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jueves, 9 de julio de 2020

Los ángeles existen

Acabo de enviar un mensaje grabado a algunos voluntarios de Bahía Blanca (Argentina). Pertenecen a los grupos Callejeando, Quo vadis, etc. A varios de ellos pude conocerlos el año pasado cuando visité nuestra parroquia del Corazón de María en esa ciudad de la costa argentina. El mensaje es muy breve. Dura apenas dos minutos y medio. Me lo pidió uno de los laicos responsables. Su entusiasmo y sentido de la responsabilidad me obligan a fijarme hoy en estos “ángeles” casi invisibles que le prestan a Dios corazón, manos y pies para estar cerca de quienes viven en los márgenes de la sociedad, “en situación de calle”, como suele decirse en Latinoamérica. Son muchas las personas que lo hacen de manera habitual. En estos meses de la pandemia su presencia es más necesaria porque muchos de estos indigentes no han podido ni siquiera mendigar. Durante las semanas del confinamiento las calles estaban vacías. Nadie podía darles una limosna. La Iglesia no se ha olvidado de ellos. Muchas personas han multiplicado sus iniciativas de solidaridad. Abundan los grupos, comunidades e instituciones que se han echado a la calle para no dejar solas a las personas en situación de riesgo. Nuestra comunidad de Roma, por ejemplo, está colaborando con la comunidad de Sant’Egidio en la distribución de cenas a muchos indigentes que suelen agruparse en torno a la estación de Termini o en otros lugares de la ciudad.  

Algunos se preguntan si estas prácticas no prolongan un asistencialismo que creíamos superado en las sociedades del bienestar. Es verdad que se ha avanzado mucho en la prevención de situaciones de este tipo y en la organización de los servicios sociales. Hay países, regiones y municipios que son un ejemplo. Sin embargo, no siempre se llega a todos. Es como si la miseria encontrase nuevas formas que no pueden esperar hasta que las instituciones las descubren y responden a ellas de manera eficaz.  A veces, la vida o la muerte de una persona dependen de una acción rápida, no programada, de quienes se sienten solidarios. En realidad, es una cadena con muchos eslabones. Hay personas que donan alimentos, útiles de aseo, ropa, mantas, dinero, etc.; personas que organizan esos recursos y preparan paquetes o lotes personales; personas que los transportan a donde es necesario y personas que entran en contacto directo con los que viven en situación de calle para conocer su situación y hacerles llegar lo que necesitan. Todos son importantes y ponen mucho cariño en las distintas fases del proceso. Al final, lo más decisivo no es la entrega de recursos materiales (siempre necesarios), sino el contacto personal, el reconocimiento de la dignidad de la otra persona, la escucha atenta y la amistad.

No sé cuantos miles (millones) de estos ángeles sin alas existen en nuestros barrios y ciudades. ¿Qué sería de nuestro mundo sin ellos?  ¿Cómo podríamos seguir considerándonos humanos si viviéramos como si todas estas personas en situación de calle no existieran? No existe un Photoshop moral para borrarlas de nuestra conciencia. Por desgracia, siempre existirán personas marginadas y excluidas, incluso en las sociedades que se consideran más evolucionadas. Cuando la marginación no es material (porque todas las necesidades básicas están cubiertas), es emocional, afectiva o espiritual. Siempre dejamos a alguien al margen. Parece ínsito en la naturaleza humana. A menudo me vienen a la mente las palabras de Jesús: “A los pobres los tenéis siempre con vosotros y podéis socorrerlos cuando queráis” (Mc 14,7). El dicho, con ligeras variantes, aparece también en los evangelios de Mateo (cf. Mt 26,11) y de Juan (cf. Jn 12,8). Ha sido muy comentado. No todas las interpretaciones son coincidentes. ¿Qué significa eso de que a los pobres los tenemos siempre con nosotros? ¿Quiere decir que, pase lo que pase, siempre habrá pobres? ¿Quiere decir que Jesús, que se ha identificado con ellos, siempre estará con nosotros, como se afirma al final del Evangelio de Mateo? 

Sea como fuere, estamos llamados a socorrer a quienes, por diversas razones, se ven necesitados. Es probable que algunas sociedades puedan acabar con la pobreza material, pero me temo que será imposible superar toda exclusión. Por eso, los “ángeles de la solidaridad” son siempre necesarios como embajadores del amor de Dios y como centinelas que mantienen despierta nuestra humanidad para que no nos acostumbremos a dejar fuera a otras personas. Pero, claro, estos “ángeles” son muy humanos. Y se cansan. Y atraviesan períodos de oscuridad y hasta de rebeldía. Y encuentran dificultades incluso por parte de quienes tendrían que estar agradecidos. Por eso, es necesario que no se rompa ningún eslabón de la cadena. Los “ángeles de la solidaridad” necesitan “arcángeles” de la escucha, el apoyo y la intercesión: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.

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