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miércoles, 13 de enero de 2021

La tercera ola

Con este mismo título, Alvin Toffler publicó en 1979 un libro en el que trata sobre el tipo de mundo que seguirá cuando superemos la era industrial (segunda ola), que, a su vez, superó la era agrícola (primera ola).  La “tercera ola” implicará según Toffler la superación de las ideologías, modelos de gobierno, economía, comunicaciones y sociedades estructuradas alrededor de la producción centralizada como en el industrialismo capitalista y comunista. Han pasado ya más de 40 años desde la publicación del libro. La globalización en la que estamos inmersos y el predominio de la sociedad de la información parecen confirmar las “profecías” de Toffler. Estamos entrando (hemos entrado ya) en una era digital y global, sin que esto signifique que hayan desaparecido por completo las anteriores. Hay algunos que atribuyen este cambio a una conspiración mundial (las teorías conspirativas están en boga hoy en día, sobre todo entre los partidarios de Trump), urdida por quienes quieren controlar el mundo, pero todo apunta a que se trata de una evolución de la humanidad que sigue la dinámica de anteriores eras. 

También se conoce como “tercera ola” el experimento que el profesor Ron Jones realizó en el Cubberley High School, un instituto de Palo Alto, California, durante la primera semana de abril de 1967. Se trató de un experimento pedagógico para demostrar que, aunque creamos vivir en sociedades libres y abiertas, no somos inmunes al atractivo de ideologías autoritarias y dictatoriales. Hubo luego una película que trató sobre este mismo asunto.

Hoy, cuando los periódicos hablan de “tercera ola”, no se refieren ni al libro de Toffler, ni al experimento de Jones ni a la película de Dennis Gansel. Se refieren redondamente a la “tercera ola” de la pandemia de Covid-19 que ya se está empezando a notar en varios países europeos. Es muy probable que el aumento de contagios y de fallecidos sea una consecuencia indeseada de los excesos navideños. Ya se habla de nuevos tipos de confinamiento, a pesar de que en la Unión Europea se comenzó a distribuir la vacuna el pasado 27 de diciembre. No sé el alcance que tendrá esta “tercera ola” simbólicamente la tercera siempre es la más fuerte y de qué modo retrasará la vuelta a la normalidad. [Por cierto, la expresión “nueva normalidad” que estuvo tan en boga a principios del verano ha caído ya en desuso. Hoy todo tiene una rápida fecha de caducidad.]

Todos estos vaivenes aumentan la ansiedad y, casi sin darnos cuenta, van minando una capacidad esencial del ser humano: la de hacer proyectos a medio y largo plazo. Hoy casi nadie se atreve a pensar en el horizonte del 2030, por más que la ONU siga manteniendo para esa fecha sus objetivos de desarrollo sostenible. Hemos pasado de un optimismo prometeico (todo es posible con ingenio y medios) a un pesimismo casi enfermizo (no se puede jugar con la naturaleza). Por si fuera poco, las copiosas nevadas y la ola de frío que han congelado mi país en los últimos días no han hecho sino reforzar este sentimiento de pequeñez e impotencia ante una naturaleza sorprendente e incontrolable.

¿Cómo mantener la sensatez en un contexto tan cambiante? ¿Cómo no hacer juicios apresurados? ¿Cómo mantenernos en pie en medio de la crisis? 

Creo que es necesario, en primer lugar, tener una visión de onda larga. Conociendo la historia y sus grandes ciclos, podemos ver que toda crisis se resuelve creando una nueva situación. Lo que hoy nos parece insuperable, dentro de un tiempo nos parecerá una pesadilla que ha dado lugar a una nueva jornada. Añado al final de la entrada de hoy una fotografía satelital en la que se ve la ciudad de Madrid y su entorno a una altura de 400 kilómetros. La nieve, vista así, no tiene el mismo impacto que cuando se la ve a pie de calle. La mirada larga es siempre necesaria para no ahogarse en el momento que nos toca vivir. 

En segundo lugar, necesitamos una gran flexibilidad mental, emocional y práctica para ir adaptándonos a las nuevas condiciones sin abdicar de nuestros valores. En los meses pasados nos hemos vuelto más diestros en la comunicación digital, hemos puesto en marcha nuevas formas de solidaridad, hemos sabido vivir con menos desplazamientos, etc. Es probable que acusemos sus consecuencias, pero, en todo caso, no se ha hundido el mundo. Hemos perdido algunas cosas y tal vez hemos ganado otras. 

Por último, necesitamos recordar que la palabra de Dios permanece inmutable en medio de los cambios del mundo: “Se agosta la hierba, se marchita la flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre” (Is 40,8). Dios sigue amando a la humanidad y a cada uno de nosotros. A diferencia de los seres humanos, que somos tan veleidosos, él no dice unas veces “sí” y otras “no”. Es un eterno “sí” en el que encuentran apoyo nuestras convicciones y emociones oscilantes. Solo una oración paciente nos permite descubrir esta clave inamovible en el complejo pentagrama que nos toca interpretar hoy.



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