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sábado, 22 de junio de 2019

El precio de la gracia

Escribo estas notas a 3.650 metros de altitud, en un pueblo del centro de Bolivia llamado Sacaca, perteneciente al departamento de Potosí. Pasar del calor y la humedad de Guayaramerín al frío y la sequedad de Sacaca no es fácil. Antes hice un alto en Cochabamba para pasar la noche del lunes. Aquí, en este rincón andino, no dispongo de wifi. Tengo que arreglármelas con el teléfono móvil de otro compañero para acceder a internet y poder colgar esta entrada. Cae ya la tarde. Una vez que desaparece el sol, se cierne un frío punzante sobre este lugar desolado. Todo el mundo se refugia en sus casas construidas de adobe y calamina. Yo me dispongo a celebrar la misa en una iglesia del siglo XVII increíblemente bella. Se me agolpan los pensamientos. Casi siempre van en la misma dirección: ¿Por qué estas gentes, que se expresan sobre todo en aymara y quechua, viven en lugares tan inhóspitos siendo ciudadanos de un país extenso y rico? ¿Qué antiguas presiones los obligaron a refugiarse en estas alturas más propias de las llamas que de los seres humanos? ¿Cuánto tiempo van a durar estas poblaciones si la mayoría de los jóvenes prefieren irse a vivir y trabajar en otras partes del país (Cochabamba, Oruro, La Paz, Santa Cruz, etc.) o en el extranjero? Las respuestas a estas preguntas afectan de lleno al sentido de nuestra misión. Durante muchos años nuestros misioneros vascos y navarros han realizado una tarea evangelizadora y social encomiable.

Uno de los desafíos es presentar la novedad cristiana a personas que tienen un trasfondo religioso muy arraigado y que entienden la vida social y religiosa en términos de reciprocidad: yo te doy para que tú me des. A primera vista, no se entiende el sentido de la gratuidad. ¿Cómo se va a captar la tremenda e irreductible novedad de la gracia de Jesucristo? La salvación no se puede comprar ni vender: se recibe gratuitamente. A la gracia no se responde con un pago por los servicios recibidos (como si Dios fuera un expendedor de dádivas al que hay que recompensar de algún modo), sino con la acción de gracias. Amor con amor se paga. No hay otra forma de respuesta. A los judíos del siglo I les costó mucho entender esta novedad. Pablo en sus escritos se esfuerza por explicarla, pero no siempre lo consigue. Me pregunto si las dificultades de estas gentes andinas distan mucho de las dificultades –a veces insuperables– que tenemos quienes hemos nacido en un contexto mercantilista en el que todo tiene un precio. ¿Se puede decir que los cristianos europeos somos sensibles a la gracia o hemos sucumbido más bien a una visión moralizante de la religión en la que lo que importa de verdad es lo que nosotros hacemos o dejamos de hacer más que lo que Dios hace en nosotros? Nunca sabemos si somos cristianos hasta que dejamos de mirarnos el ombligo (incluido el ombligo moral) y nos abrimos a la misericordia de Dios. Hay que ser muy humilde para recibir la gracia a cambio de nada. A uno siempre le gusta pagar sus facturas.

El silencio de este lugar se puede cortar con un cuchillo. La luna parece que va a meterse por la ventana de un momento a otro. Cubierto con mi abrigo, pienso en los muchos estudiantes que estos días están terminando el curso académico en las escuelas, colegios y universidades de Europa. Han pasado muchos años desde que hice mi último examen. Por otra parte, yo nunca fui una persona sufridora, noctámbula… y mucho menos obsesionada con la nota. La vida nos evalúa en un tribunal más serio y profundo que el académico. Pero comprendo que un joven que espera entrar en la universidad o encontrar un trabajo puede llegar a obsesionarse con los resultados. En una sociedad tan competitiva como la nuestra “nadie regala nada”, todo el mundo tiene que ganarse a pulso, por méritos propios, lo que quiere conseguir. No dudo de que esta visión contenga algún elemento positivo y estimulante, pero bloquea el acceso a una experiencia cristiana genuina. Desprovistos del humus de la gratuidad, ya no sabemos qué significa ser salvados por pura gracia. Somos, en el fondo, unos perfectos des-graciados. Es una pena.

3 comentarios:

  1. Hola Gonzalo, gracias por el esfuerzo que haces de conectar sea donde sea que estés... Gracias por tu reflexión... Mientras iba leyendo me venía una pregunta: a estas altitudes ¿se da el fenómeno de increencia que tenemos en Europa?

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  2. Hola Gonzalo. Tu reflexión me ha ayudado a rezar esta mañana. Leo y rezo esto desde Mexico. Soy Consejera Hija de Son Jose. Hay tantas realidades que duelen, que cuestionan... Que empujan a todos a competir. Me he sentido invitada a la gratuidad. Gratis lo he recibido todo, gratis lo doy. Gracias por compartir aun desde la dificultad de los medios. Dios bendiga tu misión.

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  3. Tú reflexión me hace recordar la homilía del 11 de junio del Papa Francisco en santa Marta dónde dijo "No hay relación con Dios fuera de la gratuidad. A veces, cuando necesitamos algo espiritual o una gracia, decimos: “Bueno, ahora ayunaré, haré penitencia, haré una novena....”. Está bien, pero estén atentos: esto no es para “pagar por la gracia”, para “comprar” la gracia. Esto es para ensanchar tu corazón para que la gracia venga. La gracia es gratuita."

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