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viernes, 30 de agosto de 2019

Hay que correr más

A cuatro pasos de mi casa romana está el parque Villa Glori. Es un recinto de 25 hectáreas, también conocido como Parque del Recuerdo (Parco della Rimembranza), construido para homenajear a los caídos en la Primera Guerra Mundial. Desde 1988, la Caritas romana tiene en su cima una estructura de acogida para enfermos de SIDA. Aunque el mantenimiento de este pulmón verde en la zona norte de Roma deja mucho que desear, su cercanía a mi residencia y sus caminos en pendiente me facilitan la práctica del “senderismo urbano”, por llamar de alguna manera al hecho de caminar deprisa durante una hora por entre árboles, arbustos y muchas hojas secas. Ayer por la tarde, el parque era un muestrario variopinto de personas. Había familias con niños, personas de mediana edad paseando a sus perros, grupos de atletas corriendo juntos, adolescentes sentados en un banco fumando porros, y tipos solitarios como yo que corrían o caminaban y, de vez en cuando, aliviaban el calor con el agua de las fuentes, que en este punto Roma es una ciudad pródiga. Prefiero cien veces los pinares, hayedos y robledales de mi tierra, pero, a falta de algo mejor, Villa Glori me proporciona un espacio amplio y verde para desconectar del trabajo, respirar y correr sin salir de Roma.

Mientras contemplaba a tantas personas haciendo ejercicio, según su edad y condición, me vino a la mente un texto de san Pablo en su carta a los filipenses: “Hermanos, yo no pienso tenerlo ya conseguido. Únicamente, olvidando lo que queda atrás, me esfuerzo por lo que hay por delante y corro hacia la meta, hacia el premio al cual me llamó Dios desde arriba por medio del Mesías Jesús” (Flp 3,13-14). Pablo no se consideraba un triunfador sino un atleta que se esfuerza por llegar hasta el final de la carrera. La conciencia de que todavía no hemos conseguido “el premio” nos estimula a seguir corriendo hacia la meta. A veces tengo la impresión de que en la vida espiritual nos invade una cierta pereza, como si diera igual comportarnos de una manera o de otra, abandonarnos a lo más fácil o esforzarnos por crecer cada día un poco más. Quizá una falsa concepción de la gracia de Dios ha hecho de nuestra vida algo plano y rutinario, sin el mordiente de quien sabe que tenemos que esforzarnos más para ser a cabalidad lo que somos por gracia. Nos falta la ilusión del atleta que quiere batir su propio récord y se entrena cada día con método y entusiasmo. Para un cristiano, la gracia no es un regalo barato, sino una energía que nos da alas para desarrollar al máximo nuestra humanidad. A mayor experiencia de gracia, mayor compromiso en la vida cotidiana.

El premio al que aspiramos no es una realidad perecedera, sino la vocación a la que Dios nos llama por medio de Jesús. Pablo lo tenía muy claro. En su primera carta a los corintios lo expresa así: “¿No sabéis que en el estadio corren todos los corredores, pero uno solo recibe el premio? Pues corred vosotros para conseguirlo. Los que compiten se controlan en todo; y ellos lo hacen para ganar una corona corruptible, nosotros una incorruptible. Por mi parte, yo corro, no a la ventura; lucho, no dando golpes al aire; sino que entreno mi cuerpo y lo someto, no sea que, después de proclamar para otros, quede yo descalificado” (1 Cor 9,24-27). No se puede competir de cualquier manera. Necesitamos cuidarnos. Igual que la gente de mi barrio de Parioli va a Villa Glori para mantenerse en forma, necesitamos también una mínima ascética en nuestra vida cristiana para mantenernos siempre disponibles. Ya sé que hoy no se usa mucho la palabra “ascética” (ejercicio). Lo que los cristianos hemos arrinconado por considerarlo pasado de moda, lo están reciclando los deportistas. Ellos no tienen inconveniente en entrenar horas interminables, controlar su alimentación, vigilar sus constantes vitales, privarse de muchas cosas, regular el sueño… ¡Y eso “para ganar una corona corruptible”! ¿Qué tipo de entrenamiento necesitamos nosotros para mantener la forma del amor, para estar siempre disponibles, para no dejarnos llevar por el egoísmo y la pereza? ¡Esta es la ascética que hace del cristianismo algo atrayente!

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