Si la Navidad fuese como aparece en las tiendas del aeropuerto de Fiumicino, en donde me encuentro ahora mientras tecleo la entrada de hoy, todo sería glamuroso y encantador. Abundan los artículos de lujo, los alimentos típicos de estas fechas y una
decoración elegante, con el inequívoco toque italiano. Pero sé muy bien que
este papel de regalo envuelve realidades muy distintas. Como todos los años, al
llegar estas fechas, aparecen con más claridad las zonas de sombra. Hay muchas personas
que están viviendo situaciones difíciles. No hace falta pensar solo en quienes
viven en la calle o se encuentran desahuciados. A menudo, situaciones de dolor, soledad y tristeza se encuentran alrededor de nosotros. Si es verdad que Dios ha
decidido hacerse uno de nosotros, vivir nuestra fragilidad, ¿cómo puede seguir
mostrando su cercanía en nuestro tiempo? Quizá la pregunta más directa sería
esta: ¿Qué puedo hacer yo para mostrar la cercanía de Dios a quienes están viviendo
situaciones de desamparo? Cada uno de nosotros nos convertimos por unos días en
ángeles que anuncian la paz y la alegría que nosotros hemos recibido.
Si nos dejamos
llevar solo por nuestros intereses, la pregunta espontánea suele ser otra: ¿Cómo
puedo durante estos días desconectarme del trabajo y de las ocupaciones habituales
para disfrutar? Es una pregunta autocéntrica. La experiencia nos dice que
cuando buscamos solo o principalmente nuestro propio placer, el resultado suele
ser una tristeza mayor. Acabamos víctimas del síndrome de Navidad: demasiadas expectativas, pocos éxitos. Alertados por las experiencias de años anteriores, ¿no podríamos
este año hacer un planteamiento radicalmente distinto? Si la Navidad significa
la “salida” de Dios al encuentro de la humanidad, ¿qué podría hacer yo para “salir”
al encuentro de quienes pueden estar necesitando una palabra de ánimo, una
visita tranquila, un gesto de amor? Antes de pensar en “campañas de Navidad”
como las que suelen organizar comunidades, parroquias e instituciones de
diverso tipo, quizás sería mejor comenzar por el propio entorno: ¿qué puedo
hacer para que las personas que viven conmigo o con las que me vaya a encontrar
estos días experimenten el amor de Dios a través de mi mediación? La Navidad
pone en juego la fantasía del amor, las mil formas de ser cercanía de Dios para
los demás.
Incluso las personas
que parece que siempre están bien, atraviesan periodos de cansancio, desaliento
o crisis. También ellas necesitan el oasis de la Navidad. Acostumbradas siempre
a dar, a pensar en los otros, muchas veces se sienten desfondadas. Necesitan
que alguien piense en ellas, se preocupe de ellas. No son tan fuertes como para
poder vivir sin el cariño de los demás. Cada uno de nosotros puede pensar en
sus parientes y amigos “débiles”, pero también en los “fuertes”. Todos necesitan
el bálsamo del amor. Es probable que nos sintamos como el pequeño tamborilero;
es decir, demasiado pobres como para poder hacer nuestra ofrenda. ¿Cómo podemos
amar a los otros si nosotros mismos estamos necesitando que alguien nos regale
un gesto de amor? En esto consiste precisamente el misterio de la Navidad: en
que, partiendo de nuestra pobreza, Dios hace el milagro de multiplicar nuestra
generosidad. No hace falta que todo nos vaya bien, que rebosemos felicidad por
todos los poros, para ponernos al servicio de los demás. Basta con que
aceptemos con sencillez que somos limitados y nos abramos a la gracia de Dios.
Él obra siempre el milagro. Estoy convencido de que, planteada así, la Navidad personal
sintoniza mucho más con la Navidad de Jesús. Otra Navidad es posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
En este espacio puedes compartir tus opiniones, críticas o sugerencias con toda libertad. No olvides que no estamos en un aula o en un plató de televisión. Este espacio es una tertulia de amigos. Si no tienes ID propio, entra como usuario Anónimo, aunque siempre se agradece saber quién es quién. Si lo deseas, puedes escribir tu nombre al final. Muchas gracias.