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domingo, 14 de abril de 2019

Haced esto en memoria mía

Hoy, Domingo de Ramos, se lee en la Eucaristía el relato de la pasión de Jesús. Como estamos en el ciclo C, este año corresponde leer la versión de Lucas, el evangelista de la misericordia. Su larga narración está salpicada de pequeños detalles –ausentes en los otros evangelistas– que, en línea con todo su Evangelio, acentúan la actitud misericordiosa del Maestro: habla de la actitud de servicio al final de la cena, se prepara para su agonía (lucha) con una oración intensa, suda gotas de sangre, cura al soldado al que Pedro le ha cortado de un tajo una oreja, mira a Pedro con amor, perdona a los responsables de su muerte “porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34), etc. Por otra parte, solo Lucas añade al final de la cena unas palabras de Jesús que han sido incorporadas a las plegarias que se recitan en la celebración de  la Eucaristía. Todos las hemos oído –y, a veces, escuchado– infinidad de veces: “Haced esto en conmemoración mía” (Lc 22,19). Estas palabras constituyen una invitación a hacer de nuestra vida entera una Eucaristía, una verdadera fracción, no solo un gesto litúrgico repetitivo e inocuo.

Este domingo celebraré la Eucaristía a las 10 de la mañana en la parroquia de Progreso, un pueblo grande a media hora de Montevideo. Cuando, al final de la consagración, pronuncie las palabras “Hagan esto en conmemoración mía” (en tercera persona del plural, como se acostumbra en Latinoamérica), me acordaré de todos los lectores de este Rincón dispersos por varios lugares del mundo. Me acordaré de quienes, en los próximos días, se van a entregar en cuerpo y alma al servicio pastoral de las comunidades en pueblos y ciudades. Pensaré en quienes van a participar en las celebraciones litúrgicas, a veces haciendo grandes esfuerzos debido a la edad o a la lejanía de los lugares de culto. No olvidaré a aquellos amigos que, por diversas razones, no van a sintonizar con el espíritu de estos días santos porque creen que no son para ellos, porque no les dicen nada, porque consideran que se trata de ritos insignificantes en una sociedad que desde hace muchos años camina en otra dirección. Oraré por quienes sufren en sus carnes una “semana santa” hecha de sufrimiento a causa de la soledad, la crisis, el vacío o la depresión.

La Eucaristía sintetiza la esencia de la Semana Santa. Celebrarla con fe nos introduce en el misterio del Jesús que acepta su pasión y muerte como consecuencia de una vida planteada a contracorriente de los valores de este mundo: el poder, la dominación, el prestigio, etc. Que algunos de los que lo aclaman en su ingreso triunfal en Jerusalén (¡Hosanna al hijo de David!) lo insulten camino del patíbulo (¡Crucifícalo!) muestra a las claras la ambivalencia de todo ser humano, incluidos los que nos consideramos seguidores de Jesús. En pocos segundos podemos pasar del entusiasmo a la indiferencia e incluso al desprecio. Una fe que no ha sido acrisolada por la prueba no es más que una expresión de fanatismo o de rutina cultural. 

¿Cuántos bautizados reniegan de su fe al cabo de unos años? ¿Cuántos la viven como si fuera una mera costumbre que en estos días de Semana Santa se expresa a través de algunos ritos cargados de belleza y emoción? Cada vez que alguna persona me pregunta por qué los cristianos tenemos que participar en la Eucaristía no sé si reír y llorar. La respuesta me parece tan obvia que no admite muchos matices: ¡Porque la fe es Eucaristía! No es cuestión de ritos, sino de vida. Es el mensaje nítido que Lucas nos transmite en el largo relato de la Pasión que será leído hoy en todas las iglesias del mundo. ¡Ojalá hagamos “eso” en memoria de Jesús dejándonos tomar, bendecir, partir y repartir! Una vida, hecha pedazos, pedazos de Eucaristía, es el modo mejor de participar en la pasión y muerte de Jesús. ¡Bendita Semana Santa para todos!


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