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domingo, 29 de julio de 2018

Las siete acciones de Jesús

El Evangelio de este XVII Domingo del Tiempo Ordinario presenta una historia de panes y peces. En torno a ella suceden muchas cosas. Hay varios niveles de lectura. Hoy quiero fijarme solo en lo que hace y dice Jesús. En el fragmento que se lee este domingo he identificado siete acciones, lo que no deja de tener un cierto valor simbólico. No voy a hacer un comentario exegético o teológico. En el enlace anterior, Fernando Armellini se explaya con amplitud. Teniendo como trasfondo esta explicación, me interesa más relacionar las siete acciones de Jesús con situaciones que estamos viviendo hoy. Al fin y al cabo, aprendemos a ser nosotros mismos fijándonos en el Maestro. Es quizás otra manera de acercarnos al Evangelio del domingo. No se trata de extraer lecciones, sino de mirarnos en un espejo. 

Primera: “Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea”. El lago y su entorno es el escenario de la primera predicación de Jesús. Este ir “a la otra parte” me recuerda al éxodo vivido por el pueblo de Israel. Jesús está siempre en continuo éxodo. Tal vez sus seguidores deberíamos movernos un poco más, no permanecer siempre “en esta parte”; es decir, en el territorio que controlamos, en las experiencias que nos son familiares. Los verdaderos milagros suceden siempre “en la otra orilla”.

Segunda: “Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos”. A veces se mueve en torno al lago. Le gusta la horizontalidad. Pero también asciende al monte. No renuncia a la verticalidad. La montaña se convierte en su cátedra. No aparece arrodillado o postrado, sino sentado, como quien enseña. Sus discípulos lo escuchan. Cada palabra del Maestro es una lección de vida. Están disfrutando de la soledad y de las enseñanzas de Jesús, pero la cosa no ha hecho más que empezar. ¡Qué difícil es escuchar a alguien cuando creemos que ya sabemos lo que nos va a decir!  No es fácil que quienes llevamos muchos años siendo cristianos nos dejemos sorprender por las enseñanzas de Jesús. Convertidas en etiquetas o en eslóganes, acaban perdiendo toda su eficacia. 

Tercera: “Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dice a Felipe: «¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?»”. Desde el monte se ve el valle lleno de gente. El Evangelio dice que había alrededor de cinco mil hombres. No se dice el número de mujeres y niños. Hace años que una teóloga norteamericana tituló su teología feminista de una manera provocativa: “Sin contar mujeres y niños”. Es primavera. Está cerca la Pascua. La ocasión parece propicia para que las viejas historias del pueblo de Israel vuelvan a repetirse. Quizás Jesús puede acaudillar de manera eficaz un nuevo movimiento de liberación. Pero a él le preocupa la situación de la gente. Consulta con Felipe el modo de dar de comer a esa multitud. No es un problema logístico. Es un acto compasivo. Organizar las cosas es importante, pero de nada sirve si no brotan de la compasión. Hoy nos sobran programas y nos falta compromiso. Pocos milagros cabe esperar cuando todo se reduce a logística. 

Cuarta: “Jesús dijo: «Decid a la gente que se siente en el suelo.»”. La hierba verde se convierte en un inmenso mantel ecológico. Antes de presentarse como restaurador, Jesús se comporta como un acomodador. Cinco mil hombres tirados por el suelo no parecen un ejército dispuesto a combatir, sino un grupo de comensales preparados para la fiesta de la abundancia. Jesús no va a hacer una exhibición de magia. No es su estilo. Parte de lo que tienen: cinco panes de cebada (no de trigo) y un par de peces. Siete elementos parecen poco, pero contienen en sí el germen de la plenitud. Donde hay generosidad todo se multiplica inexplicablemente. Todos tenemos algo que ofrecer. No hay nadie tan pobre que no pueda compartir algo ni nadie tan rico que no necesite algo. 

Quinta: “Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados, y lo mismo todo lo que quisieron del pescado”. Tomar, bendecir y repartir son verbos eucarísticos, pero aquí se habla, ante todo, de una comida secular. Es el modo que Jesús tiene de saciar el hambre de la gente. No “multiplica” mágicamente las existencias, sino que pone en marcha un dinamismo de solidaridad. Cuando el punto de partida es la donación, Dios bendice el pequeño esfuerzo de nuestras manos y lo hace fecundo. Esto mismo sigue sucediendo hoy en muchos lugares. Cuando pensamos solo en que alguien (el mercado, el Estado o la Iglesia) sustituyan nuestro compromiso personal, no se produce ningún cambio eficaz y duradero. Tenemos que involucrarnos con lo poco o mucho que tengamos.

Sexta: “Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.»”. Jesús no se limita a darles un poco. Su acción se caracteriza por la gratuidad y la sobreabundancia. Jesús es el todo. donde él está, no hay tacañería sino gratuidad. Todos acaban saciados. Pero nada se desperdicia. Hay generosidad, no derroche. 

Séptima: “Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña él solo”. Jesús no se aprovecha de su popularidad para convertirse en líder. Esa no es su misión. No da explicaciones. Simplemente se retira. Sube otra vez al monte, al lugar del encuentro, pero esta vez lo hace solo. Comprende que su gesto no ha sido entendido. A nosotros nos pasa lo mismo. La historia se repite. queremos que Jesús sea el ungüento amarillo que todo lo cura mientras nosotros nos limitamos a esperar con los brazos cruzados. Nos cuesta aceptar la misión a la que hemos sido llamados. Jesús no nos pide resolver todos los problemas de la humanidad. Se conforma con que compartamos los cinco panes y los dos peces que guardamos en nuestra cesta. 

¡Ojalá estas siete acciones de Jesús nos ayuden a dar un sentido nuevo a este domingo, el último del mes de julio!

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