Escribo estas notas a 3.650 metros de altitud, en un pueblo del centro de Bolivia llamado Sacaca, perteneciente al departamento de Potosí. Pasar del calor y la humedad de Guayaramerín al frío y la sequedad de
Sacaca no es fácil. Antes hice un alto en Cochabamba para pasar la noche del lunes. Aquí, en
este rincón andino, no dispongo de wifi.
Tengo que arreglármelas con el teléfono móvil de otro compañero para acceder a
internet y poder colgar esta entrada. Cae ya la tarde. Una vez que desaparece
el sol, se cierne un frío punzante sobre este lugar desolado. Todo el mundo se
refugia en sus casas construidas de adobe y calamina. Yo me dispongo a celebrar
la misa en una iglesia del siglo XVII increíblemente bella. Se me agolpan los
pensamientos. Casi siempre van en la misma dirección: ¿Por qué estas gentes,
que se expresan sobre todo en aymara
y quechua, viven en lugares tan
inhóspitos siendo ciudadanos de un país extenso y rico? ¿Qué antiguas presiones
los obligaron a refugiarse en estas alturas más propias de las llamas que de
los seres humanos? ¿Cuánto tiempo van a durar estas poblaciones si la mayoría
de los jóvenes prefieren irse a vivir y trabajar en otras partes del país
(Cochabamba, Oruro, La Paz, Santa Cruz, etc.) o en el extranjero? Las respuestas
a estas preguntas afectan de lleno al sentido de nuestra misión. Durante muchos
años nuestros misioneros vascos y navarros han realizado una tarea
evangelizadora y social encomiable.
Uno de los
desafíos es presentar la novedad cristiana a personas que tienen un trasfondo
religioso muy arraigado y que entienden la vida social y religiosa en términos
de reciprocidad: yo te doy para que tú me des. A primera vista, no se entiende
el sentido de la gratuidad. ¿Cómo se va a captar la tremenda e irreductible
novedad de la gracia de Jesucristo? La salvación no se puede comprar ni vender:
se recibe gratuitamente. A la gracia no se responde con un pago por los
servicios recibidos (como si Dios fuera un expendedor de dádivas al que hay que
recompensar de algún modo), sino con la acción de gracias. Amor con amor se
paga. No hay otra forma de respuesta. A los judíos del siglo I les costó mucho
entender esta novedad. Pablo en sus escritos se esfuerza por explicarla, pero
no siempre lo consigue. Me pregunto si las dificultades de estas gentes andinas
distan mucho de las dificultades –a veces insuperables– que tenemos quienes
hemos nacido en un contexto mercantilista en el que todo tiene un precio. ¿Se
puede decir que los cristianos europeos somos sensibles a la gracia o hemos
sucumbido más bien a una visión moralizante de la religión en la que lo que
importa de verdad es lo que nosotros hacemos o dejamos de hacer más que lo que
Dios hace en nosotros? Nunca sabemos si somos cristianos hasta que dejamos de
mirarnos el ombligo (incluido el ombligo moral) y nos abrimos a la misericordia
de Dios. Hay que ser muy humilde para recibir la gracia a cambio de nada. A uno
siempre le gusta pagar sus facturas.
El silencio de
este lugar se puede cortar con un cuchillo. La luna parece que va a meterse por
la ventana de un momento a otro. Cubierto con mi abrigo, pienso en los muchos
estudiantes que estos días están terminando el curso académico en las escuelas,
colegios y universidades de Europa. Han pasado muchos años desde que hice mi
último examen. Por otra parte, yo nunca fui una persona sufridora, noctámbula…
y mucho menos obsesionada con la nota. La vida nos evalúa en un tribunal más
serio y profundo que el académico. Pero comprendo que un joven que espera
entrar en la universidad o encontrar un trabajo puede llegar a obsesionarse con
los resultados. En una sociedad tan competitiva como la nuestra “nadie regala
nada”, todo el mundo tiene que ganarse a pulso, por méritos propios, lo que
quiere conseguir. No dudo de que esta visión contenga algún elemento positivo y
estimulante, pero bloquea el acceso a una experiencia cristiana genuina. Desprovistos
del humus de la gratuidad, ya no
sabemos qué significa ser salvados por pura gracia. Somos, en el fondo, unos
perfectos des-graciados. Es una pena.
Hola Gonzalo, gracias por el esfuerzo que haces de conectar sea donde sea que estés... Gracias por tu reflexión... Mientras iba leyendo me venía una pregunta: a estas altitudes ¿se da el fenómeno de increencia que tenemos en Europa?
ResponderEliminarHola Gonzalo. Tu reflexión me ha ayudado a rezar esta mañana. Leo y rezo esto desde Mexico. Soy Consejera Hija de Son Jose. Hay tantas realidades que duelen, que cuestionan... Que empujan a todos a competir. Me he sentido invitada a la gratuidad. Gratis lo he recibido todo, gratis lo doy. Gracias por compartir aun desde la dificultad de los medios. Dios bendiga tu misión.
ResponderEliminarTú reflexión me hace recordar la homilía del 11 de junio del Papa Francisco en santa Marta dónde dijo "No hay relación con Dios fuera de la gratuidad. A veces, cuando necesitamos algo espiritual o una gracia, decimos: “Bueno, ahora ayunaré, haré penitencia, haré una novena....”. Está bien, pero estén atentos: esto no es para “pagar por la gracia”, para “comprar” la gracia. Esto es para ensanchar tu corazón para que la gracia venga. La gracia es gratuita."
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