virtud a tres ámbitos: la vida personal, la vida
comunitaria y la relación con el mundo.
Al final de la misa, de manera
informal, dirigió unas palabras a los participantes: “Siempre
tenemos cosas que no nos gustan, ¿no? No perdáis el sentido del humor, por
favor: nos ayuda mucho. Es el anti-chismorreo: saber reírse de uno mismo, de
las situaciones, incluso de los demás —con buen corazón—, pero sin perder el
sentido del humor. Y huir del chismorreo. Esto que os recomiendo no es un
consejo demasiado clerical, digamos, pero es humano: es humano para ser
pacientes. No chismorrees de los demás: muérdete la lengua. Y luego, no pierdas
el sentido del humor: nos ayudará mucho”. No se trata de grandes principios
filosóficos o teológicos, sino de consejos de un anciano curtido en mil
batallas: evitar el chismorreo que destruye y cultivar el sentido del humor que
sazona la vida.
Sin paciencia, es
imposible vivir con serenidad todo lo que está sucediendo. En general, los
jóvenes tienden a ser muy impacientes porque les parece que si las cosas no
suceden en poco tiempo, pierden oportunidades. Los adultos que han madurado bien
saben por experiencia que las mejores cosas de la vida requieren tiempo. No
sucumben a la tentación de querer recoger los frutos inmediatamente después de la
siembra. Saben disfrutar de la espera mientras moderan sus expectativas. Han descubierto
que todo tiene su tiempo en la vida. A veces tenemos que acelerar y otra muchas
que frenar. A veces todo discurre con fluidez y otras parece detenerse a cada
paso.
Vivir la pandemia con paciencia no significa tirar la toalla o
abandonarse a un sentimiento de resignación. Implica, más bien, la capacidad de
no poner la vida entre paréntesis, de seguir caminando, aunque sea con restricciones,
de sacar partido de todo lo que este tiempo extraño nos va deparando. El primero
de los catorce rasgos del amor según el célebre himno de la primera carta de
Pablo a los corintios tiene que ver precisamente con la paciencia: “El amor es paciente,
es benigno; el amor no tiene envidia, no presume, no se engríe; no es
indecoroso ni egoísta; no se irrita; no lleva cuentas del mal; no se alegra de
la injusticia, sino que goza con la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo
lo espera, todo lo soporta. El amor no pasa nunca” (1 Cor,13,4-8). Me
parece que la paciencia es una virtud que debemos poner de moda si no queremos
padecer de los nervios.
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