Hay personas que se vienen abajo en momento de tensión; otras se crecen. Ayer por la tarde
estuvimos acompañados por el teólogo colombiano Ignacio Madera, hombre entrado
en años y kilos, parlanchín, ligeramente socarrón y con pocos pelos en la
lengua. Parecía un hombre que se crecía. Ha llegado a esa edad en la que uno puede decir lo que quiera sin miedo
al ridículo o a los juicios sumarios. Él compartió con nosotros su particular
visión del momento que atraviesan los países latinoamericanos y, de manera
especial, la misión que le aguarda a la Iglesia en estos años de protestas y de
rabia acumulada. Entre las muchas provocaciones que nos lanzó rescato esta: “El gran desafío hoy es el problema de la fe”.
Podemos discutir hasta la saciedad si son galgos o podencos, si las
protestas callejeras son efímeras o se van a quedar un tiempo, si estamos
ganando o perdiendo la batalla de la interculturalidad, pero donde nos jugamos
el fundamento de la esperanza, la capacidad de soñar un futuro diferente, es en
la experiencia de fe. Dicho sin rodeos: ¿Creemos en Dios, sí o no? No podemos
echar balones fuera con discursos acerca de la emergencia social, el cambio
climático o la necesidad de una formación permanente de calidad. A la postre,
todas las cuestiones nos llevan a la más decisiva: ¿Existe Dios? Y si existe,
¿qué tiene que ver con nosotros y nosotros con él?
Mientras se producía
una ligera tormenta en nuestra pacífica navegación, leo lo que está sucediendo
en Madrid, a 8.000 kilómetros de distancia. Hay un acontecimiento de alcance nacional (la
constitución del nuevo parlamento español) y otro de envergadura mundial
(la
cumbre sobre el clima). El primero ha tenido un carácter algo
esperpéntico y augura una legislatura borrascosa de duración indefinida. Parece
que el presidente de la mesa de edad, un socialista castellano con barba
valleinclanesca y atuendo clásico, ha perdido perdón al pueblo español por no haber
dotado al país de un gobierno, siguiendo el mandato popular. Otros han hecho
una exhibición de fórmulas pintorescas a la hora de acatar la Constitución. En
fin, que el clima parlamentario parece haberse contagiado de ese calentamiento
global que se está tratando en la cumbre de la Feria de Madrid. Es como si
todos hubiéramos recibido el mismo mensaje: “Agítelo
antes de usarlo”. Por todas partes se respira inquietud, agitación, rabia,
hastío… Algunos –como, por ejemplo, el PNV– aprovechan este clima para sacar
adelante sus proyectos, sin preocuparse demasiado de los intereses generales.
Ya se sabe que “a río revuelto, ganancia
de pescadores”. ¿Cómo moverse en la complejidad? ¿Cómo encontrar algún
asidero que nos permita no hundirnos?
Si en Madrid los políticos
españoles tienen que preocuparse de sacar adelante un gobierno estable, si la
cumbre del clima tiene que conseguir que no siga subiendo la temperatura del
planeta, aquí en Medellín tenemos que preguntarnos cómo vamos a vivir nuestra
vocación misionera en los próximos años, conscientes de que todo está agitado,
de que la gente está insatisfecha y busca algo diferente. Siguiendo una metáfora
bíblica, parece que vamos a bordo de una barca zarandeada por las olas,
expuesta a la deriva o incluso al naufragio. Merece la pena reproducir el
texto en la versión de Marcos: “Un
día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos: «Vamos a la otra orilla.» Dejando
a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas lo acompañaban. Se
levantó un fuerte temporal y las olas rompían contra la barca hasta casi
llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre el cabezal. Lo despertaron
diciéndole: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» Se puso en pie, increpó
al viento y dijo al lago: «¡Silencio, cállate!» El viento cesó y vino una gran
calma. Él les dijo: «¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?» Se
quedaron espantados, y se decían unos a otros: «¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el
viento y las aguas le obedecen!»” (Mc 4,35-41). Pues sí, Ignacio Madera tenía
razón ayer: es una cuestión de fe. Sin ella, todas las demás respuestas son frágiles
y efímeras. Tal vez el Adviento puede ayudarnos a caer en la cuenta.
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