En mi teléfono móvil tengo almacenadas cientos de canciones que son significativas para mí. Hay de todo: desde los mejores temas de Queen, los Beatles y Bruce Springsteen hasta canto gregoriano de los monjes de Silos o composiciones de Brotes de Olivo, Kairoi y Luis Alfredo. Las escucho poco, pero hay excepciones. Recuerdo que hace seis años, mientras viví tres días solo en un apartamento en Beijing, me dormía cada noche escuchando los cantos de Brotes de Olivo para exorcizar la soledad. Recurro a esta fonoteca cada vez que necesito serenar emociones o evocar momentos especiales. Anoche, tumbado en la cama, con la ventana abierta al frescor de la sierra madrileña, me dejé acunar por melodías y ritmos diversos. Activé el botón de reproducción aleatoria. El resultado fue una mezcla sugestiva y extraña. Saltó en primer lugar Breakfast in America de Supertramp (no confundir con el excéntrico Super Trump). Siguió Cucurrucucu Paloma, con María Dolores Pradera y Paloma San Basilio. Apareció de repente La Música de José Luis Perales. Después se sucedieron otros temas variopintos: La camisa negra de Juanes, Candle in the wind de Elton John, Canzone de Lucio Dalla, La mochila azul de Pedrito Fernández, Eres tú de Mocedades, Born in the USA de Bruce Springsteen, Siete vidas de Antonio Flores, Bridge Over Troubled Waters de Simon & Garfunkel y muchas más. No sé a qué hora caí dormido.
Es interesante dejarse llevar por los caprichos de la técnica. La reproducción aleatoria combina a Lucio Dalla y a Rosario Flores, a John Denver y a Joan Manuel Serrat, a Carole King y a Rocío Jurado. No sigue ningún criterio cronológico o estilístico. Se limita a mezclar. Quizá no es el modo mejor de escuchar música, pero confieso que, de vez en cuando, me gusta esta ensalada melódica porque me ayuda a entender un poco mejor la complejidad de la vida. Temo a las personas que se aferran a una sola idea, una sola persona, un solo libro, un solo estilo. De esta tendencia monolítica al fundamentalismo hay apenas un milímetro. Prefiero la diversidad. Cada autor, cada estilo, aporta un ingrediente único a la sinfonía de la vida. Me gusta la perfecta dicción y el timbre de María Dolores Pradera, pero también la voz desgarrada de Bruce Springsteen. Me emociona la versión de Granada de Juan Diego Flórez, pero en su día disfruté con la versión purista de Alfredo Kraus. Juanes pone mis pies en danza con muchas de sus composiciones y Mari Trini me seduce con su manera de pronunciar el francés. Es como si cada músico o cada tema conectara con alguna fibra de mi propio ser. Creo que hay una canción para cada momento de la vida. Hay tiempo para bailar y para meditar, para estar melancólico y para sentirse lleno de entusiasmo.
Por la ventana de mi cuarto se divisa la enorme cruz del Valle de los Caídos. Mientras escuchaba la música por los auriculares pensaba también en la polémica que se ha levantado sobre la posible exhumación de los restos de Franco. Es solo un caso más del carácter polémico de mis compatriotas. Da la impresión de que los seres humanos nos aburrimos con la paz. Necesitamos vivir en permanente confrontación. A veces, se trata de asuntos serios; otras, de motivos fútiles. Lo que cuenta es agitar el tarro. El principio marxista de la “lucha de clases” tienen una traducción más pedestre. Consiste en enfrentar siempre a los grupos sociales. La razón es secundaria. Lo que importa es hacer del conflicto el motor del cambio social. Si uno no se da cuenta de esta dinámica, cae fácilmente en la trampa. Lo que está sucediendo me recuerda la estrategia de algunos fariseos y escribas con respecto a Jesús. Como no podían enfrentarse a él cara a cara, le tendían trampas dialécticas para ponerlo a prueba. Siempre salían escarmentados. La verdad no necesita subterfugios. Resplandece con la fuerza de los hechos. Mientras estas ideas fluían sin aparente conexión lógica, Bob Dylan y Joan Baez repetían que The answer is blowing in the wind en una versión acústica potente.
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