Me duele que los políticos, en general, tengan mala prensa. Conozco algunos
que son verdaderos servidores públicos. Se merecen otra consideración. No han entrado en política para medrar
o lucrarse, sino para contribuir al bien común. Confío en que no constituyan
una excepción. Se suele decir que en los dos países en los que más me muevo (Italia y
España) hay muchos más políticos de los necesarios. Se hacen comparaciones con
los países nórdicos o centroeuropeos, especialmente con Alemania. La proliferación de políticos
en los cuatro niveles de la administración (local, provincial, regional-autonómico y
nacional) supone un gran peso económico para los Estados. Es probable que se esté dando una costosa inflación. Sé que este es un asunto que enciende pasiones. No quiero echar más leña al fuego en un momento en el que estamos bastante insatisfechos con el modo como nuestros políticos están gestionando la crisis del Covid-19, aunque hay diferencias notables. Mi impresión (no llega a ser una convicción rotunda) es que necesitaríamos menos políticos profesionales si todos fuéramos
un poco más políticos a pie de calle. Me explico. No
me estoy refiriendo a la necesidad o conveniencia de afiliarnos a partidos y ejercer algún cargo en sus filas, sino a ser habitantes responsables de la “polis”,
de la “ciudad” a la que todos pertenecemos. No se puede criticar a los políticos
profesionales y luego comportarnos como ciudadanos que solo se preocupan del
propio interés y muy poco del bien común. En otras palabras, no podemos
ensuciar la calle, por ejemplo, y luego quejarnos de que los barrenderos la
limpian poco. Lo esencial para que una ciudad esté limpia no es disponer de
abundantes y caros servicios de limpieza, sino contar con una ciudadanía que no
la ensucie y que la cuide como si fuera –lo es– su propia casa.
Viene esto a cuento a propósito de las medidas que hay que tomar para
entrar en la llamada fase 2 o de desconfinamiento o desescalada (palabros que se han puesto de moda en los últimos días). En los países latinos somos
muy propensos a echar la responsabilidad en los hombros de los respectivos
gobiernos. Es ya tópico el viejo chiste italiano, pero lo traigo de nuevo a colación:
“¿Llueve? Porco governo. ¿Hace sol? Porco governo”. Pase lo que pase, la culpa siempre es del gobierno de turno. Otras culturas, que –dicho
sea de paso– tienen también sus puntos débiles, acentúan más la responsabilidad de
cada ciudadano y de la sociedad en general. Saben que no se puede organizar la vida de un
país a base de medidas gubernativas, por acertadas que sean, sino de virtudes cívicas. ¿De qué sirve,
por ejemplo, que el gobierno autorice a que los niños paseen una hora
acompañados por los adultos si algunos padres hacen caso omiso de las
recomendaciones de seguridad que machaconamente repiten las autoridades
sanitarias? Varios expertos dicen que los logros conseguidos en la muy larga
fase de confinamiento (en Italia llevamos ya casi 50 días) se pueden perder si
se realiza de manera irresponsable la siguiente fase de apertura progresiva. Quizás
ahora, en esta crisis provocada por la pandemia, se ve con más claridad la
importancia de que todos seamos “políticos” (responsables de la polis), pero esto es aplicable a cualquier
momento y lugar. Ser “políticos” significa utilizar los servicios públicos con
mesura, preguntarse de qué manera podemos contribuir al bien común y no solo a
la búsqueda del provecho personal, cómo podemos afrontar y resolver los
problemas, de qué forma podemos apoyar cuantas iniciativas sociales
contribuyan a hacer más fácil y solidaria la convivencia.
Una de las caras alentadoras de esta pandemia es la solidaridad que se ha
desplegado. Por todas partes han surgido iniciativas de apoyo a las personas mayores,
a los cuidadores, al personal sanitario, a las fuerzas de seguridad, a los sacerdotes
y religiosos… El confinamiento ha demostrado que, en situaciones extremas,
somos capaces de responder con gran dignidad, valentía y responsabilidad, incluso con medios insuficientes y mala coordinación. ¿Sería posible aplicar
este aprendizaje a la “nueva normalidad” que nos aguarda en las próximas
semanas? ¿Podríamos ser mucho más “políticos”
para que los políticos profesionales fueran menos y no condicionaran tanto la
vida social? Admiro los países cuyos líderes políticos pasan casi desapercibidos
(no están todo el santo día en los telediarios) porque los ciudadanos saben lo
que tienen que hacer, lo hacen y se ayudan a hacerlo. Se suele decir que
tenemos los políticos que nos merecemos. Esto es verdad, no solo porque están
ahí como resultado de nuestros votos en las sucesivas elecciones, sino porque
reflejan mucho más de lo que nos gustaría nuestros propios vicios y virtudes. No
son extraterrestres caídos del cielo, sino ciudadanos que se han formado en la
misma sociedad a la que todos pertenecemos. Han respirado valores y
contravalores, buenas y malas prácticas. Quizá los criticamos mucho porque
constituyen un espejo en el que vemos reflejadas nuestras contradicciones. Es hora de poner el acento en la propia responsabilidad. Los políticos
del futuro serán fruto de una nueva cultura social más responsable y solidaria.
Que santa Catalina de Siena, patrona de Italia, cuya fiesta celebramos hoy, nos proteja y nos ayude. Ella supo denunciar con mucho valor la corrupción social y eclesial de su época, pero, sobre todo, supo vivir con integridad y coherencia en tiempos muy, pero que muy convulsos. Vamos, que predicó con el ejemplo.
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