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jueves, 31 de mayo de 2018

Una visita encantadora

Me gusta que mi visita a la Provincia claretiana de Santo Tomás de la India comience precisamente hoy, coincidiendo con la fiesta de la Visitación de la Virgen María. La mía es una visita canónica, pero quisiera que fuera, sobre todo, fraterna. Dentro de unas horas celebraremos la primera profesión, la renovación y la profesión perpetua de un buen grupo de jóvenes claretianos. Vendrán muchos familiares y amigos. Tendré la oportunidad de participar en la Eucaristía según el rito siro-malabar. Esta es la seña de identidad de esta Provincia que se extiende, sobre todo, por el estado de Kerala, pero que tiene comunidades dispersas por otros lugares de Andra Pradesh y Maharastra. Incluye también algunas presencias en ciudades conocidas como Mumbai o Bangalore. Las semanas pasadas en Sri Lanka me han servido para aclimatarme mejor al clima caluroso y húmedo de esta parte del sur de la India. Vencida la batalla del clima, queda pendiente la de los insidiosos mosquitos. Ambas consiguen debilitarme más de lo que sería conveniente para realizar bien mi trabajo. Tengo que aplicar otra vez el dicho: “Si no hace el tiempo que quieres, aprende a querer el tiempo que hace”. 

La fiesta mariana con la que cerramos el mes de mayo siempre me ha resultado muy sugestiva. Imagino a la joven María poniéndose en camino desde el villorrio galileo de Nazaret hasta el pueblo de Ain-Karim, en las montañas de Judea. Unos 160 kilómetros separan ambas poblaciones. María viajaría a pie. Tal vez, como la imagina cierta iconografía, unida a alguna pequeña caravana. La suya no fue una visita canónica sino exultante, encantadora. La llena de gracia va derramando gracia por doquier. Allí donde ella se hace presente crecen la paz y la alegría. Es, en el sentido literal del término, una cristófora, un cofre viviente que porta a Cristo dentro. Su pariente Isabel es testigo de ello y ofrece la clave para entender la misión de María: “Bendita tú que has creído, porque lo que el Señor te ha dicho se cumplirá” (Lc 1,45-47). Esta bienaventuranza isabelina es una anticipación de la que el Jesús resucitado hará más tarde: “Bienaventurados los que creen sin haber visto” (Jn 20,29)Me gusta contemplar a María como una joven creyente, una “peregrina de la fe”, tal como la presentó san Juan Pablo II, que se pone en camino y transforma su confianza en Dios en servicio diligente. 

En el torbellino de acontecimientos que hoy vivimos, necesitamos personas que sean portadoras de paz y alegría, que nos “visiten” con una actitud de servicio y una propuesta de sentido. Estas modernas “visitadoras” son un contrapeso a las muchas visitas indeseadas que nos llegan a través de los medios de comunicación social y que, sin darnos cuenta, van tensando nuestra capacidad de atención, serenidad y resistencia. ¿Dónde encontrar a estas personas? ¿Quién puede prestar este servicio en la Iglesia y en la sociedad de hoy? Solo aquellas que, como María, hayan creído, se hayan fiado de Dios, estén llenas de su gracia. Sin fe, no se pueden transmitir los frutos de la paz y la alegría. Una de las contradicciones de nuestro mundo occidental es que pretende saborear los frutos del “árbol de la vida” después de haber cortado sus raíces. En otras palabras, pretendemos un mundo maduro, justo, solidario y fraterno al mismo tiempo que nos desentendemos del Dios que hace posible estos “milagros”. Esto es incomprensible en Oriente. Aquí la espiritualidad lo impregna todo. No se concibe la separación occidental entre fe y cultura. El científico que investiga en el laboratorio o da clases en la universidad es el mismo que, antes de salir de casa cada mañana, hace ofrendas a sus dioses hindúes a la puerta de su casa o participa en la Eucaristía si es cristiano. En Occidente tendemos a confiar solo en nuestra capacidad humana para desarrollar la ciencia y la técnica, resolver los conflictos y crear un mundo mejor. Nos sentimos orgullosos de ello. Nos parece un excelente signo de adultez, un triunfo de la razón sobre el mito. No percibimos que la aparente lozanía de nuestros productos se parece a la de los tomates transgénicos: perfectamente redondos y rojos por fuera y perfectamente insípidos por dentro. También en este punto tenemos mucho que aprender de la joven de Nazaret.

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