Muchas personas viven con miedo. Se sienten inseguras en el presente y ansiosas con respecto al futuro. ¿Qué nos va a deparar esta civilización tecnológica? Muchas personas también experimentan (o han experimentado) la religión como fuente de miedos. Fueron educadas en la idea de un Dios “que premia a los buenos y castiga a los malos”. Sus primeras experiencias con el sacramento de la Reconciliación fueron traumáticas. Se imaginan a Dios como un supervisor que todo lo controla desde una especie de superordenador celeste. Lleva cuenta hasta del último desliz. Sienten que la religión no les permite respirar, que marca constantemente los límites, que acumula prohibiciones que parecen ir contra los deseos más espontáneos del ser humano. Es verdad que las jóvenes generaciones no se identifican con estos rasgos, pero sigue pesando mucho el peso de la tradición. En el “imaginario colectivo” –como se dice ahora– la religión no se asocia a la felicidad sino, por desgracia, al miedo.
Cuando uno lee el Evangelio se topa con un texto en el que Jesús nos invita a tener miedo: “Temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo” (Mt 10,28). Nos previene contra quienes pueden arrebatarnos la vida a base de falsos señuelos. Pero su mensaje es un constante NO TEMÁIS. Son numerosas las veces en las que aparece en el Nuevo Testamento. Espigo algunos textos solo del Evangelio de Mateo. A José, el esposo de María, un ángel del Señor se le apareció en sueños y le dijo: “José, hijo de David, no temas recibir a María tu mujer, porque lo que ha sido engendrado en ella es del Espíritu Santo” (Mt 1,20). Jesús mismo, antes de prevenirnos contra los que pueden robarnos el alma, nos advierte: “No temáis a los que matan el cuerpo pero no pueden matar al alma” (Mt 10,28). Ante la incertidumbre del futuro, su invitación es clara: “No temáis; más valéis vosotros que muchos pajaritos” (Mt 10,31). Cuando los discípulos sienten miedo en la barca, Jesús les habla con confianza: “¡Tened ánimo! ¡Yo soy! ¡No temáis!” (Mt 14,27). A los apóstoles que duermen en la cima del monte, Jesús se les acerca, los toca y les dice: “Levantaos y no temáis” (Mt 17,7). El ánel se dirige a las mujeres que van a la tumba de Jesús con un mensaje neto: “No temáis vosotras, porque sé que buscáis a Jesús, quien fue crucificado” (Mt 28,5). Y Jesús mismo las anima y les encomienda una misión: “No temáis. Id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea. Allí me verán” (Mt 28,10).
Hoy necesitamos escuchar estas palabras de Jesús. También hoy, ante los múltiples desafíos por los que atraviesa la Iglesia, Jesús sigue diciéndonos: “No temáis”. No temáis a un Dios castigador porque nuestro Dios es un Padre-Madre que solo busca nuestra felicidad. No temáis el futuro porque a Dios no se le escapa la historia de las manos. No temáis por la Iglesia, “porque las puertas del infierno no prevalecerán contra ella” (Mt 16,18). No temáis cuando os hablen de guerras, conflictos y destrucciones, “porque el fin no ha llegado todavía” (Mt 24,6). No temáis cuando os parezca que la fe no tiene ningún sentido porque al “pequeño rebaño!” de quienes se mantienen fieles “vuestro Padre os dará el reino” (Lc 12,32).
Siempre me acompañan las palabras con las que Juan Pablo II inauguró su ministerio el 22 de octubre de 1978: “¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce «lo que hay dentro del hombre». ¡Sólo Él lo conoce! Con frecuencia el hombre actual no sabe lo que lleva dentro, en lo profundo de su ánimo, de su corazón. Muchas veces se siente inseguro sobre el sentido de su vida en este mundo. Se siente invadido por la duda que se transforma en desesperación. Permitid, pues, —os lo ruego, os lo imploro con humildad y con confianza— permitid que Cristo hable al hombre. ¡Sólo Él tiene palabras de vida, sí, de vida eterna!”. Siguen siendo igual de actuales que a finales de los años 70. Quien cree en Jesús como Señor de la historia no teme ningún acontecimiento. Todos han sido asumidos y redimidos en su Cruz.
Muchísimas gracias, Gonzalo, por tu reflexión... Un abrazo.
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