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viernes, 25 de diciembre de 2020

Vino a los suyos

La ciudad de Roma está en silencio completo. Desde ayer, toda Italia ha sido declarada “zona rossa”, lo que equivale a una especie de confinamiento general. Tras los excesos de la pasada noche, el día de Navidad ha comenzado en calma. Se diría que todavía se oyen los ecos del mensaje angélico: “Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres que Dios ama”. Este año no he escrito una “carta de Navidad” como algunos años pasados: desde Madrid (2016), o desde Roma (2017). Me limito a teclear algunas palabras que no rompan esta atmósfera contemplativa que se respira en una mañana como esta. En Roma la temperatura es suave. El cielo está nublado. Es probable que, de un momento a otro, comience a llover. En Vinuesa, mi pueblo natal, está ya nevando, así que este año tendrán una Blanca Navidad

Yo me dispongo para celebrar la misa de Navidad con la comunidad parroquial del Corazón de María de Parioli. Me sorprendió anoche la alta participación en la Misa de Medianoche que, por razones sanitarias, tuvimos que celebrar a las 18,30. Es como si, en este año aciago, todos hubiéramos sentido la necesidad de acercarnos a la iglesia para dejarnos iluminar por la Palabra de Dios y convencernos de que Él sigue estando con nosotros, compartiendo la incertidumbre y alentando la esperanza.

No sé cuántos mensajes he enviado y recibido entre ayer y hoy. Las personas necesitamos escucharnos, decirnos que estamos ahí, tomar conciencia de que seguimos vivos. Admiro la enorme creatividad que se despliega estos días, una avalancha de belleza y buenos sentimientos. Nos atrevemos a decir lo que en otros momentos del año callamos. No tenemos empacho en escribir que amamos a las personas, que les deseamos lo mejor para estos días y para el año 2021. Somos conscientes de que podemos ser esclavos de los tópicos, pero dentro de nosotros estamos convencidos de que algo queda. Las palabras no son inocuas. Tienen un carácter performativo: realizan lo que proclaman. Cuando yo le deseo paz y alegría a alguien, estoy contribuyendo a que la paz y la alegría le alcancen. No es lo mismo dar por supuesto que queremos a alguien que atrevernos a confesarlo. 

Toda “declaración de amor”, en el más amplio sentido de la palabra, recrea a las personas en su identidad. Lo que celebramos estos días es que Dios, en el pequeño niño de Belén, nos ha dicho “te quiero”. Dondequiera que estemos y cualesquiera sean las circunstancias en que nos encontramos, Dios ha decidido salir a nuestro encuentro. No somos seres insignificantes. Le importamos. Cada mensaje que nosotros enviamos y cada llamada que hacemos reproduce esta lógica divina. Es como decirle a alguien: “Tú me importas, no eres un extraño para mí”. Por eso, no es igual llamar que no hacerlo, escribir que dar por supuestos nuestros sentimientos, aunque nunca los expresemos.

Las lecturas bíblicas de esta solemnidad de la Natividad del Señor son muy densas. Por lo general, ahítos de encuentros y celebraciones, no disponemos de mucho tiempo para meditarlas con calma. Quizá este año, marcado por la sobriedad y una cierta distancia, podamos prestarles más atención. Las de la Misa de Medianoche tienen un carácter más narrativo. Aunque están cargadas de símbolos teológicos, ponen el acento en contarnos “lo que pasó”. Las de la Misa del Día pretenden explicarnos “por qué pasó”; es decir, el significado profundo de la encarnación del Verbo de Dios. El prólogo del Evangelio de Juan es de una hondura y belleza insuperables. Podemos darle vueltas sin acabar de circundarlo. Espigo algunas frases que pueden acompañarnos a lo largo de esta jornada navideña:

“En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. ¿Qué es la vida? ¿Cómo vivir más y mejor? Son preguntas que nos rondan siempre. No demos demasiadas vueltas. La respuesta es contundente: “En él estaba la vida”. La única pregunta que merece la pena es: ¿Estoy dispuesto a aceptarlo?

“Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron”. Por desgracia, la cercanía de Dios no siempre encuentra acogida entre nosotros. La historia humana es la historia de un rechazo. No somos extraños. Somos de “los suyos”, pero hemos preferido la tiniebla a la luz. Resulta duro aceptar este juicio en un día como hoy. Por desgracia, la crónica de cada día confirma que somos “los asesinos de Dios” cada vez que no negamos a darle cabida en nuestras vidas.

“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. Dios no se hizo pensamiento, melodía o fórmula matemática. Se hizo carne, debilidad, naturaleza humana. Era la única forma de ser uno de los nuestros, no un fantasma o un extraterrestre. Así lo vemos mejor, pero también lo rechazamos con menos empacho. Al fin, no es más que uno de tantos.

“La gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo”. Los caminos que vienen y llevan a Dios son infinitos, pero hay uno que es la “via sacra”, la autopista de la gracia y la verdad. Es Jesús. Podemos recorrerlo o ignorarlo. La señal es clara.

A todos los amigos y lectores de este Rincón de Gundisalvus,
en este año de la pandemia,

FELIZ NAVIDAD



2 comentarios:

  1. En la debilidad de la carne Dios se hizo humano. Permanezcamos en este misterio, contemplando, adorando.. para que podamos descubrirlo en la debilidad de los otros y en la nuestra. Gracias por tus comentarios y humanidad. Feliz Navidad! Un fuerte abrazo.

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  2. Me quedo con: “Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron”. Me digo que seguramente “no le reconocieron”… Y seguimos sin reconocerle y Él se hace presente en los niños, en el pobre, en el enfermo… Llegó como nadie esperaba… sin ostentaciones… manifestándose a los “últimos”…
    Has escrito una expresión que suena muy fuerte, muy dura: “… somos los asesinos de Dios” cada vez que nos negamos a darle cabida en nuestras vidas… lleva a mucha reflexión…
    Gracias Gonzalo, FELIZ NAVIDAD!!!

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