Tenía pensado
escribir sobre otro asunto, pero no puedo pasar por alto el hecho de que ayer,
por 198 votos a favor, 138 en contra y 2 abstenciones, el Congreso de los
Diputados de España aprobó el
derecho a la eutanasia. Debería estar irritado por el fondo de
la cuestión (se atenta contra el derecho básico a la vida en nombre de un
supuesto derecho a la muerte) y por la forma de abordarla (de manera un tanto
sofista, inoportuna y acelerada), pero debo confesar que el sentimiento dominante
es la tristeza, aunque ha habido bastantes personas que se han alegrado. Que esta ley se apruebe en el año en el que la
pandemia de Covid-19 ha segado la vida de miles de personas y en
vísperas de la Navidad, la fiesta de la vida, me parece algo obsceno e
inhumano. Intuyo que, con el paso del tiempo, cuando hagamos un balance de esta
decisión, caeremos en la cuenta de la bajeza ética en la que hemos incurrido.
Aquí no se trata – como han dicho algunos diputados – de
dejarse llevar por criterios filosóficos o religiosos que – en la mentalidad
secularista – deben estar recluidos en la esfera privada. Se
trata de un asunto que tiene que ver con los fundamentos mismos de un estado de derecho y no solo con las opciones individuales, como arteramente se lo quiere
presentar. Me parece un colosal fracaso, un paso más hacia la “sociedad del
descarte”, que, en nombre de una falsa piedad, no tolera lo que no se ajusta al
canon de vida “humana”. No acabo de entender cómo personas que muestran ser
inteligentes en otras áreas exhiben una enorme ceguera ética y no se dan cuenta
del tipo de sociedad insustancial que estamos construyendo. No me reconozco en
esta ley. ¿Es esta la Europa que soñaron los padres de la Unión Europea? Creo
que no. En muchos aspectos cada vez nos distanciamos más. Luego nos quejamos
del nihilismo que, poco a poco, se va apoderando de nuestras vidas hasta
difuminar cualquier atisbo de trascendencia.
Pero
si algo significa la Navidad es que “se ha manifestado la gracia de Dios,
que trae la salvación para todos los hombres” (Tito 2,11). No hay persona o
acontecimiento que pueda frenar la irrupción de la gracia en nuestras vidas.
Incluso lo que a primera vista nos parece una desgracia puede generar procesos
de apertura a Dios. Cuando miramos los hechos singulares y aislados, no
percibimos la evolución de la historia y su significado escondido. La fe nos
proporciona una mirada de largo alcance para comprender que solo Dios es Señor de la historia,
que nuestras conquistas y fracasos no alteran el proyecto de amor de nuestro
Padre. Si no fuera por esta visión, tendríamos muchos motivos para perder la esperanza
y tirar la toalla. Los seres humanos somos capaces de hazañas sublimes, pero
también de bajar hasta los infiernos.
Las lecturas bíblicas
de estos últimos días el Adviento nos muestran que el proyecto de Dios no se
abre camino en la historia a través de hechos espectaculares, sino de
mediaciones sencillas y discretas. José y María eran dos jóvenes de un insignificante
pueblo llamado Nazaret, del que – como reconocerá más tarde el apóstol
Natanael – no cabía esperar nada bueno (cf. Jn 1,46). Y, sin embargo, fueron elegidos
para acoger a Jesús. Sus únicos méritos fueron una ilimitada confianza en Dios,
a pesar de que ambos no veían con claridad sus designios. Tuvieron la valentía
de expresar sus dudas y tomar resoluciones, pero fue más poderosa su actitud
humilde para aceptar la voluntad de Dios, conscientes de que nada mejor le
puede suceder a un ser humano que fiarse de Dios.
En este tiempo de incertidumbres
que nos toca vivir, acosados por una pandemia que mina nuestras fuerzas, desilusionados
por leyes que se apartan de nuestra forma de entender la vida, hartos de tantos
vaivenes, necesitamos depositar nuestra confianza en Dios. Él es nuestra roca.
No vivimos en paz porque nos guste el sistema político de nuestro país,
disfrutemos de bonanza económica y no hayamos sido infectados por el Covid-19.
Nuestra paz viene de la confianza en el Señor: “Él es nuestra paz” (Ef
2,14). Se trata de una paz profunda, compatible con innumerables batallas en la
superficie. Jesús nos lo ha dicho con claridad: “La paz os dejo, mi paz os
doy; no os la doy yo como la da el mundo. Que no se turbe vuestro corazón ni se
acobarde” (Jn 14,27). ¿No es esta misma paz la que los ángeles anuncian a
los pastores en la noche de Navidad?
Parece que este año no hay nada que encaje con la Navidad… Hoy un día de niebla y lluvia me ha llevado a imaginar que así nos llega la Navidad, en el silencio de la noche, como una luz tenue que no es fácil descubrir, pero que cuando conseguimos divisarla nos ilumina el camino. No encajan, ni las luces de colores, ni la música,en el ambiente que tenemos, de muerte y solo faltaba la ley de la eutanasia. Todo es muy contradictorio.
ResponderEliminarMe pregunto ¿cómo descubrir la paz que Dios, manifestándose en Jesús, vino a traernos? ¿cómo ser portadores de ella y transmitirla a los demás?
Gracias Gonzalo por invitarnos a la reunión Zoom.
Hola Gonzalo: la verdad es que la aprobación a la eutanasia ha sido además de muy inoportuna y muy preocupante un engaño venderlo como mayor libertad... Bastante desolador todo. Nos vemos el lunes en el zoom. Un abrazo. María
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