Ayer, solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, llegué al Sadhana Renewal Centre. Dicho así, no se entiende de qué se trata. Conviene, pues, contar a grandes rasgos su historia. Hace doce años, durante una de las grandes celebraciones hindúes del Kerala, un claretiano se dio cuenta de que, mientras la gran mayoría se entregaba a la fiesta, había un buen grupo de gente vagabunda en la calle. Se trataba, por lo general, de personas con discapacidades mentales, enfermedades crónicas o simplemente abandonadas por la familia. Ni corto ni perezoso, sin encomendarse ni a Dios ni al diablo (bueno, creo que a Dios sí se encomendó), recogió a 25 hombres en los mercados callejeros, en las estaciones de tren y de autobús y los llevó a un centro de la diócesis que estaba abandonado desde hacía años. Luego, una vez okupado el edificio, le pidió al obispo que cediera el centro para acoger a los sin techo con problemas mentales. Hoy, los 25 primeros se han convertido en 80 acogidos. Tienen entre 18 y 75 años. Tres claretianos se ocupan de acompañarlos y de vivir con ellos. La verdad es que, desde una perspectiva humana, todo fue una temeridad. No hubo plan, ni presupuesto, ni equipo. Se procedió exactamente como nunca creemos que se debe proceder. Tal vez, si yo hubiera venido antes a este lugar, hubiera desaconsejado una aventura de este tipo. No se ajusta de ningún modo a los protocolos ordinarios.
Pero las cosas de Dios suelen seguir una lógica que siempre nos desconcierta. Como no disponía de una rupia, al padre Alexander (que así se llamaba el claretiano) se le ocurrió pedir comida (no dinero) a los feligreses de la parroquia en la que trabajaba. Y hasta hoy. Doce años después, mis hermanos salen todas las mañanas con un vehículo a recoger los paquetes de comida que los vecinos han ido dejando en una docena de casas que sirven de puntos de entrega. Con esos paquetes cubren las necesidades de la jornada. Al día siguiente tienen que repetir la operación. Así, los 365 días del año, sin posibles vacaciones. Ayer tuve la oportunidad de acompañarlos en esta tarea. Yo mismo me convertí en recogedor ocasional. Experimenté de cerca la generosidad de la gente y la buena organización en la recogida de los paquetes. Hasta ahora no les ha faltado ni un solo día el sustento cotidiano. Pocas veces he entendido con más fuerza la petición que hacemos en el Padrenuestro: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Aquí se cumple con increíble regularidad. No sé qué admirar más, si la constancia de nuestros misioneros claretianos (que realizan la tarea sin desmayo) o la generosidad de las familias que preparan su paquetito y lo llevan a la casa que recoge las aportaciones de las familias de la zona. Se practica un verdadero “ecumenismo de la solidaridad”. Tanto los acogidos en el centro Sadhana como los donantes de comida son católicos, hindúes y musulmanes. Las necesidades y el amor no tienen barreras.
Pero las sorpresas no terminaron aquí. A eso de las nueve de la noche se presentaron en el centro unos 25 profesionales entre 20 y 35 años, hombres y mujeres casi a partes iguales. Todos trabajan en el centro Technopark, un complejo tecnológico que alberga a las principales empresas del mundo en el campo informático y tecnológico. Me dicen que en él hay unos 80.000 empleados, un verdadero monstruo. Los jóvenes que vinieron pertenecen al movimiento Jesus Youth (Juventud de Jesús). Combinan, con una armonía que me dejó boquiabierto, su competencia profesional (la mayoría son ingenieros de alta cualificación) con su espiritualidad (participan en la Eucaristía diaria y tienen su momento de oración) y su compromiso social (vienen al Centro a conversar con los enfermos mentales, lavar sus ropas a mano, colaborar en su higiene y darles de comer). El diálogo que mantuve con ellos sería casi impensable en Europa. No padecen el escepticismo crónico que ha devenido cultura en el viejo continente. Conservan una inocencia intelectual y espiritual que parece como venida de otro mundo. No se rompen la cabeza con las típicas (y a veces inútiles) cuestiones de nuestras sociedades secularizadas. Van al grano. Si Dios existe, hay que dedicarle la vida. Si hay hombres y mujeres que sufren, hay que arremangarse para compartir amor. Todo lo demás puede esperar. Quizás es interesante o divertido, pero no pertenece a las cuestiones últimas. Me fui a la cama al filo de la media noche, “derrotado” por una autenticidad y frescura que hacía tiempo que no veía en ninguna parte. Sí, existen los milagros. Basta abrir los ojos.
Gonzalo, saludos y felicitaciones a los Claretianos de estos apostolados tan llenos de evangelio y vida. Anima saber de estas experiencias y nos compromete a seguirlas realizando en nuestros lugares donde también hay pobres... Un abrazo
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