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jueves, 23 de agosto de 2018

Pensamientos por el camino

No me esperaba que la entrada sobre el encuentro con Cristo tuviera tantas visitas. Es larga, densa… y, además, estamos en verano, un tiempo poco propicio para enfrascarse en meditaciones de cierto calado. Pero quizás significa que hay muchas personas que desean reflexionar sobre su fe y que no se contentan con cuatro tópicos. Lo pensaba ayer mientras ascendía por una pista forestal que se interna en el pinar de mi pueblo. Fueron casi tres horas de camino y contemplación. No me resulta fácil explicar lo que siento cuando me encuentro solo en medio del bosque. He tenido la fortuna de visitar lugares maravillosos en diversas regiones del mundo, pero –como ya he dicho en alguna otra ocasión– en ninguno he sentido lo que siento cuando camino por los bosques que he conocido desde niño. Es como si el paisaje formara parte de mí o yo fuera un elemento más del paisaje. Explorando este territorio, me conozco más a mí mismo. Lo hago de día, pero me gustaría hacerlo de noche. Un amigo mío me ha enviado las fotos nocturnas que ilustran la entrada de hoy. Él, además de excelente fotógrafo, es también un enamorado de este paisaje. 

Todo camino reproduce el camino de Jerusalén a Emaús. En todo camino, Jesús se nos acerca, acompasa su paso con el nuestro y nos pregunta qué pensamos, de qué hablamos, qué nos preocupa. Esta presencia velada nos pasa desapercibida. A menudo creemos que vamos solos, pero, en realidad, siempre vamos acompañados por este misterioso viandante. Su pregunta nos ayuda a sacar de nuestra bodega interior preocupaciones, temores, sueños, frustraciones y expectativas. ¿En qué piensa uno cuando asciende monte arriba sin más compañía que sol matutino, algunos jilgueros y un mar infinito de pinos, hayas y robles? Uno piensa que la naturaleza es la primerísima palabra de Dios, llena de códigos secretos. Los hombres y mujeres de la ciudad ya no saben descifrarlos. Se acercan a ella como quien va a un museo, pero no vibran con sus movimientos, no saben leer los mensajes de este libro maravilloso. Dejarse acariciar por el sol y el viento, abrazar los árboles, beber el agua de un regato, ensuciarse con el polvo del camino, olisquear las florecillas de manzanilla, lanzar con fuerza una piña contra una roca… son caminos terapéuticos que, sin alardes, nos curan del estrés al que nos somete la vida moderna. 

Pero uno piensa también que los seres humanos somos un manojo de contradicciones. Somos capaces de las mejores cosas (sobre todo, de amar) y también de las peores (sobre todo, de odiar). Producimos la Capilla Sixtina y el campo de concentración de Auschwitz, componemos la Novena Sinfonía y traficamos con droga, damos nuestra vida por los más necesitados y abusamos de los niños. Somos criaturas de Dios dañadas por el virus del pecado. Al hombre moderno no le gusta usar esta categoría –pecado–, pero es la que mejor describe el mysterium iniquitatis que emponzoña nuestra hermosa condición humana. Cree que la contradicción se resolverá a base de ciencia y técnica (todavía hay muchos que lo piensan así con una ingenuidad digna de mejores causas), pero no se dan cuenta de que el pecado anida en un nivel más profundo, que escapa a toda investigación. El pecado es la fuerza que nos seduce con la idea de ser diosecillos, antes que abrirnos al amor incondicional del único Dios. Nos parece que creer en Dios es humillante, cuando, en realidad, es la condición de posibilidad de que sigamos existiendo. 

Cercano a la cumbre, uno piensa que nada está perdido. Si todo camino reproduce el de Jerusalén a Emaús, toda cumbre reproduce el Calvario. Por eso, desde arriba, uno toma conciencia de todo el mal que ha llevado al Hijo del hombre a morir en la cruz. Por optimistas que seamos, nuestra vida está llena de cruces, experiencias que nos mortifican, que no sabemos cómo abordar, que nos hacen probar en nuestras carnes una experiencia anticipada de la muerte. Toda cumbre es un recordatorio del dolor que aflige a nuestro mundo, de las injusticias, traiciones, chantajes, mentiras, opresiones y sufrimientos. Pero hay algo en la cumbre que nos revela que toda cruz es, al mismo tiempo, patíbulo y trono, condensación del dolor y triunfo sobre la muerte, fracaso y resurrección. Por eso, sin perder un ápice de lucidez sobre el mal de nuestro mundo, la bajada tiene el aire sereno de la esperanza. Nada está definitivamente perdido para quienes creen que el Crucificado es el Resucitado.

1 comentario:

  1. La esperanza de la!Resurrección nos acompaña en momentos oscuros y brilla especial en los claros. El 22 de Agosto festividad nada casual de Santa Maria Reina, antaño dia del Corazón de Maria, deberia!ser la fecha especial para recordar todo hijo del Corazon de Maria unas palabras de Nuestra Madre para ahora que se van a verificar pronto: Al final mi inmaculado corazón triunfará. Que una profunda y serena y activa esperanza envuelva al autor de este blog y a sus lectores.

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