A cuatro pasos de mi casa romana está el parque Villa Glori. Es un recinto
de 25 hectáreas, también conocido como Parque del Recuerdo (Parco della Rimembranza), construido para homenajear a
los caídos en la Primera Guerra Mundial. Desde 1988, la Caritas romana tiene en su cima una estructura de acogida para enfermos de
SIDA. Aunque el mantenimiento de este pulmón verde en la zona norte de Roma deja
mucho que desear, su cercanía a mi residencia y sus caminos en pendiente me
facilitan la práctica del “senderismo urbano”, por llamar de alguna manera al
hecho de caminar deprisa durante una hora por entre árboles, arbustos y muchas
hojas secas. Ayer por la tarde, el parque era un muestrario variopinto de
personas. Había familias con niños, personas de mediana edad paseando a sus
perros, grupos de atletas corriendo juntos, adolescentes sentados en un banco fumando porros, y tipos solitarios como yo que corrían o caminaban y, de vez en
cuando, aliviaban el calor con el agua de las fuentes, que en este punto Roma
es una ciudad pródiga. Prefiero cien veces los pinares, hayedos y robledales de
mi tierra, pero, a falta de algo mejor, Villa
Glori me proporciona un espacio amplio y verde para desconectar del
trabajo, respirar y correr sin salir de Roma.
Mientras
contemplaba a tantas personas haciendo ejercicio, según su edad y condición, me
vino a la mente un texto de san Pablo en su carta
a los filipenses: “Hermanos, yo
no pienso tenerlo ya conseguido. Únicamente, olvidando lo que queda atrás, me
esfuerzo por lo que hay por delante y corro hacia la meta, hacia el premio al
cual me llamó Dios desde arriba por medio del Mesías Jesús” (Flp 3,13-14).
Pablo no se consideraba un triunfador sino un atleta que se esfuerza por llegar
hasta el final de la carrera. La conciencia de que todavía no hemos conseguido “el
premio” nos estimula a seguir corriendo hacia la meta. A veces tengo la
impresión de que en la vida espiritual nos invade una cierta pereza, como si
diera igual comportarnos de una manera o de otra, abandonarnos a lo más fácil o
esforzarnos por crecer cada día un poco más. Quizá una falsa concepción de la
gracia de Dios ha hecho de nuestra vida algo plano y rutinario, sin el mordiente de quien sabe que tenemos que esforzarnos más para ser a cabalidad lo que somos por gracia. Nos falta la ilusión
del atleta que quiere batir su propio récord y se entrena cada día con método y
entusiasmo. Para un cristiano, la gracia no es un regalo barato, sino una energía
que nos da alas para desarrollar al máximo nuestra humanidad. A mayor
experiencia de gracia, mayor compromiso en la vida cotidiana.
El premio al que
aspiramos no es una realidad perecedera, sino la vocación a la que Dios nos
llama por medio de Jesús. Pablo lo tenía muy claro. En su primera
carta a los corintios lo expresa así: “¿No sabéis que en el estadio corren todos los corredores, pero uno solo
recibe el premio? Pues corred vosotros para conseguirlo. Los que compiten se
controlan en todo; y ellos lo hacen para ganar una corona corruptible, nosotros
una incorruptible. Por mi parte, yo corro, no a la ventura; lucho, no dando
golpes al aire; sino que entreno mi cuerpo y lo someto, no sea que, después de
proclamar para otros, quede yo descalificado” (1 Cor 9,24-27). No se puede
competir de cualquier manera. Necesitamos cuidarnos. Igual que la gente de mi
barrio de Parioli va a Villa Glori
para mantenerse en forma, necesitamos también una mínima ascética en nuestra
vida cristiana para mantenernos siempre disponibles. Ya sé que hoy no se usa
mucho la palabra “ascética” (ejercicio). Lo que los cristianos hemos
arrinconado por considerarlo pasado de moda, lo están reciclando los
deportistas. Ellos no tienen inconveniente en entrenar horas interminables,
controlar su alimentación, vigilar sus constantes vitales, privarse de muchas cosas, regular el sueño… ¡Y
eso “para ganar una corona corruptible”! ¿Qué tipo de entrenamiento necesitamos
nosotros para mantener la forma del amor, para estar siempre disponibles, para
no dejarnos llevar por el egoísmo y la pereza? ¡Esta es la ascética que hace
del cristianismo algo atrayente!
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