En esta árida estepa patagónica parece que no pasa el tiempo. Acostumbrado al ritmo frenético
de las semanas anteriores, estoy viviendo ahora unos días de sosiego, con más
tiempo para la meditación y la lectura. Ayer por la mañana, por ejemplo,
me leí de un tirón un libro que encontré en la biblioteca de la comunidad claretiana
de Ingeniero Jacobacci. Está escrito
por el cordobés Marcos Aguinis en el
año 2007. Se titula El atroz encanto de
ser argentinos. La explosiva combinación del sustantivo encanto y del adjetivo atroz hacía presagiar una lectura cuanto menos amena. Reconozco que el autor –psicólogo, psiquiatra y escritor–
posee un gran dominio del idioma español y de sus variantes porteñas. Repasa con ironía los tópicos que se vienen
manejando desde hace décadas sobre los argentinos. Se podría decir que –como buen
psiquiatra– tumba en el diván a sus paisanos y los reta a no desanimarse. Me ahorro juicios innecesarios. Cada
país sin excepción tiene sus ángeles y demonios. Es saludable ponerles nombre, reírse
de ellos y extraer algunas lecciones de futuro. Aprendemos tomando conciencia de lo que vivimos. La lectura del libro de Aguinis
me ayuda a interpretar algunos síntomas que estoy percibiendo con claridad
durante mi visita a este querido país y que influyen, de un modo u otro, en la
misión claretiana.
Hoy, Sábado
Santo, es un día no litúrgico, un día cerrado
por defunción y abierto por esperanza. Es también un día en el que la
Madre espera y, con ella, todos nosotros. En mí resuenan las celebraciones
de ayer y anteayer con la comunidad católica de esta población patagónica ubicada
en territorio mapuche. He visto a
mis hermanos claretianos muy interesados en conocer la historia de estos
pueblos originarios, su cosmología sugestiva, sus reivindicaciones y sus
luchas. Es la única manera de acompañarlos de cerca en su camino de fe y promoción social. Con ellos he
hablado también de los enormes problemas medioambientales causados por algunas
multinacionales que explotan las ricas minas de la zona. El problema es
muy complejo. Entran en liza los intereses económicos de empresas extranjeras
(aliadas en algunos casos con socios locales) con la defensa del medioambiente
y el hábitat de los pueblos originarios.
Como en tantos otros conflictos de este tipo en diversas regiones del mundo, antes de tomar una postura u otra, es preciso tener un conocimiento lo más objetivo posible de lo que está pasando. No es nada fácil porque, por lo general, las empresas extractoras tratan de maximizar los beneficios sociales de sus actividades (creación de algunos empleos, construcción de infraestructuras, etc.) y minimizar sus enormes riesgos ecológicos (consumo hídrico gigantesco, contaminación ambiental, expulsión de poblados mapuches, etc.). Quizás no esté libre de algunos prejuicios, pero me parece evidente el saqueo –a menudo consentido por las autoridades– a que están sometiendo este país. La voracidad extractora –que está conectada con nuestro estilo de vida consumista, no nos engañemos– apunta ahora al subsuelo de los glaciares. ¿Habrá algún límite?
Como en tantos otros conflictos de este tipo en diversas regiones del mundo, antes de tomar una postura u otra, es preciso tener un conocimiento lo más objetivo posible de lo que está pasando. No es nada fácil porque, por lo general, las empresas extractoras tratan de maximizar los beneficios sociales de sus actividades (creación de algunos empleos, construcción de infraestructuras, etc.) y minimizar sus enormes riesgos ecológicos (consumo hídrico gigantesco, contaminación ambiental, expulsión de poblados mapuches, etc.). Quizás no esté libre de algunos prejuicios, pero me parece evidente el saqueo –a menudo consentido por las autoridades– a que están sometiendo este país. La voracidad extractora –que está conectada con nuestro estilo de vida consumista, no nos engañemos– apunta ahora al subsuelo de los glaciares. ¿Habrá algún límite?
Corre por la red
el vídeo del discurso pronunciado
por la joven activista sueca Greta Thunberg en
el encuentro anual del World Economic
Forum del pasado mes de enero. Es una llamada urgente a transformar nuestro
estilo de vida antes de que el cambio climático sea irreversible y el planeta
Tierra entre en una etapa de extinción. Se podría decir que, como consecuencia
de un viernes santo de explotación y muerte infligido desde hace décadas a nuestro planeta, estamos
viviendo ya una especie de sábado santo ecológico. La madre Tierra parece
sumida en una tumba de explotación irresponsable. Vemos algunos reportajes en
los medios de comunicación, decimos que “ya no nieva como antes”, combinamos
las previsiones apocalípticas (“La Tierra tiene los días contados”) con mensajes
tranquilizadores (“Tras una etapa de calentamiento, vendrá otra glaciación.
Tranquilos, no hay por qué asustarse”), acusamos a los jóvenes de ser
blandopacifistas, pero apenas modificamos nuestros hábitos. La vida sigue casi igual.
Parece más que demostrado que, si continuamos con este ritmo de consumo y contaminación, dejaremos un planeta exhausto para
las próximas generaciones. Por eso, los jóvenes de todo el mundo son tan sensibles al desafío ecológico y protestan contra nuestra falta de responsabilidad. Por el contrario, pareciera que a muchos mayores nos diera casi igual (“Total, yo no lo voy a padecer”), como si estas cuestiones no nos afectaran de plano o, en el caso de los creyentes, no tuvieran que ver nada con nuestra fe. Y, sin embargo, el desafío ecológico está conectado con la espiritualidad. No es solo un problema técnico o político: es una cuestión moral y religiosa. Este sábado santo ecológico, en el contexto del Triduo Pascual, puede ayudarnos a
meditar con serenidad sobre la muerte de nuestro planeta y acelerar su resurrección
mediante un proceso drástico de cambio. Pero, si no reaccionamos a tiempo, puede ser también la ocasión para expedir un certificado de defunción definitivo.
Los
cristianos creemos que la vida entera se mueve según la lógica pascual (pasión-muerte-resurrección). Donde
hay muerte, puede haber vida, pero con una condición indispensable: que el amor
prevalezca sobre el egoísmo y los valores globales de la humanidad se
antepongan a los intereses mezquinos de unas partes privilegiadas. No matemos la esperanza. Hagamos de este sábado santo ecológico una oportunidad para reaccionar con valentía, de modo que se abra paso un domingo de pascua para nuestro planeta y para la humanidad.
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