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domingo, 8 de marzo de 2020

Hay que subir al monte

Este II Domingo de Cuaresma parece el reverso del primero. Tras la experiencia de la tentación, viene la transfiguración. Del desierto, Jesús pasa al monte; del lugar de la prueba, al lugar de la revelación. Desierto y monte son dos escenarios en los que se mueve nuestra vida. Subir al monte tiene un alto valor simbólico. En el evangelio de Mateo, cuando Jesús quiere decir o hacer algo verdaderamente importante sube a un monte: la última tentación tiene lugar en un monte (cf. Mt 4,8); las bienaventuranzas son proclamadas en un monte (cf. Mt 5,1); es en un monte donde se realiza la multiplicación de los panes (cf. Mt 15,29) y, al final del evangelio, cuando los discípulos se encuentran con el Resucitado y son enviados al mundo entero, están “en el monte que les había indicado Jesús” (Mt 28,16). No podríamos afrontar las muchas pruebas de la vida si, de vez en cuando, no subiéramos al monte donde tiene lugar la revelación de Dios. Necesitamos escuchar la voz que nos dice: “Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo”. Es como si en tiempos de confusión, Dios nos estuviera señalando con claridad que solo en Jesús encontramos el rumbo.

En plena expansión del coronavirus recordamos cómo las epidemias han cambiado la historia de la humanidad. El siglo XXI, magnífico por tantos motivos, no está exento de ellas. La globalización tiene también su cara B. Se globalizan las comunicaciones y la economía, pero también los virus y las mafias. Vivimos en un mercado común de bienes y males. Lo que afecta a una parte del cuerpo afecta, en realidad, a todo el cuerpo. Lo estoy comprobando estos días. Un pie hinchado y amoratado condiciona toda la vida. El problema está localizado en una pequeña parte del cuerpo, pero afecta al conjunto. Naturalmente, todo puede ser leído como amenaza o como oportunidad, incluso esta epidemia de coronavirus. No quiero pecar de espiritualista, pero hay una pregunta que me acompaña desde hace días: ¿Qué quiere decirnos Dios a través de lo que estamos viviendo? En el pasado, cuando se producía la peste o llegaba algún cataclismo, la gente siempre solía interpretar estos acontecimientos como un castigo divino o, por lo menos, como una seria advertencia de que algo no estaba yendo según la voluntad de Dios, una llamada a la conversión. 

Jesús nos ha invitado, más bien, a leer en profundidad el tiempo presente, a interpretar los “signos de los tiempos”. La pregunta correcta sería: ¿Qué significa lo que estamos viviendo hoy? Es evidente que, más allá de su gravedad real, esta epidemia del coronavirus ha empezado a trastocar nuestra vida como la trastocaron los terribles atentados del 11 de septiembre en 2001. Aquí en Italia es evidente. Me resulta difícil comprobar que hoy domingo, por ejemplo, en varios lugares del mundo no se celebrará la Eucaristía por el temor al contagio. ¡Hasta el papa Francisco ha suprimido el tradicional Ángelus en la plaza de san Pedro!

El Evangelio de la transfiguración nos da una clave. En momentos de desconcierto y turbación hay que subir al monte. Necesitamos ver lo que sucede en el valle de la vida... desde la perspectiva de la altura; es decir, desde la perspectiva de Dios. En tiempos de globalización del bien y del mal, lo único que no hemos globalizado todavía es la escucha atenta de la Palabra de Dios. Como el niño tozudo, seguimos empeñados en defender que nosotros solos “sabemos hacer las cosas”, que nos bastamos y nos sobramos para gestionar el mundo, incluyendo una epidemia mundial, que no necesitamos subir a ningún monte. La historia se cuece en el valle de la vida cotidiana, aunque éste parezca a veces un valle de lágrimas. 

¿No deberíamos, más bien, escuchar con humildad la voz de quien “tanto ha amado al mundo que le ha entregado a su propio hijo” (Jn 3,16)? No estoy proponiendo recurrir al milagro como solución a nuestros problemas y mucho menos abandonarnos a una especie de fideísmo irresponsable. Hay que tomar muy en serio las medidas de precaución.  Me limito a sugerir que nos viene bien tomar conciencia de nuestra fragilidad, caer en la cuenta de que basta un simple virus para poner en jaque una civilización, cuestionar nuestros valores y estilo de vida, etc. El tiempo nos dará la justa perspectiva para leer con más profundidad lo que nos está pasando. Ahora estamos demasiado inmersos en gestionar el día a día de una crisis impredecible como para justipreciar su alcance.

Sé que hoy es el Día Internacional de la Mujer. Aprovecho para felicitar muy sinceramente a todas las lectores de este Rincón. Quizá mañana pueda volver con más calma sobre este otro signo de los tiempos.





















1 comentario:

  1. Ante todo, Gonzalo, ¿cómo te va la recuperación? Por lo que dices ya veo que el pie todavía está dando "la lata"... Cuidate mucho.
    Gracias porque a pesar de todo estás ahí y nos animas con tu testimonio...
    Con la entrada de hoy y la homilia de Armellini, por lo menos a mi, me ayuda,a dar un giro importante... Que pasaje del Evangelio tan diferente de lo leido y reflexionado otras veces... Gracias.
    Un abrazo

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