Cuando uno se encuentra a gusto, dos meses se pasan en un santiamén. Cuando, por el contrario, no acaba de encontrar su lugar, cada día se hace cuesta arriba. Yo me he sentido muy a
gusto en el tiempo transcurrido en Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay. Dentro
de unas horas regreso a Roma. De no haber sido por los compromisos que me
aguardan en Europa, podría haber continuado mucho más tiempo por esta región del
sur del mundo. Sintonizo con mis hermanos de aquí, con los paisajes y la
cultura y con el modo de entender y vivir la misión claretiana. Durante un día
y medio he compartido mi visión de las cosas con el gobierno de San José del
Sur y he recogido sus observaciones. Regreso a Roma satisfecho y agradecido.
Precisamente hoy, 25 de mayo, una de las fiestas patrias argentinas, leo en El
País digital un largo e interesante artículo del periodista argentino, afincado
en Madrid, Martín Caparrós.
El artículo en cuestión se titula Buenos Aires, la ciudad abrumada. Me parece una excelente y prolija descripción
–un poco impresionista, si se quiere– del momento actual que vive esta hermosa y decadente
ciudad porteña. Como señalé en la entrada de ayer, en este viaje he dispuesto
de muy poco tiempo para visitarla, pero del suficiente para percibir algo de su
alma.
Esa frase mil
veces citada de Malraux –“Buenos Aires es
la capital de un gran imperio que nunca existió”– expresa bien esa
combinación de grandeza y miseria, de universalidad (aquí hay gentes de todo el
mundo) y de provincianismo, de vanguardia y de viejas (y a veces ajadas)
tradiciones. Por eso, Buenos Aires, incluso en medio de sus grandes avenidas
llenas de luces y colores, es una ciudad melancólica, como si siempre se estuviera
quejando de lo que pudo ser y no fue. O de lo que fue y ya no es. Quizás lo que
sucede es que en este conglomerado de 15 millones de personas hay muchas
ciudades en una. No es lo mismo pasearse por la avenida 9 de julio, que muere frente al
gran ventanal del comedor de los claretianos, o por una calle de Recoleta o
Palermo, que internarse en el dédalo de “villas miserias” que contornean el núcleo central y que, a veces, surgen flanqueando una gran autopista. San Telmo
tiene poco que ver con Puerto Maduro. Eso hace de Buenos Aires una ciudad “tutti
frutti”, donde hay huellas españolas (no demasiadas), italianas
(muchas), rusas, libanesas, alemanas, eslavas, judías, etc. Es difícil no
enamorarse de una ciudad como esta por más que sus habitantes tengan fama de “agrandados”
y hablen un castellano que se presta a una fácil caricatura y a mil imitaciones. Tengo que volver. ¡Adiós, mi Buenos Aires querido!
Gracias Gonzalo por los momentos compartidos durante tu visita a la Provincia de SJ del Sur.
ResponderEliminarGracias a ustedes por la acogida fraterna.
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