Hoy celebramos en Italia la Fiesta de la República. Se conmemora el referéndum de 1946, cuando los
ciudadanos italianos fueron llamados a decidir qué forma de gobierno querían
para su país tras la Segunda Guerra Mundial y la caída del fascismo. Renunciaron
a la monarquía y optaron por la república. A primera hora de la mañana he
sentido el rugido de los aviones de las llamadas Frecce Tricolori
dibujando la bandera italiana en el cielo azulísimo de Roma. Han pasado 74 años
desde que Italia se convirtió en una república moderna. Con sus más y sus menos
el país ha llegado hasta hoy. Tras los años dorados en la década de los 60 del
siglo pasado y los “años de plomo” en la década siguiente, en la actualidad el bel paese (de esto no hay ninguna duda)
sigue enfrentándose a sus viejos demonios (abismo norte-sur, lucha contra la
corrupción y la mafia, clientelismo político, etc.) y buscando respuesta a los
nuevos desafíos: la integración en Europa, la inmigración, la digitalización y
ahora las consecuencias devastadoras de la pandemia. No olvidemos que, tras el
Reino Unido (que ya suma casi 40.000 muertos), Italia ha sido el país más
afectado del viejo continente. De Italia, país en el que he vivido casi veinte
años de mi vida en diversos periodos, he escrito en diversas
ocasiones en este blog. Tiene el encanto de los pueblos viejos: sabio,
religioso y descreído a un tiempo, trabajador y vividor, individualista y
solidario, aficionado a emanar mil leyes y hábil en burlarlas todas. Y, sobre
todo, enamorado compulsivamente de la belleza. No conozco otro país del mundo
con una sensibilidad para lo bello tan a flor de piel.
En un día como
hoy, luminoso y cálido, pienso que para que un país avance, para que el mundo
avance, necesitamos tener una imagen
del futuro. Sin un sueño, estamos expuestos a la dictadura de la tecnociencia
y a los vaivenes políticos. Me parece que lo que ya se venía intuyendo desde
hace años, ahora, sacudidos por la pandemia, lo tenemos más claro: necesitamos
reconciliarnos con la naturaleza a la que hemos explotado. El “mundo artificial”
imaginado por la modernidad no tiene futuro. De hecho, las personas que desde
niños conviven con animales y se mueven en el campo, suelen tener un equilibrio
personal que ha desaparecido en muchas personas encerradas en las colmenas
impersonales de nuestras modernas ciudades. Así que, el futuro que yo imagino,
es el de una humanidad que encuentra un nuevo camino en el respeto a la biodiversidad,
en la recuperación de su vocación de “guardiana” de la casa común y no de dueña
absoluta. Quizás la pandemia sea la oportunidad para acelerar los cambios que
desde hace años se veían necesarios, pero que los fuertes intereses económicos de
corporaciones y estados han retrasado o cortado de raíz. Es triste que tengan
que morir miles de personas apara que abramos los ojos y nos demos cuenta del
tipo de mundo que estábamos construyendo. Algo similar pasó en Europa tras el
drama de la Segunda Guerra Mundial. Tuvieron que morir millones de personas
para que el continente inventara formas estables de convivencia y no repitiera
las interminables luchas intestinas de los siglos anteriores.
Cuando decimos
que “no hay mal que por bien no venga” nos estamos refiriendo a esta dinámica de
la vida personal y social. A veces necesitamos crisis profundas, fuertes
sacudidas, para despertarnos de la necedad en la que vivimos, caer en la cuenta
de nuestros caminos equivocados y reaccionar a tiempo. Creo que estamos en una
de esas coyunturas históricas. ¡Ojalá avancemos hacia un sueño compartido,
aunque por todas partes veo signos de lo contrario! Estados Unidos, la potencia
que ha dominado el mundo tras la última guerra mundial, es un país sumido en
una fuerte confrontación interna. A los más de 100.000 muertos causados por la
Covid-19, se unen las protestas y revueltas, que no son sino el síntoma de que
el racismo no está superado y de que, en contra de las apariencias, es un país
donde se dan fuertes e insoportables discriminaciones, agravadas por una
administración errática y sin visión, sin una clara imagen del futuro que vaya
más allá del populista “America first”
o el “Let us make America great again”. Frente
a estas ínfulas de impostada grandeza, prefiero la “sabiduría de vivir” que destila
el viejo pueblo italiano, donde conviven en armonía las ruinas de un pasado
glorioso, los cuadros de Rafael, los spaghetti
alle vongole, los diseños de moda, los coches Ferrari y la pasión por el bel canto y el fútbol. ¡Feliz fiesta de la República, cara Italia!
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