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lunes, 4 de noviembre de 2019

Hakuna Matata

Tranquilos, no voy a escribir ni sobre El Rey León ni sobre la lengua suajili. Para mí, la expresión Hakuna Matata –que en suajili significa “No hay problema”– es muy familiar porque he vivido con personas de Tanzania y Kenia que hablan esa lengua y repetían con cierta frecuencia su particular No problem. Pero no, nada de disquisiciones lingüísticas.  Voy a escribir sobre la experiencia que viví el sábado por la tarde. Luego entenderéis la relación con el título. Tendría que haberlo hecho ayer mismo, pero el domingo “mandaba”, como se dice en el argot periodístico. A las dos y media de la tarde me acerqué a la plaza de san Pedro. Cielo encapotado y temperatura suave. La plaza registra una animación inusual. La cola para entrar en la basílica llega casi hasta el brazo de Carlomagno. Me esperan unos amigos de Madrid que han venido a Roma para participar en el Hakuna All Meeting aprovechando el puente de Todos los Santos. Uno de los eventos programados es una hora santa en la basílica de san Pedro. El momento no era muy apetecible, pero tenía interés por saber quiénes eran estos chicos de la asociación Hakuna. Los conocía solo de oídas. 

Estuve en la cola casi una hora. La pulsera amarilla que llevaba en la muñeca me identificaba como un participante en la hora santa. En la cola nos mezclamos con el resto de turistas y peregrinos. Ya dentro, tuvimos que esperar casi una hora más. El lugar reservado estaba ocupado por un nutrido grupo de orondos tiroleses que, vestidos a la usanza tradicional, habían participado en una misa. Además de los trajes típicos y los estandartes, llevaban también una banda que solemnizó la celebración. Una vez que despejaron el inmenso presbiterio que está detrás del altar papal, nos acomodamos como pudimos. Los más jóvenes se sentaron en el suelo; los mayores buscamos algún sitio en los bancos. Todo se hizo a la manera juvenil: es decir, con un gran desorden. No sé cuántos éramos, pero no estaríamos lejos de las mil personas, entre jóvenes (la mayoría) y adultos (o seniors, como suelen decir ellos).

La “hora santa” transcurrió entre cantos –interpretados con mucho entusiasmo por un numeroso coro y seguidos por la asamblea, oraciones meditativas (una a cargo de un chico y otra recitada por el sacerdote José Pedro Manglano, fundador de esta asociación), silencio y bendición “itinerante” con el Santísimo Sacramento.  En un momento dado, el sacerdote Toño Casado, autor del musical 33, interpretó maravillosamente una canción cuyo título no recuerdo. La “hora santa” duró efectivamente alrededor de una hora. Algunos esperaban la visita sorpresa del papa Francisco, pero no se produjo. Yo me mezclé con la gente, oré, guardé silencio, canté los estribillos repetitivos y me uní a la danza final. Acabada la adoración, pasadas ya las seis de la tarde, el grupo se trasladó a la iglesia de san Ignacio para celebrar la Eucaristía, a la que siguió una fiesta en el camping en el que se alojaba la mayoría. 

Yo regresé a casa tratando de recapitular la experiencia. Voy a empezar por lo que sospecho que dirían algunos “desde fuera”. Su discurso podría sonar más o menos así: “Estos chicos tienen pinta de pijos [fresas, gomelos o sifrinos en algunos países latinoamericanos]. Visten y hablan como ellos. Se ve que vienen de familias bien, son votantes de partidos de derecha y pueden permitirse el lujo de viajar. El estilo del grupo tiene un claro tufillo Opus”. Yo podría haber caído también en esa tentación. Para evitarla, hice un esfuerzo por liberarme de prejuicios y ver a cientos de jóvenes universitarios que celebraban con mucha alegría su fe. Más allá de su extracción social, de su vestimenta de marca o de su lenguaje ligeramente gutural, cada uno es una persona querida por Dios y seducida por Jesús. Esto es lo que importa.

Visitando la página web de la asociación y charlando con mis amigos, fui descubriendo otros detalles. La cosa surgió a raíz de la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, hace apenas seis años. Un grupo de jóvenes se tomaron en serio la invitación del papa Francisco a “hacer lío”. Hoy están presentes en varias ciudades españolas. Intentan vivir con alegría su fe en Cristo en medio de una sociedad secularizada. Se sirven de medios como “horas santas”, “revolcaderos”, “God’s stops”, “compartiriados”, “escapadas”, etc. Como todo grupo innovador que se precie, han acuñado su propio vocabulario, más o menos cursi o sugestivo, según gustos. La música ocupa un lugar muy especial. En Spotify se pueden encontrar muchas de sus composiciones. El grupo se llama Hakuna Group Music. Me gusta su estilo fresco y la alegría que contagian. Si queréis saber algo más sobre ellos, podéis leer sus Estatutos. Los que vivís en España podéis también participar en sus actividades en las diversas ciudades donde están presentes. 

¿Quién no se emociona al ver cómo tantos jóvenes están entusiasmados por Cristo y se esfuerzan por vivir la fe en la universidad? ¡Cuántas parroquias e institutos religiosos hacen lo imposible por acercarse a los jóvenes y no consiguen casi nada! Hay que alegrarse de que Cristo siga llegando al corazón de estos jóvenes del siglo XXI. Para ellos, la Eucaristía (celebración y adoración) es la fuente principal de su vida cristiana. Por otra parte, no percibí en ellos la tentación de “capillismo” o “elitismo”, tan frecuente en otros grupos, movimientos y asociaciones de Iglesia. Subrayan mucho la unidad, la apertura a todos, la superación de clichés y etiquetas. Me parece que combinan bien la vida en grupo, la formación, la celebración festiva, la adoración y el compromiso profesional y social. ¡Ojalá hubiera muchas iniciativas como esta! 

Ayer os puse el testimonio de uno de los jóvenes que ha descubierto la fe a través de este grupo. Os dejo hoy con una de las canciones, cantada por una chica a pie de calle, sin Auto-tune, sin trampa ni cartón. ¡Que no decaiga!



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