Leo que algunos cifran la superación del confinamiento y sus consecuencias en el sueño de tomar una cerveza con los amigos en una terraza o de vitorear a su equipo de fútbol en el estadio. Quizás son expresiones concretas y muy humanas del deseo que
tenemos de hacer una vida más o menos normal, pero no dejan de ser aspiraciones
bastante superficiales, que pueden esperar su momento oportuno. Todavía hay mucho temor acumulado y situaciones de riesgo. Cualquier aceleración imprudente se puede pagar muy caro.
La noticia que hoy me alegra la jornada es que el papa Francisco ha autorizado la canonización del beato Charles de Foucauld (1858-1916), un hombre santo que en alguna etapa de mi vida me ayudó a descubrir el tesoro de la interioridad, la adoración y la pequeñez. Si alguien desea adentrarse en la profundidad de su sorprendente vida y de su espiritualidad, le recomiendo leer el libro El olvido de sí, escrito por el sacerdote y escritor Pablo d’Ors, o ver el siguiente vídeo sobre su espiritualidad.
La noticia que hoy me alegra la jornada es que el papa Francisco ha autorizado la canonización del beato Charles de Foucauld (1858-1916), un hombre santo que en alguna etapa de mi vida me ayudó a descubrir el tesoro de la interioridad, la adoración y la pequeñez. Si alguien desea adentrarse en la profundidad de su sorprendente vida y de su espiritualidad, le recomiendo leer el libro El olvido de sí, escrito por el sacerdote y escritor Pablo d’Ors, o ver el siguiente vídeo sobre su espiritualidad.
¿Qué llevó a un vizconde francés a vivir pobremente en el desierto del Sahara? ¿Cuál
era el “tesoro” que escondía en su casita, hasta el punto de provocar la
avaricia de quienes lo asesinaron para robárselo? Como he dicho antes, el papa
Francisco autorizó a la Congregación para las Causas de los Santos a promulgar
el decreto sobre el milagro atribuido al Beato Carlos de Jesús (este es su
nombre religioso). En él se revela definitivamente el “tesoro” que con tanto
cariño guarda y por el que estaba dispuesto a dar la vida: Jesucristo en el sagrario.
Desde su muerte, acaecida
hacia casi 104 años, la vida de Charles de Foucauld ha fascinado y atraído a muchas
personas. Él, que había pasado casi desapercibido en vida, se hizo famoso tras
su muerte. A lo largo de los años, diecinueve familias diferentes de laicos,
sacerdotes, religiosos y religiosas han surgido de su espiritualidad y de su
forma de vivir el Evangelio. Entre ellas, destacan las Fraternidades de los Hermanitos y
Hermanitas de Jesús). Benedicto XVI, en el momento de la
beatificación el 13 de noviembre de 2005, dijo que su vida es “una invitación a aspirar a la fraternidad
universal”. Si algo destaca en Carlos de Foucauld –que lo hace atractivo y actual–
no es tanto su conversión de una vida mundana al Evangelio cuanto su continua búsqueda
de Dios. Además de ser un gran explorador en África desde el punto de vista
geográfico, dedicó el resto de sus años a explorar el inmenso territorio de la
relación entre Dios y los seres humanos.
Nacido en Estrasburgo el 15 de septiembre de 1858 en el seno de una familia noble (llevaba el título de vizconde de Pontbriand), pasó su primera infancia en Wissembourg. Cuando tenía solo seis años perdió a sus padres. Fue criado por su abuelo materno, militar de profesión, que también le dejó una considerable herencia. Sin embargo, el joven Charles, despreocupado y amante de la buena vida, la despilfarró muy pronto. En 1876 entró en la Escuela Militar de Saint Cyr. Se distinguió más por sus cualidades como soldado que como estudiante. Después de dejar el ejército, realizó algunas expediciones geográficas a Marruecos y se dedicó a estudiar el árabe y el hebreo. Como explorador demostró ser muy valioso, hasta el punto de que en 1885 recibió la medalla de oro de la Sociedad Francesa de Geografía.
