Quizá sea por las preocupaciones que se me acumulan en las últimas semanas, pero las lecturas de este XI Domingo del Tiempo Ordinario suponen un alivio para mí. Jesús, hombre de campo, habla de semillas que crecen solas y de granitos que mostaza que se convierten en grandes arbustos. Detrás de cada una de estas mini-parábolas hay una crisis discipular. Jesús no ofrece remedios mágicos sino pistas para trabajar. Las crisis de los primeros discípulos coinciden con las nuestras. Una de ellas es la crisis de responsabilidad. Nos han dicho –nos hemos dicho– tantas veces que debemos ser coherentes en nuestra vida personal para que el Evangelio resulte creíble que, al final, nos sentimos agobiados. A los sacerdotes se nos pide orar con regularidad, estudiar, acompañar de cerca al pueblo, dar testimonio, ser compasivos con los necesitados, desgastarnos por las personas y, además, no perder nunca la serenidad ni el buen humor. A los laicos se les recuerda sus deberes matrimoniales y familiares, la obligación de ser competentes y honrados en el trabajo, la urgencia de no dejarse llevar por una vida de consumo, la sensibilidad hacia los pobres… ¿Quién no se siente un poco agobiado con tantas recomendaciones?
Jesús conoce nuestras cuitas. Sabe lo serios que nos ponemos cuando nos entra la responsabilidad en relación con la eficacia de la Palabra. Nos creemos poco menos que los salvadores. Sentimos que todo va a depender de nuestro esfuerzo, nuestra atención y nuestro control. Jesús se ríe por lo bajinis. Nos sugiere fijarnos en lo que pasa con las semillas de cualquier planta. Una vez que están enterradas y regadas, no es necesario que el labrador se pase las veinticuatro horas del día y de la noche pendiente de su evolución, removiendo la tierra y añadiendo gotitas de agua. La semilla tiene su propia fuerza germinadora. Crece sola. La Palabra de Dios es esa semilla. Su eficacia no depende de nuestras estrategias, sino de su propia energía interna. Hay que proclamarla con claridad y dejar que germine. Un evangelizador demasiado celoso acaba asfixiando a las personas. Esto se puede aplicar a todos los niveles de la vida. No se crece por presión sino por libre desarrollo. Quizás la lejanía de la naturaleza no nos ayuda a aprender bien esta lección tan sencilla.
Como los discípulos se aficionaron a las crisis, se apuntaron luego a la de los “cuatro gatos”. Se dieron cuenta de que si Jesús seguía hablando del Reino de Dios como lo estaba haciendo, el personal –que se había mostrado muy entusiasta al principio–se iría retirando. Al final, quedarían “cuatro gatos”: los discípulos de primera hora y pocos más. Es exactamente la impresión que tenemos hoy en algunos lugares del mundo. Si la Iglesia se empeña en ir contra corriente, al final los templos se quedarán vacíos. Da la impresión de que las personas más sagaces y jóvenes se retiran y quedan solo los que cuentan poco. Jesús sigue sonriendo al comprobar que no hemos entendido nada. El Reino de Dios no es una realidad imponente que arrastra a todo el mundo como si fuera el Mundial de fútbol. Es, más bien, como un insignificante granito de mostaza que uno pisa sin darse cuenta. Pero, en su pequeñez, contiene una energía semejante a una bomba atómica. Cuando Dios la despliega, todo cambia. En definitiva, que no somos tan importantes como para andar siempre angustiados con lo que pasa o deja de pasar o con lo que hacemos o dejamos de hacer. De vez en cuando, conviene dejar que Dios sea Dios sin empeñarnos en sustituirlo. Las cosas nos irían mucho mejor. Feliz domingo desde la misión de Kombazha.
Dios santo...!!!!!!!!!! Que energía me dio tus palabras, que brotan del granito de mostaza de la Palabra de Dios que ha germinado en tu vida. Gracias Gonzalo, de corazón... Nos vemos en cada Eucaristía...!!!!!!!
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