La ciudad de Roma está en silencio completo. Desde ayer, toda Italia ha sido
declarada “zona rossa”, lo que equivale a una especie de confinamiento general.
Tras los excesos de la pasada noche, el día de Navidad ha comenzado en calma.
Se diría que todavía se oyen los ecos del mensaje angélico: “Gloria a Dios
en las alturas y paz en la tierra a los hombres que Dios ama”. Este año no he
escrito una “carta
de Navidad” como algunos años pasados: desde Madrid (2016), o desde Roma (2017). Me limito a teclear algunas palabras
que no rompan esta atmósfera contemplativa que se respira en una mañana como
esta. En Roma la temperatura es suave. El cielo está nublado. Es probable que,
de un momento a otro, comience a llover. En Vinuesa, mi pueblo natal, está ya nevando,
así que este año tendrán una Blanca Navidad.
Yo
me dispongo para celebrar la misa de Navidad con la comunidad parroquial del
Corazón de María de Parioli. Me sorprendió anoche la alta participación en la Misa de Medianoche
que, por razones sanitarias, tuvimos que celebrar a las 18,30. Es como si, en
este año aciago, todos hubiéramos sentido la necesidad de acercarnos a la iglesia
para dejarnos iluminar por la Palabra de Dios y convencernos de que Él sigue
estando con nosotros, compartiendo la incertidumbre y alentando la esperanza.
No sé cuántos mensajes he enviado y recibido entre ayer y hoy. Las personas
necesitamos escucharnos, decirnos que estamos ahí, tomar conciencia de que
seguimos vivos. Admiro la enorme creatividad que se despliega estos días, una
avalancha de belleza y buenos sentimientos. Nos atrevemos a decir lo que en
otros momentos del año callamos. No tenemos empacho en escribir que amamos a
las personas, que les deseamos lo mejor para estos días y para el año 2021. Somos
conscientes de que podemos ser esclavos de los tópicos, pero dentro de nosotros
estamos convencidos de que algo
queda. Las palabras no son inocuas. Tienen un carácter performativo:
realizan lo que proclaman. Cuando yo le deseo paz y alegría a alguien, estoy
contribuyendo a que la paz y la alegría le alcancen. No es lo mismo dar por
supuesto que queremos a alguien que atrevernos a confesarlo.
Toda “declaración
de amor”, en el más amplio sentido de la palabra, recrea a las personas en su
identidad. Lo que celebramos estos días es que Dios, en el pequeño niño de
Belén, nos ha dicho “te quiero”. Dondequiera que estemos y cualesquiera sean
las circunstancias en que nos encontramos, Dios ha decidido salir a nuestro encuentro.
No somos seres insignificantes. Le importamos. Cada mensaje que nosotros enviamos
y cada llamada que hacemos reproduce esta lógica divina. Es como decirle a
alguien: “Tú me importas, no eres un extraño para mí”. Por eso, no es igual llamar
que no hacerlo, escribir que dar por supuestos nuestros sentimientos, aunque
nunca los expresemos.
Las lecturas bíblicas de esta solemnidad
de la Natividad del Señor son muy densas. Por lo general, ahítos de encuentros
y celebraciones, no disponemos de mucho tiempo para meditarlas con calma. Quizá
este año, marcado por la sobriedad y una cierta distancia, podamos prestarles
más atención. Las de la Misa de Medianoche tienen un carácter más narrativo. Aunque
están cargadas de símbolos teológicos, ponen el acento en contarnos “lo que pasó”.
Las de la Misa del Día pretenden explicarnos “por qué pasó”; es decir, el
significado profundo de la encarnación del Verbo de Dios. El prólogo del Evangelio de Juan es de una hondura y belleza insuperables. Podemos darle vueltas
sin acabar de circundarlo. Espigo algunas frases que pueden acompañarnos a lo
largo de esta jornada navideña:
“En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. ¿Qué es la
vida? ¿Cómo vivir más y mejor? Son preguntas que nos rondan siempre. No demos
demasiadas vueltas. La respuesta es contundente: “En él estaba la vida”. La
única pregunta que merece la pena es: ¿Estoy dispuesto a aceptarlo?
“Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron”. Por desgracia, la cercanía
de Dios no siempre encuentra acogida entre nosotros. La historia humana es la
historia de un rechazo. No somos extraños. Somos de “los suyos”, pero hemos
preferido la tiniebla a la luz. Resulta duro aceptar este juicio en un día como
hoy. Por desgracia, la crónica de cada día confirma que somos “los asesinos de
Dios” cada vez que no negamos a darle cabida en nuestras vidas.
“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Dios no se hizo pensamiento,
melodía o fórmula matemática. Se hizo carne, debilidad, naturaleza humana. Era
la única forma de ser uno de los nuestros, no un fantasma o un extraterrestre.
Así lo vemos mejor, pero también lo rechazamos con menos empacho. Al fin, no es
más que uno de tantos.
“La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo”. Los
caminos que vienen y llevan a Dios son infinitos, pero hay uno que es la “via
sacra”, la autopista de la gracia y la verdad. Es Jesús. Podemos recorrerlo o
ignorarlo. La señal es clara.
A todos los amigos y lectores de este Rincón de Gundisalvus,
En la debilidad de la carne Dios se hizo humano. Permanezcamos en este misterio, contemplando, adorando.. para que podamos descubrirlo en la debilidad de los otros y en la nuestra. Gracias por tus comentarios y humanidad. Feliz Navidad! Un fuerte abrazo.
Me quedo con: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron”. Me digo que seguramente “no le reconocieron”… Y seguimos sin reconocerle y Él se hace presente en los niños, en el pobre, en el enfermo… Llegó como nadie esperaba… sin ostentaciones… manifestándose a los “últimos”… Has escrito una expresión que suena muy fuerte, muy dura: “… somos los asesinos de Dios” cada vez que nos negamos a darle cabida en nuestras vidas… lleva a mucha reflexión… Gracias Gonzalo, FELIZ NAVIDAD!!!
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En la debilidad de la carne Dios se hizo humano. Permanezcamos en este misterio, contemplando, adorando.. para que podamos descubrirlo en la debilidad de los otros y en la nuestra. Gracias por tus comentarios y humanidad. Feliz Navidad! Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarMe quedo con: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron”. Me digo que seguramente “no le reconocieron”… Y seguimos sin reconocerle y Él se hace presente en los niños, en el pobre, en el enfermo… Llegó como nadie esperaba… sin ostentaciones… manifestándose a los “últimos”…
ResponderEliminarHas escrito una expresión que suena muy fuerte, muy dura: “… somos los asesinos de Dios” cada vez que nos negamos a darle cabida en nuestras vidas… lleva a mucha reflexión…
Gracias Gonzalo, FELIZ NAVIDAD!!!