Nacido en Estrasburgo el 15 de septiembre de 1858 en el seno de una familia noble (llevaba el título de vizconde de Pontbriand), pasó su primera infancia en Wissembourg. Cuando tenía solo seis años perdió a sus padres. Fue criado por su abuelo materno, militar de profesión, que también le dejó una considerable herencia. Sin embargo, el joven Charles, despreocupado y amante de la buena vida, la despilfarró muy pronto. En 1876 entró en la Escuela Militar de Saint Cyr. Se distinguió más por sus cualidades como soldado que como estudiante. Después de dejar el ejército, realizó algunas expediciones geográficas a Marruecos y se dedicó a estudiar el árabe y el hebreo. Como explorador demostró ser muy valioso, hasta el punto de que en 1885 recibió la medalla de oro de la Sociedad Francesa de Geografía.
Al año siguiente,
regresó a casa. Entonces su vida dio un giro decisivo. Carlos, que había sido
bautizado de niño, sintió la necesidad de volver a conectarse con la Iglesia
Católica. Su invocación “Dios mío, si
existes, déjame conocerte” podría ser el estribillo de cualquiera de nosotros
en estos tiempos de indiferencia religiosa y de búsqueda de sentido. Más tarde diría
algo que a mí me impresionó mucho la primera vez que lo leí: “Tan pronto como creí que había un Dios,
comprendí que sólo podía vivir para Él”. Nada fue igual de ahí en adelante.
En 1890 entró en los trapenses en Francia. Pronto pidió retirarse a un lugar
más pobre, en Siria. Cuando cumplió 32 años, Carlos sintió la necesidad de ser
dispensado de sus votos. En 1897 el Abad General de los Trapenses lo dejó libre
para seguir su vocación. Permaneció en Tierra Santa por un tiempo, luego
regresó a Francia y fue ordenado sacerdote en 1901.
Ese mismo año se trasladó a
África y se instaló en un oasis en el profundo desierto del Sahara. Vestía una sencilla
túnica blanca sobre la que estaba cosido un corazón de tela roja, coronado por
una cruz. Acogió a todos los que se acercaban por allí: cristianos, musulmanes,
judíos y paganos. Vivió otros trece años en el pueblo tuareg de Tamanrasset. Dedica
once horas diarias a la oración, se sumerge en el misterio de la Eucaristía,
escribe un gran diccionario francés-tuareg-tareg que todavía se usa hoy, defiende
a las poblaciones locales de los asaltos de los bandidos. Y fueron ellos los
que, el 1 de diciembre de 1916, quisieron robar el gran “tesoro” que escondía
en su casa y del que hablaba a todo el mundo. Se llevaron aquella “caja” sin
saber que lo que contenía, en realidad, eran hostias consagradas. Saquearon su
pobre vivienda y asesinaron a “Carlos de Jesús”, como era conocido por
los lugareños. Su vida sigue inspirándonos a muchos.
Os dejo con su famosa Oración del abandono. En estos tiempos de pandemia adquiere un significado muy especial:
Padre,
me pongo en tus manos.
Haz de mí lo que quieras,
Sea lo que sea, te doy gracias.
Estoy dispuesto a todo,
lo acepto todo,
con tal que tu voluntad se cumpla en mí
y en todas tus criaturas.
No deseo más, Padre.
Te confío mi alma,
te la doy con todo mi amor.
Porque te amo
y necesito darme a Ti,
ponerme en tus manos,
sin limitación, sin medida,
con una confianza infinita,
porque Tú eres mi Padre.
Me gusta que hoy hables de Foucauld que, he conocido a través de ti… Su oración me ha acompañado cuando, en estos días, se iban sucediendo momentos difíciles, en momentos en que me he dicho “no puedo más”…
ResponderEliminarEs buena noticia la de que el papa Francisco haya autorizado su canonización… Precisamente hace una semana que he vuelto a coger el libro que mencionas… El vídeo me lo guardo para este fin de semana…
Gracias por destacar que: …lo que le hace atractivo y actual es “su continua búsqueda de Dios” y el hecho de que “dedicó el resto de sus años a explorar el inmenso territorio de la relación entre Dios y los seres humanos”.
Gracias por compartir su invocación: “Dios mío, si existes, déjame conocerte” y su expresión: “Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que sólo podía vivir para Él”.
Me sorprende saber que se pasaba once horas diarias en oración y que su vida ha fascinado y atraído a muchas personas. Me ayuda a descubrir la fuerza de la oración y más, en momentos en que estoy descubriendo que para la oración no hay jubilación… solo depende de nuestra actitud, no depende del grado de salud, de la economía, ni del tiempo, ni del lugar…
Gracias Gonzalo por aportarnos tanto en estos momentos en que la vida se hace un poco cuesta arriba.