Noviembre siempre empieza con la solemnidad de Todos los Santos. Este año, al caer en viernes, es el comienzo de un buen puente
otoñal. Imagino que muchas personas están disfrutando de la serenidad de una
estación que nos invita a ella. Yo me preparo para ir al gran cementerio Campo
Verano de Roma para celebrar la Eucaristía junto a las tumbas de todos
los claretianos que han muerto en la Ciudad Eterna. Esta es una costumbre
piadosa que las nuevas generaciones ya no entienden. La práctica de la
incineración va dejando atrás viejas tradiciones que hunden sus raíces en una visión cristiana de la vida y de la muerte. Cuando pienso en mis hermanos
fallecidos los veo como “los santos de la puerta de al lado”, por usar la
expresión del papa Francisco en la exhortación apostólica Gaudete
et Exultate sobre la llamada a la santidad. Me parece una expresión feliz en un día
como hoy. El papa escribe: “No pensemos
solo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad
por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque «fue voluntad de Dios
el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de
unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le
sirviera santamente»” (GE, n. 6) Es verdad que hay corrupción por todas
partes. Hablamos de ella a menudo. Pero es más cierto que el Espíritu Santo
derrama santidad por todo el mundo. Necesitamos caer en la cuenta de este hecho
para no naufragar en el abismo de la desesperación.
La expresión “los santos de la puerta de al lado” no es solo una frase
bonita. El papa Francisco aclara a quién se refiere con ella: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de
Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos
hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos,
en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir
adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas
veces la santidad «de la puerta de al lado», de aquellos que viven cerca de
nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión,
«la clase media de la santidad»”. Los ejemplos que pone tendrían que ser completados
con nuestra experiencia personal. A mí me parecen “santos de la puerta de al
lado” los jóvenes que, sin convertirse en bichos raros, no se someten a los
dictados de la moda y viven su fe con alegría a pesar de que algunos compañeros
los ridiculizan; los novios que se preparan para el matrimonio a sabiendas de
que muchos de sus amigos practican la mera convivencia porque no creen en la
fuerza del sacramento; los cónyuges que afrontan con verdad sus crisis sin recurrir fácilmente a la separación o al divorcio; los jubilados que renuncian a pasatiempos
legítimos y dedican tiempo a cuidar a sus nietos o a otros trabajos sociales;
los políticos que siguen creyendo en la importancia de luchar por el bien común
y no se doblegan a las directrices oportunistas de sus partidos o a la tentación de
la corrupción; los sacerdotes que no tiran la toalla aunque su figura social
haya perdido reconocimiento y relevancia; los trabajadores que son honrados, competentes y solidarios; los niños que no exigen a todas horas sus caprichos sino que han aprendido a darse a los demás; los misioneros que, a pesar de las dificultades, siguen creyendo en la fuerza del Evangelio; los ancianos que, en vez de estar pidiendo comodidades para sí mismos, siguen preocupándose por sus hijos y nietos; los científicos que no buscan lucrarse con sus descubrimientos sino encontrar soluciones eficaces a los problemas de la humanidad...
Los santos
(canonizados o no) nos salvan de la mediocridad. El papa Francisco lo dice con otras palabras:
“Dejémonos estimular por los signos de
santidad que el Señor nos presenta a través de los más humildes miembros de ese
pueblo que «participa también de la función profética de Cristo, difundiendo su
testimonio vivo sobre todo con la vida de fe y caridad». Pensemos, como nos
sugiere santa Teresa Benedicta de la Cruz, que a través de muchos de ellos se construye
la verdadera historia: «En la noche más oscura surgen los más grandes profetas
y los santos. Sin embargo, la corriente vivificante de la vida mística
permanece invisible. Seguramente, los acontecimientos decisivos de la historia
del mundo fueron esencialmente influenciados por almas sobre las cuales nada
dicen los libros de historia. Y cuáles sean las almas a las que hemos de
agradecer los acontecimientos decisivos de nuestra vida personal, es algo que
solo sabremos el día en que todo lo oculto será revelado»”. Los periódicos hablan de personas famosas. Nosotros tendemos a pensar que son ellas quienes escriben la historia. En realidad, lo mejor de nuestra humanidad está representado de manera invisible pero eficaz por los millones de “santos de la puerta de al lado” que son como luminarias en medio de la noche. La mayoría de ellos nunca serán famosos. No podrán competir con Cristiano Ronaldo, Donald Trump o Lady Gaga, pero su influjo positivo es el que nos ayuda a mantenernos vivos.
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