La información que los gobiernos de varios países (incluido el mío) están dando sobre la evolución de la pandemia parece más una clase de estadística barata que una manera científica y humana –sobre todo, humana– de abordar el fenómeno. Las personas afectadas se dividen
en tres grandes categorías: contagiadas, muertas y curadas. Cada día se ofrecen
cifras como si fuera la bolsa. Unos valores suben y otros bajan. Se habla de
curvas y picos, de escalada y desescalada y otras lindezas que no figuraban en
nuestro vocabulario cotidiano. Me parece que esta asepsia informativa –practicada también por la mayoría de los medios de comunicación– es un modo
de pasar de puntillas sobre el drama que las cifras ocultan: que miles de
personas, con rostro, nombre y apellidos, están muriendo a causa del Covid-19 y
quizás también de una gestión de la pandemia poco eficaz.
En medio de tantos gráficos con líneas de colores ascendentes y descendentes, echo de menos un homenaje colectivo a las víctimas y una oración por su eterno descanso. Dicho de otra manera: creo que es necesario contar historias concretas más que maquillar el fenómeno a base de cifras que, por otra parte, no reflejan la realidad. Solo las historias tienen el poder de tocarnos el corazón y hacernos comprender la magnitud del fenómeno. Los números son imprescindibles para los técnicos. Es necesario hacer análisis estadísticos y prever tendencias para tomar las decisiones más adecuadas, pero las personas comunes necesitamos también relatos con nombres y apellidos; es decir, otro modo de presentar la información que revele que nos importan las personas y sus dramas, que ese es el verdadero patrimonio de un país. De hecho –esta es al menos mi experiencia personal– solo cuando la muerte empieza a tocar con los nudillos a la puerta de personas queridas experimentamos una verdadera sacudida, abrimos lo ojos.
En medio de tantos gráficos con líneas de colores ascendentes y descendentes, echo de menos un homenaje colectivo a las víctimas y una oración por su eterno descanso. Dicho de otra manera: creo que es necesario contar historias concretas más que maquillar el fenómeno a base de cifras que, por otra parte, no reflejan la realidad. Solo las historias tienen el poder de tocarnos el corazón y hacernos comprender la magnitud del fenómeno. Los números son imprescindibles para los técnicos. Es necesario hacer análisis estadísticos y prever tendencias para tomar las decisiones más adecuadas, pero las personas comunes necesitamos también relatos con nombres y apellidos; es decir, otro modo de presentar la información que revele que nos importan las personas y sus dramas, que ese es el verdadero patrimonio de un país. De hecho –esta es al menos mi experiencia personal– solo cuando la muerte empieza a tocar con los nudillos a la puerta de personas queridas experimentamos una verdadera sacudida, abrimos lo ojos.
El reverso de
estas historias de muerte producidas por el coronavirus lo encontramos en el Evangelio
de este Martes de Pascua. Nos narra una historia de vida. María Magdalena solo “descubre” a Jesús resucitado
cuando este la llama por su nombre. El nombre de “María” en labios de Jesús
abre los ojos y el corazón de la Magdalena, es como una palabra que descorre el
velo del sufrimiento y de la duda. Ella, a su vez, se dirige a Jesús con el
nombre de “Rabbuní-Maestro”. Solo en el encuentro interpersonal, mediado por el
uso de los nombres que confieren identidad, se experimenta la novedad de la
resurrección. La fe no será nunca más la adhesión a una “cifra” (doctrina,
fórmula, práctica), sino, sobre todo, la experiencia de encuentro con Aquel que
sale a buscarnos en el camino de la vida y nos llama por el nombre. Hay
fe y hay humanidad cuando no reducimos a las personas a números o categorías,
sino cuando tenemos el coraje de llamarlas por el nombre. No es lo mismo decir
que han muerto 10 o 650 hombres y mujeres que pronunciar y escribir sus nombres.
