Creo que en España mucha gente sigue hablando todavía de los resultados de las elecciones andaluzas del domingo pasado. Cuando hace
casi un par de meses escribí en este blog
que había que prestar
atención al fenómeno Vox recibí
críticas muy duras. Para evitar malentendidos, tuve que aclarar que no apoyaba a esta nueva formación política. (En otras ocasiones, por algunas entradas en este blog, me acusaron de apoyar a Podemos). En realidad, me limité a decir que “en vez de despachar estas reacciones con la
etiqueta de ultraderecha, más nos
valiera hacer un profundo examen de conciencia para ver por qué la democracia
se ha deteriorado tanto y qué es lo que se puede hacer para reformar todo lo
que se ha ido anquilosando o alejando de las preocupaciones y necesidades de
los ciudadanos”. Pues bien, la irrupción de Vox
en el parlamento andaluz con 12 diputados ha venido a confirmar mis sospechas,
sin que esto suponga que yo sea un avezado analista político. Creo que Vox es más que una tormenta de verano (o de otoño en este caso). Jugará
sus cartas en las elecciones europeas, municipales y generales. Su llegada, en línea con lo que ya ha sucedido en otros países europeos, supone una fuerte llamada de atención. Las 100 medidas que el partido
propone para “la España Viva” −y que me he leído un poco a la carrera− son muy
desiguales. Algunas me parecen sensatas (de hecho, se las he oído a mucha gente
en la calle); otras, disparatadas; muchas, completamente impracticables en las
actuales circunstancias. Como sucede con este tipo de movimientos, expresan más
una protesta contra el sistema vigente que una alternativa bien fundamentada y
articulada. Pero ahí están. Y −como se dice ahora con una expresión que no me
gusta mucho− parece que han llegado para quedarse.
Lo que sucedió el pasado
domingo por la noche contrasta con lo que viví un día antes. El sábado, después
de la cena, vi la película “Pope Francis. A Man Of His Word” (El papa Francisco. Un
hombre de palabra) del director alemán Wim Wenders. Dura una
hora y media. Me emocioné en varias ocasiones. Me resultó muy creíble. Ya sé que algunas personas se la
tienen jurada a este Papa. Les cae mal por su desparpajo, sus formas poco solemnes,
su escaso bagaje intelectual, sus opiniones políticas y su querencia por una Iglesia pobre y de los
pobres. Incluso les cae mal por el mero hecho de ser argentino. El domingo pasado,
Moisés Naím, columnista de El País,
escribía un artículo titulado ¿En
qué se parece el Vaticano a la FIFA? Después de afirmar −no sin
razón− que “hay pocas actividades humanas
que despierten tantas pasiones como la religión y el deporte" añadía: "El catolicismo es
una de las religiones con más creyentes y el fútbol es el deporte con el mayor
número de aficionados. El Vaticano lidera el catolicismo y la FIFA —La
Federación Internacional de Fútbol Asociado— regenta este deporte” . Termina con una
constatación curiosa: “Actualmente, las
figuras más representativas del catolicismo y del fútbol a nivel mundial son
dos hombres argentinos: el papa Francisco y Lionel Messi”. Quizá eso explique
un poco más por qué ambos son figuras controvertidas.
El discurso de Vox −que se considera una formación
inspirada en el catolicismo− suena muy distinto al discurso del papa Francisco.
No es que no haya convergencias en algunos valores sustanciales. Lo que ocurre es que las
prioridades son muy diferentes. Mientras al Papa se le ve estremecido por la
pobreza en el mundo y por la suerte de los inmigrantes, Vox pone el acento en proteger los intereses de los españoles frente
a las amenazas de los que llegan de fuera de las fronteras. Mientras el Papa
tiene una mirada global, Vox quiere asegurar
la grandeza de España. Las comparaciones podrían multiplicarse. Es muy probable
que ambas voces estén refiriéndose a problemas candentes, pero los acentos son
muy distintos porque, en el fondo, se trata de una cuestión de prioridades. ¿Qué
es ahora lo más urgente en el contexto mundial? ¿Dónde se está jugando la
suerte del planeta y, con él, la de la humanidad? Ya sé que a muchas personas agobiadas
por el paro, desanimadas por la corrupción o hartas de ver cómo sus pueblos se
llenan de inmigrantes musulmanes, estas cuestiones les parecen muy abstractas. Sin
embargo, nunca hay soluciones eficaces en el nivel local sin tener una visión global.
Hoy todo está conectado. Aunque hay muchos objetivos deseables, el buen político
se centra en los prioritarios. Confieso que me convence más la manera de proceder del papa Francisco.
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