Ayer, por primera vez después de más de tres meses, me interné en el corazón de Roma a bordo del autobús 53, que me dejó a cuatro pasos de la Fontana de Trevi. Hacer buena parte del
recorrido solo en un autobús urbano y contemplar la Fontana con media docena de
turistas son experiencias que nunca había tenido. Es cierto que la gente puede moverse
libremente por la ciudad y que las mascarillas solo son obligatorias en
espacios cerrados o medios de transporte públicos, pero la verdad es que todo
funciona a medio gas. La falta de turistas hace de Roma una ciudad un poco más
apagada, pero por eso mismo más hermosa y vivible.
Hacia las tres y media de la
tarde estaba ya frente a las puertas de la Universidad
Pontificia Gregoriana en la que yo mismo estudié hace casi 40 años. El
motivo de mi visita era participar en la defensa de la tesis doctoral del P. Antonio Bellella Cardiel, un
misionero claretiano de Madrid. Siguiendo los estrictos protocolos sanitarios,
solo pudimos participar cinco personas, además del doctorando y los miembros
del tribunal. Por suerte, el acto fue retransmitido por el canal de YouTube de
la universidad, así que los familiares y amigos pudieron seguirlo desde sus
casas. A la entrada, una de las chicas de la recepción nos midió la temperatura
(36,3 grados era la mía), nos invitó a lavarnos las manos con gel
hidroalcohólico y nos indicó el camino hacia el aula C012 donde se iba a desarrollar
la ceremonia académica.
Hacía tiempo que no
participaba en algo semejante. El presidente del tribunal, un jesuita
argentino, nos permitió quitarnos las mascarillas dado que entre los asistentes
se garantizaba sobradamente la distancia de seguridad. Tras una breve oración inicial
y los saludos de rigor, el doctorando dispuso de treinta minutos para presentar
su tesis. Intervinieron luego los profesores Miguel Coll
(director de la tesis) y Nicolás Álvarez de las Asturias
Bohorques (censor, que intervenía por videonferencia desde Madrid). Por
el tenor de sus observaciones y preguntas, se notaba que ambos habían leído a
fondo la obra y que les había gustado mucho. Ambos reconocieron su valía. Alabaron el tema escogido, la investigación
realizada en numerosos archivos, el texto claro y bien trabado y las
conclusiones finales. Hay que reconocer que la obra del profesor Bellella, que yo mismo he leído parcialmente, es un riguroso trabajo de investigación histórica por el que merece ser felicitado. De hecho, creo que todos los miembros del tribunal lo hicieron de muy buena gana.
Es muy probable que a los lectores de este Rincón el tema de la tesis no les sugiera
casi nada. Si lo traigo hoy aquí es por las repercusiones que tiene para
entender mejor nuestra situación actual. El título de la tesis es: “Un
mediador en tiempo de conflictos. La obra de Juan Postius, CMF, en la Segunda República Española (1931-1936)”. La Segunda
República Española duró poco más de un lustro. Abundan las interpretaciones de diverso signo. Para algunos, fueron años gloriosos en los que España se subió de nuevo al tren de la modernidad laica. Para otros, exacerbó las tensiones que se venían arrastrando desde el siglo XIX y dividió al país en dos mitades irreconciliables. Fueron, en cualquier caso, años muy
complejos en los cuales las relaciones entre el poder político y la Iglesia se caracterizaron
por constantes tensiones. En ese clima, destacaron algunas personas –como el
claretiano Juan Postius Sala
(1876-1952)– que intentaron una ardua tarea de mediación, en buena medida
fracasada (o mejor, atropellada). El P. Postius, movido por sus ideales cristianos y con una amplia
formación jurídica, procuró por todos los medios buscar el encaje legal de la
Iglesia (y, más específicamente, de las órdenes y congregaciones religiosas) en
el nuevo orden republicano, pero no consiguió evitar las tensiones que
condujeron finalmente a la guerra.
No se puede resumir
una tesis voluminosa en unas cuantas líneas, pero sí se puede extraer una
lección que es válida para hoy. A menudo, los conflictos surgen cuando solo
vemos las razones que avalan nuestros puntos de vista y no hacemos un esfuerzo
sincero por abrirnos a otras visiones, aun cuando no las compartamos. Solo el
esfuerzo de cruzar a la otra orilla e incursionar en territorio desconocido
puede ayudarnos a descubrir puntos de encuentro y vías de solución. Hay
personas que tienen esta capacidad diplomática. Otras, por el contrario,
parecen estar hechas de granito porque no se mueven ni un milímetro de sus
posiciones. En sociedades complejas como las actuales, necesitamos personas expertas
en la “mediación”, en tender puentes entre los diversos, en buscar salida a los
conflictos mediante una unidad superior que trascienda los puntos de vista de
las partes enfrentadas. En los tiempos del coronavirus y en la crisis que nos
acompañará en los próximos meses o años, será difícil encontrar salidas sin
personas de este tipo. Los líderes del “conmigo o contra mí” son buenos para
enardecer a sus seguidores y demonizar a sus adversarios, pero apenas sirven
para encontrar respuestas eficaces, que es lo que más estamos necesitando. Nos
sobran sentimientos belicosos y nos faltan propuestas y compromisos prácticos.
Gran entrada y cuán necesarias son esas cualidades que mencionas no solo en los líderes y responsables políticos, sino en todas y cada una de las personas que habitamos en este curioso mundo.
ResponderEliminar¿Habría alguna posibilidad de leer la tesis del Padre Antonio?
PD: Ya era hora de que respirases aire fresco romano.
Pablo M.