De hecho, en muchos lugares del mundo donde se han producido tragedias, se han esforzado
por consignar los nombres y apellidos de las personas afectadas. Echo de menos
este rasgo de humanidad en la información sobre la pandemia que estamos
padeciendo. Sin él, reducimos los muertos a cadáveres que se hacinan en las morgues,
no a personas que son hijos e hijas de Dios, han vivido una trayectoria, tienen
hijos, nietos y amigos y han muerto en unas condiciones en las que, por
desgracia, no se permite el acompañamiento imprescindible.
Una sociedad que banaliza
u olvida a sus muertos, que pasa enseguida página como si su desaparición
enturbiara nuestra historia, es una sociedad que no puede soñar un futuro más
humano. Ya sé que la sociedad es mucho más que algunos funcionarios públicos. Estoy
viviendo muy de cerca el dolor de personas que sí están tributando ese homenaje
de cariño a sus seres queridos muertos en estos días. Ayer, sin ir más lejos, murió
la madre de uno de mis amigos de siempre. Aparte del dolor que ha supuesto para
él y su familia, su gran pesar es no haber podido acompañar a su madre en el hospital
debido a las fuertes restricciones impuestas por las autoridades sanitarias. Para
él, obviamente, su madre no es la fallecida número 520, sino quizás la persona más
significativa en su vida. Yo he decidido ir componiendo una lista escrita con
los nombres de las personas de mi entorno más o menos cercano para orar por su
eterno descanso, pero de no de una forma genérica, sino citando sus nombres y
apellidos. Si Dios nos llama por el nombre, también yo quiero pedirle que acoja
en su seno a los hombres y mujeres cuyos nombres le recuerdo. Me parece un acto
de humanidad y casi de rebeldía frente al discurso oficial que habla de cifras,
curvas y picos.
ORACIÓN
(Tomada de la revista norteamericana America)
Jesucristo, sanador de todo,
acompáñanos en estos tiempos de incertidumbre y pena.
Acompaña a aquellos que han muerto por causa del virus.
Que estén descansando a tu lado en tu paz eterna.
Acompaña a las familias de quienes están enfermos
o que han muerto.
En medio de sus preocupaciones y penas,
líbrales de enfermedad y desesperación.
Permíteles sentir tu paz.
Acompaña a los doctores, enfermeras, investigadores
y a todos los profesionales médicos
que andan en búsqueda de sanar y ayudar a los afectados,
y que corren riesgos en el proceso.
Permíteles sentir tu protección y paz.
Acompaña los líderes de todas las naciones.
Dales la visión para actuar con amor,
y un verdadero interés en el bienestar
de la gente que deben servir.
Dales la sabiduría para poder invertir
en soluciones de largo plazo
que ayudarán a la preparación
o prevención de futuros brotes.
Permíteles conocer tu paz en esta tierra,
mientras juntos trabajan para lograrlo.
Ya estemos en nuestras casas o en el extranjero,
rodeados de muchos o de unos pocos
que sufren de esta enfermedad,
Jesucristo, acompáñanos
mientras soportamos y lamentamos,
persistimos y nos preparamos.
Sustituye nuestra ansiedad por tu paz.
Jesucristo, sánanos. Amén.
Gonzalo, estoy totalmente de acuerdo contigo... Estos días, la muerte de los seres más cercanos, se vive de una manera extraña, la sensación de que "desaparecen".
ResponderEliminarEn estos momentos, tengo la sensación de estar dentro de una burbuja y cuando saldremos de ella, nos encontraremos en un ambiente totalmente diferente... desconocemos las muchas personas que habrán fallecido.
A mí me ha ayudado a vivirlo diferente, cuando participando de la Eucaristía, por facebook, he podido escribir el nombre de dos personas muy cercanas y el sacerdote ha hecho memoria de ellas, citándolas, con su nombre concreto.
Por mi profesión, ya llevo diez personas cercanas fallecidas, aparte de una amiga y un primo.
Gonzalo, gracias, porque a través del blog me vas dando fuerza y coraje para ir continuando.
Nos unimos en oración para orar por nuestros difuntos y por todos aquellos que habrán fallecido y nadie les echará en falta.
Un abrazo.